El hombre podría convertirse en una especie en vías de extinción
La caída de la población acaso sea el mayor desafío del siglo XXI
Carlos A. Mutto Especialista en inteligencia económica y periodista
El hombre, como otros seres vivos del planeta, corre el riesgo de convertirse rápidamente en una especie en vías de extinción. Esa hipótesis estremecedora fue expuesta por Alfonso Cuarón en su film de ciencia ficción Niños del hombre. El director mexicano imaginaba en 2006 que la humanidad –gangrenada por epidemias, guerras, hambre y terrorismo– había perdido la principal facultad de supervivencia: su capacidad de reproducción.
En los últimos 15 años, esa perspectiva fue desarrollada en términos más científicos por numerosos estudios que desestimaron el mito alarmista de “explosión demográfica”, alimentado desde fines del siglo XIX por los discípulos del economista británico Thomas Malthus, que en su Ensayo sobre el principio de población había proclamado su convicción de que una fecundidad más rápida que el aumento de los recursos mantendría al mundo sumergido en la pobreza. Como ocurrió varias veces en ese tema, los demógrafos efectuaron un nuevo giro de 180 grados y adoptaron una reflexión opuesta que Charles Goodhart y Manoj Pradhan definieron como The Great Demographic Reversal (La gran reversión demográfica), titulo del libro que publicaron en 2020.
La advertencia más seria en ese sentido fue lanzada precisamente por Christopher Murray, profesor en la Universidad de Washington, en Seattle, y director del Institute for Health Metrics and Evaluation (IHME): en una proyección publicada en la revista The Lancet en julio de 2020, pronostica que la población mundial, actualmente estimada en 7900 millones de personas, alcanzará su pico en 2064 con 9700 millones. A partir de ese momento, descenderá a 8800 millones a fin de siglo para seguir luego una curva descendiente. La ONU, en cambio, predice que el límite se alcanzará a fin de siglo con 13,3 millones de personas.
Las proyecciones del IHME prevén, en concreto, que el índice de fecundidad pasará de 2,37 en 2017 a 1,66 a fin de siglo, cifra insuficiente para asegurar el reemplazo de la población. Una mirada retrospectiva muestra el tremendo alcance de esa inversión de tendencia: hasta 1979, la tasa de fecundidad planetaria oscilaba en torno de 6 hijos por mujer. Ahora es de 2,36, según la ONU. Estados Unidos y la mayoría de los países europeos ya cayeron por debajo de 2,1, que representa la “tasa de reemplazo” para mantener la población en el mismo nivel.
Esa nueva tendencia y el aumento de la urbanización favorecieron un mayor acceso de la mujer a la educación, al trabajo y a facilitar su inserción social. La baja de natalidad también fue ayudada por la contracepción voluntaria y, sobre todo, por el espectacular retroceso de la fertilidad masculina en Occidente. Un estudio de la revista Human Reproduction Update reveló que la calidad y la concentración de espermatozoides cayó en 59% en los últimos 40 años. Los hombres, al igual que las mujeres, son cada vez más sensibles al impacto de los interruptores endocrinos –presentes en alimentos, cosméticos, pesticidas y plásticos–, y las ondas de los aparatos electrónicos, que perturban el equilibrio hormonal, más el eventual consumo de alcohol, tabaco y drogas.
El retroceso de fecundidad es particularmente inquietante en ciertos países que podrían perder hasta la mitad de su población, incluyendo el gigante chino, que pasará de 1400 millones actualmente a 732 millones en 2100. El mismo fenómeno amenaza a Alemania, que podría bajar de 82 a 34 millones, Japón (de 127 a 56,8, su nivel de 1920), España (de 47 a 23), Italia (de 61 a 30) y, en proporciones menores, también experimentarán el mismo fenómeno Tailandia, Taiwán, Corea del Sur y Rusia.
El diagnóstico de la mayoría de expertos coincide con los apocalípticos llamados de atención que formula Christopher Murray, del IHME: “La tendencia actual es que, si las mujeres mantienen el promedio actual de 1,5 hijos, será imposible mantener ese ritmo porque, de lo contrario, al fin de cuentas no quedará más nadie sobre la Tierra”, advirtió.
“El retroceso de la población mundial, provocado por una disminución de la natalidad, será el mayor desafío del siglo XXI”, sintetizaron los canadienses John Ibbitson y Darrell Bricker en su libro Planeta vacío.
Los cálculos de población “reflejan proyecciones falsas, con frecuencia originadas en la ideología del momento o (de su autor)”, suele decir el demógrafo francés Hervé Le Bras. El más célebre de esos episodios ocurrió tras la aparición del libro The Population Bomb (conocido como La Bomba P), publicado en 1968 por Paul R. Ehrlich. Ese profesor de Stanford pronosticaba que, si no se adoptaban urgentes medidas para limitar el crecimiento demográfico, el mundo conocería una hambruna masiva y “millones de muertos”. Sus predicciones, sin embargo, se revelaron falsas por haber subestimado la revolución verde, que permitió mejorar la producción agrícola y –en segundo lugar– la disminución del crecimiento demográfico en los países desarrollados. Pero ese error estadístico provocó daños colaterales de irreparables consecuencias: entre 1970 y 2010, millones de mujeres –y también de hombres– fueron sometidos por gobiernos y organizaciones de planificación familiar a programas de esterilización, mutilaciones y anticoncepción, en muchos casos comparables a los métodos nazis. El expresidente peruano Alberto Fujimori fue procesado por haber esterilizado contra su voluntad a 270.000 mujeres. Desmanes similares fueron perpetrados en otros países emergentes de Asia, África y América Latina.
Contrariamente a la “explosión demográfica”, que justificó centenares de estudios a lo largo del siglo XX, la amenaza de un retroceso de la población mundial inquieta ahora a los expertos por la magnitud de sus posibles derivaciones. Si se confirma esa tendencia de fondo –sin precedentes en la historia mundial–, deberá ajustarse, necesariamente, a una regla inmutable de la historia, pero esta vez a escala planetaria: ningún país conoció jamás una prosperidad durable en período de descenso demográfico.
Las consecuencias más inmediatas se advertirán sobre los sistemas sociales, debido al envejecimiento de la población, derivado del aumento de la esperanza de vida. Ese fenómeno inédito amenaza con recortar las prestaciones, aumentar los impuestos y reclamará un mayor esfuerzo de los jóvenes activos para financiar los regímenes de jubilación y de salud. Semejante mecanismo desencadenará un círculo vicioso que no solo provocará la contracción de las economías, sino que afectará a las sociedades que no tendrán la vitalidad para inventar actividades y tecnologías capaces de revigorizar el nivel de vida.
La alternativa consistiría en estimular la fecundidad, pero la experiencia demuestra que es imposible imponer políticas de natalidad desde el poder. El propio Stalin fracasó en 1944 cuando propuso la “medalla de la maternidad” a las madres que tuvieran al menos siete hijos vivos y –a pesar de su generosa política de estímulo– el régimen autoritario de Singapur tampoco pudo incitar a la procreación. Ninguno de los tres esfuerzos promovidos en 40 años por Pekín logró entusiasmar a los chinos. Después de su discutida doctrina del “hijo único” adoptada en 1980, Pekín autorizó en 1984 a tener un segundo hijo y ahora aprobó la política del tercer descendiente. Pero la población se declaró abrumadoramente en contra de esa idea. Esas experiencias confirman al menos una cosa: el futuro de la humanidad se decidirá en la alcoba, lejos del poder político.
Paul R. Ehrlich pronosticaba que, si no se adoptaban urgentes medidas para limitar el crecimiento demográfico, el mundo conocería una hambruna masiva
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