Cinco obras breves tan brillantes como sencillas
★★★★ Luz testigo
F. I.
Dramaturgia: Tomás Afán, Marina Artigas, Rubén de la Torre,julián Marcove, Agustín Meneses. dirección:javier Daulte. sala: Espacio Callejón, Humahuaca 3759. funciones: miércoles, a las 20.30. duración: 80 minutos.
En pleno contexto pandémico el Espacio Callejón organizó un concurso dramatúrgico del que resultaron ganadores cinco textos que ahora ven la luz de la mano del dueño de esa sala, el reconocido director Javier Daulte.
Se percibe que en esta oportunidad él no está al frente del texto, pero no por ello deja de verse su estilo. Si bien cada una de esas cinco obras son autónomas –algunas juegan más con la comedia y otras tienen una fibra dramática notable–, lo que verdaderamente resalta es el modo en el que el director resuelve tanta diversidad de temas, de estéticas, de lenguajes en un espectáculo que al final resulta ser profundamente orgánico, y no únicamente porque la pandemia sobrevuele la escena. Su trabajo de director se amalgama sutilmente con el de dramaturgista creando una propuesta que destaca por su brillantez y su simpleza (asistido magníficamente por José Escobar en una escenografía dinámica, realista y minimalista). Como siempre en Daulte hay un juego sobre la propia teatralidad que está en primer plano, con actores que iluminan, armados y desarmes frente al propio espectador y la composición ante la platea del nuevo personaje en cuestión.
Los actores por su parte juegan muy bien su rol y hacen un trabajo de composición más que atractivo pero sin darle tanta carnadura como para impedirle al espectador que realice el salto que inevitablemente debe hacer como para que una conductora radial sea la hija en otra escena, o una escena de cabaret almodovariano permita luego el hilarante monólogo de Ramiro Delgado. Claro, ahí asoma Daulte y ofrece datos minúsculos que un espectador atento obtendrá como para ir generando un sentido que hace que Luz testigo tenga valor teatral pero también como manifiesto de una época que ojalá, más temprano que tarde, llegue a su fin.
En pleno contexto pandémico el Espacio Callejón organizó un concurso dramatúrgico del que resultaron ganadores cinco textos que ahora ven la luz de la mano del dueño de esa sala, el reconocido director Javier Daulte.
Se percibe que en esta oportunidad él no está al frente del texto, pero no por ello deja de verse su estilo. Si bien cada una de esas cinco obras son autónomas –algunas juegan más con la comedia y otras tienen una fibra dramática notable–, lo que verdaderamente resalta es el modo en el que el director resuelve tanta diversidad de temas, de estéticas, de lenguajes en un espectáculo que al final resulta ser profundamente orgánico, y no únicamente porque la pandemia sobrevuele la escena. Su trabajo de director se amalgama sutilmente con el de dramaturgista creando una propuesta que destaca por su brillantez y su simpleza (asistido magníficamente por José Escobar en una escenografía dinámica, realista y minimalista). Como siempre en Daulte hay un juego sobre la propia teatralidad que está en primer plano, con actores que iluminan, armados y desarmes frente al propio espectador y la composición ante la platea del nuevo personaje en cuestión.
Los actores por su parte juegan muy bien su rol y hacen un trabajo de composición más que atractivo pero sin darle tanta carnadura como para impedirle al espectador que realice el salto que inevitablemente debe hacer como para que una conductora radial sea la hija en otra escena, o una escena de cabaret almodovariano permita luego el hilarante monólogo de Ramiro Delgado. Claro, ahí asoma Daulte y ofrece datos minúsculos que un espectador atento obtendrá como para ir generando un sentido que hace que Luz testigo tenga valor teatral pero también como manifiesto de una época que ojalá, más temprano que tarde, llegue a su fin.
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La fiera que tenemos dentro y se quiere librar de los mandatos
★★★★ New York, mundo animal
J. C. 
Dramaturgia y dirección: Gilda Bona. intérprete: Yanina Gruden. luces: Luciana Giacobbe. vestuario: Jennifer Sancovik. teatro: Teatro del Pueblo, Lavalle 3636. funciones: sábados, a las 21.30. duración: 50 minutos.
Se pueden cruzar todos los océanos del mundo, viajar horas y horas en aviones haciendo escalas imposibles, alejarse lo impensable de la casa familiar pero, muy probablemente, no se consiga salir de uno mismo por la distancia sino por caminos más sinuosos, esos que se alojan en el propio ser.
Una chica a punto de ser mujer se para en la mitad del inmenso espacio escénico, vestida de rojo. Impecable. Habla rápido, sin parar, enumera los periplos que la trajeron hasta ahí, hasta ese momento trascendental de su vida. Yanina Gruden es la protagonista de este unipersonal escrito y dirigido –e incluso autobiográfico– de Gilda Bona, lo dirá sin tropiezos, encarnando y entendiendo la desesperación de la huida.
Sólo un perchero en el que cuelga un saco que le permitirá hacer el cambio de chica a mujer y un banquito, nada más. Esa soledad construida espacialmente dialoga con este personaje, profundamente solo. Quiere escapar, irse lejos de la casa paterna. Entonces se va a Nueva York con un hombre mayor que ella. Prueba ser camarera, cobra nada. Luego taxista, no es para mujer. Mandatos y más mandatos; de lo que quiere huir y no lo logra porque están en todos lados, en frases cotidianas como “te lo digo por tu bien”. Su eterna marcha en taxi la obliga a encontrarse con ella misma. Menuda pasajera. Es que el mundo animal lo tiene adentro; es una fiera, una criatura inmanejable; ansia a lo Sarah Kane: deseo vehemente de algo. ¿De qué? ¿Lo sabe? ¿Acaso son impedidos por las leyes sociales o es ella misma su propia contrincante?
Se pueden cruzar todos los océanos del mundo, viajar horas y horas en aviones haciendo escalas imposibles, alejarse lo impensable de la casa familiar pero, muy probablemente, no se consiga salir de uno mismo por la distancia sino por caminos más sinuosos, esos que se alojan en el propio ser.
Una chica a punto de ser mujer se para en la mitad del inmenso espacio escénico, vestida de rojo. Impecable. Habla rápido, sin parar, enumera los periplos que la trajeron hasta ahí, hasta ese momento trascendental de su vida. Yanina Gruden es la protagonista de este unipersonal escrito y dirigido –e incluso autobiográfico– de Gilda Bona, lo dirá sin tropiezos, encarnando y entendiendo la desesperación de la huida.
Sólo un perchero en el que cuelga un saco que le permitirá hacer el cambio de chica a mujer y un banquito, nada más. Esa soledad construida espacialmente dialoga con este personaje, profundamente solo. Quiere escapar, irse lejos de la casa paterna. Entonces se va a Nueva York con un hombre mayor que ella. Prueba ser camarera, cobra nada. Luego taxista, no es para mujer. Mandatos y más mandatos; de lo que quiere huir y no lo logra porque están en todos lados, en frases cotidianas como “te lo digo por tu bien”. Su eterna marcha en taxi la obliga a encontrarse con ella misma. Menuda pasajera. Es que el mundo animal lo tiene adentro; es una fiera, una criatura inmanejable; ansia a lo Sarah Kane: deseo vehemente de algo. ¿De qué? ¿Lo sabe? ¿Acaso son impedidos por las leyes sociales o es ella misma su propia contrincante?
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