jueves, 14 de octubre de 2021

HABÍA UNA VEZ...


Se me hace cuento
Favio en Ezeiza
El interrogador no se pregunta cuál fue el rol de Perón en la masacre. Toda su enjundia está en obligar a Favio a rendir cuentas: precisamente a uno de los que salvó vidas.

"Favio en Ezeiza", el nuevo relato de Marcelo Birmajer. Ilustración: Hugo Horita

DIARIO CLARÍN
LEÍDO POR EL AUTOR EN EL PROGRAMA "PENSÁNDOLO BIEN "....RADIO MITRE...20 HRS.

Marcelo Birmajer
Hay una canción de Leonardo Favio, una bellísima canción, una canción extraordinaria, que en un verso cuenta la mitad de las historias de amor del planeta entre hombre y mujer: ella ya me olvidó -dice la letra-, yo no puedo olvidarla. Como la canción de Luis Eduardo Aute: De alguna manera tendré que olvidarte; alcanza con el verso, con la interpretación de Favio, para guardar en nuestros oídos la más maravillosa música: un clásico.
Jairo, por ejemplo, entre sus muy exitosos trabajos con Daniel Salzano, nos regala Caballo loco, una canción espectacular sobre una separación contemporánea, que sólo Jairo puede cantar, por la sofisticación de sus tonos, aunque la melodía sea aparentemente sencilla. En este caso, cada verso hace a la canción: quizás los cuatro primeros son los mejores, no obstante el resto acompaña, se necesitan unos a otros.
Pero en Ella ya me olvidó, yo no puedo olvidarla, en esas dos líneas, está la canción, la historia del amor, el miedo de Romeo y de Julieta, el Quijote y la Ilíada. Y Favio también compuso una película inolvidable, tal vez dos, quizás tres, pero una inolvidable seguro: Juan Moreira, con Rodolfo Bebán. Una épica criolla. Un héroe gaucho y matrero. Por algún motivo, cuando el martes me interné a almorzar en el cine a ver La odisea de los giles, un peliculón imperdible, una película llena de talento por donde se la mire, Sebastián Borensztein, Eduardo Sacheri, cada uno de los actores, mujeres y hombres, que valen su peso en oro, talento argentino de primer nivel, me acordé también de Moreira, de la épica, de la suavidad y empatía de ser argentino en esas películas, para bien y para mal, con nuestros festejos y nuestros pesares.
Y recordé, también, cuando me llamó un productor para que escribiéramos el docudrama de Ezeiza, del retorno de Perón a Ezeiza en junio del 73, y mi insistencia en que todo se hilara a través de Leonardo Favio, una mezcla de realidad y ficción, como estas mismas páginas, “Se me hace cuento”, algo de realidad, algo de ficción.
Me imaginaba salir de donde hubiera salido Favio, aquella mañana, rumbo a Ezeiza, le tocaba estar en el palco, como locutor, como conductor del acto. Recibe a los cientos de miles de asistentes, los saluda, anticipa la cercanía del avión. Propuse convocar a Favio, en el 2004 (supongo; quizás fue 2005), de nuevo de pie en el sitio donde estaba el palco de Ezeiza; y regresando desde el pasado, el sonido original, si era que lo conseguíamos, de los primeros disparos. Armas cortas, armas largas, metralletas. Un hombre cae ya frío de un árbol, se desparrama sin vida en el pasto; a su alrededor, los civiles corren, se pisan unos a otros. Favio trata de calmar a la multitud. Pero... le pregunto al productor, por más que leo y rebusco, en los archivos, en el material digitalizado, en los escritos y los audiovisuales, no consigo encontrar la transición del palco al hotel Internacional de Ezeiza: ¿cómo se movilizó Favio del palco al Hotel?
Lo que sí está profusamente registrado es que Favio llega al hotel y se encuentra por lo menos ocho personas siendo torturadas: los están torturando los esbirros del coronel retirado Osinde, puesto por el general Perón al mando del operativo de seguridad del acto. Una de las víctimas cuenta que Favio les salvó la vida: amenazó a los torturadores con suicidarse si no paraban inmediatamente con los tormentos.
Yo le sugería al productor narrar Ezeiza desde la perspectiva de Favio entrando a ese hotel, como antesala de la tragedia argentina, que se extendería hasta 1983, como el primer paso de ingreso al infierno. Poco después, en ese mismo 1973, en la revista El Descamisado publican una entrevista a Favio, donde tratan de culpabilizarlo, al menos de responsabilizarlo: lo acusan de dirigir el reporte audiovisual del acto, y de mostrar primordialmente a López Rega. Lo acusan, aún más ridículamente, de no mostrar la imagen de Evita en las pancartas, durante la filmación del acto. Favio se defiende como puede, en ese reportaje impreso, balbucea, se notan sus dudas, su perplejidad, su temor. Algo no registra el periodista que lo interroga: una vez todo dicho, Favio les salvó la vida a las víctimas de la tortura, torturados por peronistas al servicio de Perón, en el hotel Internacional de Ezeiza, en ese junio de 1973.
El interrogador no se pregunta, en la nota, cuál fue el rol de Perón en la masacre, si va a juzgar a los culpables, si por lo menos va a investigar. No. Toda su enjundia y energía está en obligar a Favio a rendir cuentas. Precisamente a uno de los pocos que, aquel día de alienados y asesinos, salvó vidas. Y luego de lograr detener los castigos contra los cautivos, Favio está saliendo del Hotel Internacional de Ezeiza y se topa con dos sicarios que traen atrapada a una mujer, a punto de ingresarla con los demás retenidos a esa improvisada mazmorra; pero cuando ven a Favio, y por un gesto de uno de los esbirros a espaldas de Favio, la sueltan.
La mujer, entre 27 y 35 años, ya sangra por las comisuras de la boca, pero la sueltan, y corre, escapa, no sin antes descubrir que la ha salvado la aparición providencial de Favio; ella de pronto recuerda al protagonista de la canción, quizás es el propio Favio, o quizás es otro, pero al ver a Favio, ella lo recuerda, por un instante, ella lo recuerda. Porque ella es la mujer de la canción.
Es muy importante esa escena fantasmagórica, en el hospital Internacional de Ezeiza, donde los peronistas comenzarán a matar peronistas como nunca los habían matado hasta ese entonces , no con esa periodicidad, no en esa cantidad, no en medio de esos tormentos y alevosía a lo largo de tres ininterrumpidos y sangrientos años, entre ese junio de 1973 y marzo de 1976. Y suena en la radio la canción de Favio, con un primer plano del rostro de Favio con el pañuelo, y de los labios de la mujer, con ese carmín exagerado de los setenta, y es la música con la que se despide un país y empieza otro. En cualquiera de los dos, yo sigo escribiendo cuentos.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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