Maradona, el último rey del patriarcado y de los K
El astro no solo fue una referencia deportiva, sino también un ícono cultural y un trofeo político apetecible del que no dudó en apropiarse el aparato del perokirchnerismo
Laura Di Marco
Mavys Álvarez reveló quiénes eran los que filmaban los videos íntimos de ella y Diego Maradona
La Argentina es un país que festeja a un astro que hizo un gol con la mano. “Bueno, pero fue contra los ingleses”, justifican los que lo justifican. Seguramente los ingleses llevaban la pollera demasiado corta y se lo merecían. La argumentación tiene, por cierto, un aire de familia con otras frases del imaginario argento, como “robo para la corona” o “si vamos a truchar, truchemos todos”, celebrada por su entorno cuando Cristina falseaba los números del Indec. Tips acuñados por una sociedad siempre tentada a violar las reglas del juego si el fin es noble o parece serlo.
¿Lo ídolos de una sociedad hablan de ella? En parte, sí.
El escalofriante testimonio de la cubana Mavys Álvarez obliga a repensar la relación patológica entre la Argentina y Maradona. Mavys era una chica de 16 años cuando fue ofrecida, como un chiche sexual, por el entorno del jugador y la dictadura cubana con un único fin: la satisfacción del astro, que entonces tenía 40. La abogada Gabriela Conder, especialista en abuso sexual y querellante en el caso de Cristian Aldana, un rockero sentenciado a 22 años de cárcel por abusar de sus fans menores de edad, no duda en trazar un paralelismo con la historia de la cubana: cuando hay tal diferencia de poder entre el ídolo y su víctima no puede haber nada parecido a un consentimiento. Y más aún cuando se trata de una adolescente que vive en situación de vulnerabilidad económica.
De acuerdo con el relato de Mavys, hoy de 41 años, la trajeron prácticamente secuestrada a la Argentina. Aquí la sometieron a un innecesario agrandamiento de senos para que El Diez pudiera consumir su cuerpo con máximo disfrute. Tanto, que ni siquiera pudo esperar: a la chica se le saltaron los puntos y la intervención derivó en una infección, que le complicó seriamente el posoperatorio. La encerraron en una casa de Barrio Parque, la drogaron, la degradaron hasta lo inimaginable, mientras el entorno
maradoniano y buena parte de la sociedad y la red mediática miraban para el costado. En el altar de Maradona cualquier ofrenda sonaba a poco.
Al “astro”, que tantas alegrías futboleras le había ofrendado a un pueblo con la autoestima rasgada, se le festejaba cualquier capricho. Se le perdonaba todo, a pesar de que, fuera de la cancha, parecía lastimar todo lo que encontraba a su paso. Pero el lado oscuro de “dios” siempre terminaba aflorando: violencia de género, violencia verbal, daño emocional a su larga fila de hijos (a algunos tardó años en reconocerlos), escándalos, adicciones, destrozos, amenazas. “Es que yo lo admiré como jugador, no como persona”, escribía esta semana un usuario de Twitter, en el hilo de esta polémica. Suena políticamente correcto, pero no es real. Maradona no solo fue una referencia deportiva, sino también un ícono cultural. Y, sobre todo, un trofeo político apetecible, del que no dudó en apropiarse el aparato del perokirchnerismo.
Muchas de sus frases, modos y gestos fueron adoptados por el repertorio popular. O, quizás al revés, su contraejemplo amplificaba el lado más turbio de una sociedad frustrada, acostumbrada a narcotizarse con el fútbol, la única materia en la que, sentimos, nos va bien. El “diez” proveía las dosis necesarias de resentimiento, prepotencia, bullying. Y frases tan célebres como pegadizas en el cancionero argento: “Que la chupen. Que la sigan chupando”. O la más reciente: “La tenés adentro”.
El kirchnerismo le ofreció un funeral de rey. Alberto Fernández no dudó en flexibilizar la cuarentena eterna abriendo, con cálculo, las puertas de la Casa Rosada para un evento popular que, supuso, podía capitalizar a su favor. Entonces, Juan José Sebreli afirmaba: “Maradona forma parte de la cultura populista que predomina en la Argentina. Ha sido una figura fundamental del populismo autoritario, antiglobalización y antidemocrático que existe no solamente en la Argentina sino en Cuba, donde fue un invitado de honor, en Venezuela, en Rusia y todas las dictaduras. Es un personaje nefasto, cualquiera sea su valor como jugador”.
El testimonio de la cubana irrumpe en un momento de alta sensibilidad, en el que el que las sociedades occidentales han pegado un salto de conciencia acerca de la discriminación, la exclusión y la violencia, física o simbólica, que históricamente han sufrido las mujeres. De algún modo podría decirse que hemos empezado a despertar frente a un hecho doloroso que, aunque invisibilizado durante siglos, siempre estuvo allí. Nuevos derechos humanos. La Cuba autoritaria y pauperizada es, desde hace décadas, uno de los destinos elegidos para el turismo sexual. La revolución que venía a liberar al pueblo terminó esclavizando a generaciones enteras de mujeres y niñas, muchas de ellas empujadas a la prostitución desde los 12 años para poder acceder a un plato de comida. ¿Hay libertad para decidir en medio del hambre y la desesperación, en una isla donde no hay futuro, ni horizonte, ni esperanza y de la que es muy difícil escapar? ¿O solo se trata de la lucha por la supervivencia? Tema tabú si los hay.
Tal vez por eso incomoda tanto la narración de Mavys y de todas las Mavys representadas por ella. Más incómodo aún para el universo kirchnerista, que construyó una parte de su capital simbólico con la bandera feminista, ya suficientemente violentada por figuras como Manzur o Aníbal Fernández. Al fin y al cabo, no hay tanta diferencia entre el patoterismo cultural de Aníbal Fernández y el de Maradona.
“Lo critican ahora porque está muerto y no se puede defender”, se quejaba otro admirador del astro, en la red del pajarito. Eso tampoco es cierto: aunque en franca minoría, una pequeña parte de la sociedad e intelectuales valientes, como el propio Sebreli, lo han hecho en vida del futbolista y pagaron su costo. Ir contra la corriente nunca es gratis.
No importa lo que Maradona haya hecho con su vida, sino lo que hizo con las nuestras, es la frase defensiva más popular. ¿Cómo ibas a criticar a ese dios, que nos había hecho tan felices con su magia? Al fin y el cabo, si el mundo nos conocía era por las hazañas de El Diego. “¿Argentina?”, te preguntaban cuando viajabas, “¡Maradona!”, surgía como inmediata asociación. Maradona era la contraseña que le otorgaba algún significado a este país del fin del mundo, frustrado, perdido, olvidado.
Pero en algún momento algo empezó a cambiar. ¿Nosotros? A medida que pasaban los años y el costado más tenebroso del astro se dejaba ver más y más, alumbraban cuestionamientos, cada vez menos tímidos. Podría decirse, incluso, que desde que se habilitó la reflexión crítica sobre las figuras de Perón o Maradona, dos grandes mitos del populismo criollo, la esperanza de un verdadero cambio cultural no parece tan descabellada.
El gran Guillermo O’Donnell lo sintetizaba así: a la Argentina le faltan buenos ejemplos visibles. La palabra clave aquí es “visibles”. Parece un buen momento para bucear en ese enigma cultural, cuando 7 de cada 10 jóvenes sueñan con irse del país. Se trata de los más formados. Es decir, los que más valor agregado podrían aportarle al futuro del país que los formó.
Jóvenes que sueñan con emigrar a sociedades que no hacen de la trampa un himno, aunque sea contra los ingleses.
Muchas de sus frases, modos y gestos fueron adoptados por el repertorio popular. O, quizás al revés, su contraejemplo amplificaba el lado más turbio de una sociedad frustrada, acostumbrada a narcotizarse con el fútbol, la única materia en la que, sentimos, nos va bien. El “diez” proveía las dosis necesarias de resentimiento, prepotencia, bullying. Y frases tan célebres como pegadizas en el cancionero argento: “Que la chupen. Que la sigan chupando”. O la más reciente: “La tenés adentro”.
El kirchnerismo le ofreció un funeral de rey. Alberto Fernández no dudó en flexibilizar la cuarentena eterna abriendo, con cálculo, las puertas de la Casa Rosada para un evento popular que, supuso, podía capitalizar a su favor. Entonces, Juan José Sebreli afirmaba: “Maradona forma parte de la cultura populista que predomina en la Argentina. Ha sido una figura fundamental del populismo autoritario, antiglobalización y antidemocrático que existe no solamente en la Argentina sino en Cuba, donde fue un invitado de honor, en Venezuela, en Rusia y todas las dictaduras. Es un personaje nefasto, cualquiera sea su valor como jugador”.
El testimonio de la cubana irrumpe en un momento de alta sensibilidad, en el que el que las sociedades occidentales han pegado un salto de conciencia acerca de la discriminación, la exclusión y la violencia, física o simbólica, que históricamente han sufrido las mujeres. De algún modo podría decirse que hemos empezado a despertar frente a un hecho doloroso que, aunque invisibilizado durante siglos, siempre estuvo allí. Nuevos derechos humanos. La Cuba autoritaria y pauperizada es, desde hace décadas, uno de los destinos elegidos para el turismo sexual. La revolución que venía a liberar al pueblo terminó esclavizando a generaciones enteras de mujeres y niñas, muchas de ellas empujadas a la prostitución desde los 12 años para poder acceder a un plato de comida. ¿Hay libertad para decidir en medio del hambre y la desesperación, en una isla donde no hay futuro, ni horizonte, ni esperanza y de la que es muy difícil escapar? ¿O solo se trata de la lucha por la supervivencia? Tema tabú si los hay.
Tal vez por eso incomoda tanto la narración de Mavys y de todas las Mavys representadas por ella. Más incómodo aún para el universo kirchnerista, que construyó una parte de su capital simbólico con la bandera feminista, ya suficientemente violentada por figuras como Manzur o Aníbal Fernández. Al fin y al cabo, no hay tanta diferencia entre el patoterismo cultural de Aníbal Fernández y el de Maradona.
“Lo critican ahora porque está muerto y no se puede defender”, se quejaba otro admirador del astro, en la red del pajarito. Eso tampoco es cierto: aunque en franca minoría, una pequeña parte de la sociedad e intelectuales valientes, como el propio Sebreli, lo han hecho en vida del futbolista y pagaron su costo. Ir contra la corriente nunca es gratis.
No importa lo que Maradona haya hecho con su vida, sino lo que hizo con las nuestras, es la frase defensiva más popular. ¿Cómo ibas a criticar a ese dios, que nos había hecho tan felices con su magia? Al fin y el cabo, si el mundo nos conocía era por las hazañas de El Diego. “¿Argentina?”, te preguntaban cuando viajabas, “¡Maradona!”, surgía como inmediata asociación. Maradona era la contraseña que le otorgaba algún significado a este país del fin del mundo, frustrado, perdido, olvidado.
Pero en algún momento algo empezó a cambiar. ¿Nosotros? A medida que pasaban los años y el costado más tenebroso del astro se dejaba ver más y más, alumbraban cuestionamientos, cada vez menos tímidos. Podría decirse, incluso, que desde que se habilitó la reflexión crítica sobre las figuras de Perón o Maradona, dos grandes mitos del populismo criollo, la esperanza de un verdadero cambio cultural no parece tan descabellada.
El gran Guillermo O’Donnell lo sintetizaba así: a la Argentina le faltan buenos ejemplos visibles. La palabra clave aquí es “visibles”. Parece un buen momento para bucear en ese enigma cultural, cuando 7 de cada 10 jóvenes sueñan con irse del país. Se trata de los más formados. Es decir, los que más valor agregado podrían aportarle al futuro del país que los formó.
Jóvenes que sueñan con emigrar a sociedades que no hacen de la trampa un himno, aunque sea contra los ingleses.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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