Fe en la billetera, nueva política de estado
Sergio Suppo
Alfredo
La realidad reclama un acto de complicidad previa a la lectura de estas líneas. La actualidad necesita una cierta distancia para poder digerirla más como farsa que como tragedia. Lo que sigue requiere de un lector que se imagine dentro de unos 20 años repasando los hechos de hoy.
En 2021 los argentinos que fueron desesperados a votar a las elecciones primarias contagiaron al gobierno de Alberto y Cristina Kirchner. La derrota fue tan contundente como inédita para el peronismo reunificado y detonó una inolvidable campaña electoral hacia los comicios definitivos del 14 de noviembre. Nunca como esa vez se registró una tan desembozada cacería de votantes. Los desesperados también eran los miembros del oficialismo.
El momento pasó de dramático a absurdo una vez que los votantes en pandemia descargaron su furia contra el oficialismo. Fue tanto el estruendo que quienes votaron en contra de la coalición del peronismo kirchnerista no advirtieron que Cristina ya no podría llevar el país a Cuba o Venezuela. En lugar de celebrarlo, se les instaló la duda de si Juntos por el Cambio y sus eventuales compañeros de ruta tendrían, esta vez sí, capacidad para establecer las bases estructurales de un sistema republicano que rote gobiernos sin perder un rumbo fijo de recuperación. Eso se llama consensos básicos.
"Apenas una semana y media después de las PASO el propio Manzur rogó que la serie de medidas devuelvan los votos perdidos "
Al acorralamiento del Presidente por parte de su vice y líder del espacio durante la semana poselectoral, signada por una epístola de admoniciones revolucionarias, siguió un cambio de gabinete que reintrodujo en la escena a trajinados personajes afines al más clásico conservadurismo peronista. Conservadurismo en el sentido de su especialidad en conservar el poder a como dé lugar.
Ya no se trataba de ganar para construir una hegemonía; lo que el Gobierno anhelaba era no perder.
La lista de anuncios que siguió a la jura del gobernador Juan Manzur como jefe de Gabinete es una antología de aquel contagio de desesperación que provocaron las urnas.
Apenas una semana y media después de las PASO el propio Manzur rogó que la serie de medidas devuelvan los votos perdidos. “Ojalá que Dios nos ayude y nos dé una manito porque esta vuelta nos hace falta”, dijo luego de anunciar la jubilación anticipada para personas sin trabajo. El jubileo era contradictorio con el ajuste previsional aprobado por el kirchnerismo al comienzo del mandato de Alberto Fernández.
"El pedido de ayuda a Dios de Manzur con el pragmatismo al desnudo de Gollán dio una síntesis intensa: fe en la billetera"
Manzur llegó precedido de una situación de catástrofe social en Tucumán, todavía peor que la que motivó otra derrota oficialista (antes había perdido el macrismo por el mismo motivo). Asumió y, mientras tomaba el timón del mando, poco menos que anunciaba que ansiaba proyectarse desde ese tembladeral como un nuevo presidenciable. “Nuevo Menem” y “Juan 23″ fue descripto al llegar, con una precipitación propia de tiempos tan revueltos.
Manzur procuró una mayor dinámica haciendo madrugar al gabinete y anunciando el precipitado final de la pandemia en el primer contacto con el poder nacional: junto a una incómoda ministra de Salud, Carla Vizzotti, dijo que ya se podría dejar de usar el barbijo en la vía pública.
El anuncio fue seguido por medidas de rápida normalización de todas las actividades canceladas por la pandemia. Aquel chanta que personificaba Fidel Pintos en los años setenta habría dicho: “Exactamente, todo lo contrario”.
Para aclarar el sentido del cambio de rumbo, el exministro de Salud bonaerense y candidato a diputado nacional Daniel Gollán explicó que todo malestar social por la foto de la fiesta en Olivos podría haber sido amortiguado con un “poco más de platita”.
El pedido de ayuda a Dios de Manzur con el pragmatismo al desnudo de Gollán dio una síntesis intensa: fe en la billetera.
El reparto era política de Estado y fue planteado bajo la forma de un ultimátum de Cristina Kirchner al ministro de Economía, Martín Guzmán. El precio no se veía, pero se presentía: habría más inflación después de las elecciones.
Mientras se entregaban cocinas y heladeras, el Estado jubilaba a desempleados, pagaba la mitad de los gastos turísticos a quienes de todas formas iban a viajar y premiaba con un enésimo blanqueo a los evasores que no tenían registrados a sus empleados de casas de familia. Vendrían más lluvias de pesos para hacer más dulce el viaje hacia las elecciones del 14 de noviembre.
En medio de la cacería de votos casi no notó que la Argentina insistió en ser representada ante el mundo por alguien que no lo conoce. Premios consuelo hubo muchos en la historia de los cambios de gabinete, pero ninguno tan grande como el que recibió Santiago Cafiero al ser designado ministro de Relaciones Exteriores. El desinterés por el mundo era una elocuente muestra de la obsesión por los problemas en la propia casa.
El regreso de Aníbal Fernández, en cambio, expresaba el deseo oficial de contar con un especialista en ocupar cargos. Otra cosa es la efectividad y la originalidad de los resultados que aportó. En Rosario, como los anteriores cuatro ministros de Seguridad y siempre en años electorales, prometió el envío de más fuerzas federales para frenar la violencia entre las bandas del narcotráfico.
Mirar los hechos como si hubiesen pasado hace 20 años, como si se pudiese fugar hacia el futuro es un ejercicio que no incluye conocer el desenlace de estos días. Después de la lluvia de pesos sobre los votantes vendrán otros fenómenos. Imposible conocer el curso que tomará la historia después de tanta escandalosa normalidad
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