Una larga noche hasta octubre
El empresariado no tiene esta vez un candidato ideal; enredado Massa con la gestión, se sienten más cómodos con Rodríguez Larreta que con Patricia Bullrich
Francisco Olivera
La idea del almuerzo era conocerse pero, sin quererlo, Patricia Bullrich puso a varios incómodos. ¿O lo hacía con intención? El lunes, en la sede de la Unión Industrial Argentina y ante parte de la conducción de esa central, la presidenta de Pro se metió en un tema sensible, la competitividad fabril. Y a la manera de Patricia Bullrich: dijo que los extranjeros venían a la Argentina y compraban todo tipo de productos con una excepción, la ropa. El dedo en la llaga textil. Luis Tendlarz, representante del sector y uno de los anfitriones, le contestó que eso en todo caso ocurría en los shoppings, pero que afuera, por ejemplo, en el barrio del Once, las tiendas eran más baratas, y que una cosa eran los productos terminados, y otra, los hilados. Y además que, en todo caso, el problema era la carga del Estado. Una discusión eterna, pero también típica de tiempos preelectorales: ¿qué modelo económico permitirá alguna vez despegar?
La campaña obliga a los empresarios a contrastar proyectos. A Massa, con quien tienen la mejor relación, no le auguran futuro más allá de octubre. Con él habrá que resolver las urgencias del presente, múltiples y cada vez más graves, pero la suerte parece estar echada para el Gobierno. La atención está puesta entonces en lo que viene, y eso tampoco parece alentador. Con Bullrich tienen bastantes reparos. Coinciden con ella en la necesidad de una reforma laboral, pero temen que vaya hacia un modelo más extremo, no necesariamente industrial, y que eso la termine enemistando con sus aliados de la UCR y complique la gobernabilidad. En la UIA, además de Tendlarz, le plantearon diferencias Isaías Drajer, de los laboratorios, y Matías Furió, de la Cámara del Juguete. Le recordaron que el sector fabril no había tenido una buena relación con Macri y le propusieron mejorar esa experiencia. Ella contestó que no estaba pensando en abrir la economía de golpe, que había que empezar sacando las distorsiones del Estado sobre la actividad privada y que en todo caso la decisión de competir correspondía a la sociedad.
Los asesores de la invitada conocían esta desconfianza mutua. Por eso algunos se lamentaron de que hubiera surgido el contrapunto. “No era para pelearse”, dijo uno de ellos. Intentaron que no ocurriera lo mismo ayer, con la Cámara Industrial de Laboratorios Farmacéuticos (Cilfa), y ahí sí lo consiguieron. “Hubo empatía, fue una buena reunión”, dijo uno de quienes estuvieron.
Los empresarios no tienen esta vez un candidato ideal. Enredado Massa con la gestión, se sienten más cómodos con Rodríguez Larreta que con Patricia Bullrich. Es cierto que les gustaría que el jefe de gobierno porteño fuera más carismático, pero les entusiasma al menos que se defina a sí mismo como desarrollista. De Milei conocen poco, y ese poco no termina de convencer. Estos intentos por auscultar lo que viene exponen al mismo tiempo un enorme escepticismo con el presente. La Argentina, coinciden casi todos, está al frente a uno de los peores momentos preelectorales de su historia.
No es solo una idea del hombre de negocios local. Quienes acompañaron esta semana a Alberto Fernández en EE.UU. entendieron que es también el modo en que razona la Casa Blanca. Hay un solo motivo por el que, transmiten en el Departamento de Estado, Biden se tomó el trabajo de recibir al Presidente: la administración demócrata está dispuesta a ayudar a la Argentina a llegar sin sobresaltos a octubre.
Es, de todos modos, una lectura muy distinta de la que hace el jefe del Estado argentino. Quienes hablaron con él después de la reunión bilateral dicen que lo notaron no solo exultante con el encuentro personal, sino hasta envalentonado con la interna del Frente de Todos. Que, por ejemplo, interpretó las últimas declaraciones de Máximo Kirchner como una reivindicación para su idea de competir en las primarias. “Si alguien se enoja, vamos a las elecciones y la sociedad define”, había dicho el diputado en el acto del 24 de marzo. ¿Cedió La Cámpora? Alberto Fernández entendió que sí. En la Casa Rosada cuentan que lo ven de mejor humor que nunca.
Tanto optimismo provoca en el establishment económico cierta perplejidad. A Susan Segal, líder del Council of the Americas, le costó bastante conseguir invitados para la comida del lunes con el Presidente en Nueva York. Tuvo que llamar personalmente a las empresas. Una vez ahí, a algunos de los asistentes les molestó que Alberto Fernández hablara como si la Argentina fuera un éxito. Que atribuyera, por ejemplo, el cepo cambiario a Macri sin explicar qué había hecho él al respecto. Esa tensión no volvió a percibirse en Washington, segunda etapa del viaje, sólo porque el jefe del Estado evitó nuevos encuentros con ejecutivos.
El viaje terminó con una mala noticia para la Argentina. La jueza Loretta Preska, de la Corte del Distrito Sur de Nueva York, condenó al Estado a pagar por la estatización de YPF una indemnización que, según la fecha sobre la que se calcule, expropiación o pago a Repsol, podría ir de los 3500 millones a los 17.000 millones de dólares.
El Gobierno –y principalmente Massa– espera que la gira haya servido al menos para que la Casa Blanca influya sobre los organismos para que la Argentina obtenga una partida adicional de dólares. Hasta ahora lo único concreto es la buena disposición: los demócratas piensan que, dada la situación y los tiempos, no tiene sentido ni confrontar discursivamente ni quedar siempre como que Estados Unidos pone condicionantes. Algunos diplomáticos proponen incluso imitar el método de China, especialista en prometer a la Argentina salvatajes que nunca llegan, como aquellos 20.000 millones de dólares de 2004.
Quisieran, con todo, que la Casa Rosada tuviera con los chinos un vínculo menos ambiguo. Como Uruguay, dicen, que al momento de discutir con ellos un tratado de libre comercio puso tres condiciones y cumplió: que el entendimiento no incluyera compra de terrenos; que las inversiones y proyectos se hicieran solo con trabajadores uruguayos, y que las operaciones consistieran en negocios nuevos, no en compra de activos.
Es lo que los demócratas pretenden también para el próximo gobierno argentino, entre otras razones porque no terminan de confiar en Lula como interlocutor de América Latina: los movimientos iniciales del líder del PT respecto de la guerra en Ucrania o la relación con Irán los siguen desconcertando. La premisa norteamericana vuelve a ser evitar conflictos en la región. Ya bastante tienen con un mundo al que le asignan un nuevo estatus: el de la stanglobalisation, una especie de meseta en el proceso de globalización. En esa nueva etapa, razona el Departamento de Estado, hay lugar para todos. Para aquellas empresas que quieran volver a radicarse en territorio norteamericano: onshoring; para las que prefieran ubicarse estratégicamente cerca, como México u Honduras: nearshoring, y para lo que, como el Cono Sur, pueda coincidir: friendshoring.
¿Alcanzará eso para tranquilizar? Los empresarios argentinos suponen que no. En el corto plazo, dicen, dependerá de los dólares que el Gobierno pueda conseguir. Y en el mediano, de las respuestas de la dirigencia política. Hay quienes se han empezado a involucrar más directamente. Daniel Novegil, CEO de Ternium y ejecutivo leal a Paolo Rocca; Luis Pagani, dueño de Arcor, y Roberto Urquía, de Aceitera General Deheza, están armando encuentros entre algunos de sus pares y técnicos del Ieral, el instituto de la Fundación Mediterránea, que conduce Carlos Melconian.
Son actos reflejo por lo que puede venir. En su última reunión de junta, el Centro de Estudios Económicos de la UIA proyectó una caída en la actividad por demanda –algo a lo que contribuyen las tasas altas y la política fiscal contractiva–, y por oferta, porque nadie espera que mejore la disponibilidad de dólares. Ante esa perspectiva, discutir con un candidato les da la posibilidad de ubicarse mentalmente en una Argentina hipotética, muy distinta de la que imaginan al menos hasta octubre.ß
A Susan Segal, líder del Council of the Americas, le costó bastante conseguir invitados para la comida del lunes con el Presidente en Nueva York; tuvo que llamar personalmente a las empresas
La idea del almuerzo era conocerse pero, sin quererlo, Patricia Bullrich puso a varios incómodos. ¿O lo hacía con intención? El lunes, en la sede de la Unión Industrial Argentina y ante parte de la conducción de esa central, la presidenta de Pro se metió en un tema sensible, la competitividad fabril. Y a la manera de Patricia Bullrich: dijo que los extranjeros venían a la Argentina y compraban todo tipo de productos con una excepción, la ropa. El dedo en la llaga textil. Luis Tendlarz, representante del sector y uno de los anfitriones, le contestó que eso en todo caso ocurría en los shoppings, pero que afuera, por ejemplo, en el barrio del Once, las tiendas eran más baratas, y que una cosa eran los productos terminados, y otra, los hilados. Y además que, en todo caso, el problema era la carga del Estado. Una discusión eterna, pero también típica de tiempos preelectorales: ¿qué modelo económico permitirá alguna vez despegar?
La campaña obliga a los empresarios a contrastar proyectos. A Massa, con quien tienen la mejor relación, no le auguran futuro más allá de octubre. Con él habrá que resolver las urgencias del presente, múltiples y cada vez más graves, pero la suerte parece estar echada para el Gobierno. La atención está puesta entonces en lo que viene, y eso tampoco parece alentador. Con Bullrich tienen bastantes reparos. Coinciden con ella en la necesidad de una reforma laboral, pero temen que vaya hacia un modelo más extremo, no necesariamente industrial, y que eso la termine enemistando con sus aliados de la UCR y complique la gobernabilidad. En la UIA, además de Tendlarz, le plantearon diferencias Isaías Drajer, de los laboratorios, y Matías Furió, de la Cámara del Juguete. Le recordaron que el sector fabril no había tenido una buena relación con Macri y le propusieron mejorar esa experiencia. Ella contestó que no estaba pensando en abrir la economía de golpe, que había que empezar sacando las distorsiones del Estado sobre la actividad privada y que en todo caso la decisión de competir correspondía a la sociedad.
Los asesores de la invitada conocían esta desconfianza mutua. Por eso algunos se lamentaron de que hubiera surgido el contrapunto. “No era para pelearse”, dijo uno de ellos. Intentaron que no ocurriera lo mismo ayer, con la Cámara Industrial de Laboratorios Farmacéuticos (Cilfa), y ahí sí lo consiguieron. “Hubo empatía, fue una buena reunión”, dijo uno de quienes estuvieron.
Los empresarios no tienen esta vez un candidato ideal. Enredado Massa con la gestión, se sienten más cómodos con Rodríguez Larreta que con Patricia Bullrich. Es cierto que les gustaría que el jefe de gobierno porteño fuera más carismático, pero les entusiasma al menos que se defina a sí mismo como desarrollista. De Milei conocen poco, y ese poco no termina de convencer. Estos intentos por auscultar lo que viene exponen al mismo tiempo un enorme escepticismo con el presente. La Argentina, coinciden casi todos, está al frente a uno de los peores momentos preelectorales de su historia.
No es solo una idea del hombre de negocios local. Quienes acompañaron esta semana a Alberto Fernández en EE.UU. entendieron que es también el modo en que razona la Casa Blanca. Hay un solo motivo por el que, transmiten en el Departamento de Estado, Biden se tomó el trabajo de recibir al Presidente: la administración demócrata está dispuesta a ayudar a la Argentina a llegar sin sobresaltos a octubre.
Es, de todos modos, una lectura muy distinta de la que hace el jefe del Estado argentino. Quienes hablaron con él después de la reunión bilateral dicen que lo notaron no solo exultante con el encuentro personal, sino hasta envalentonado con la interna del Frente de Todos. Que, por ejemplo, interpretó las últimas declaraciones de Máximo Kirchner como una reivindicación para su idea de competir en las primarias. “Si alguien se enoja, vamos a las elecciones y la sociedad define”, había dicho el diputado en el acto del 24 de marzo. ¿Cedió La Cámpora? Alberto Fernández entendió que sí. En la Casa Rosada cuentan que lo ven de mejor humor que nunca.
Tanto optimismo provoca en el establishment económico cierta perplejidad. A Susan Segal, líder del Council of the Americas, le costó bastante conseguir invitados para la comida del lunes con el Presidente en Nueva York. Tuvo que llamar personalmente a las empresas. Una vez ahí, a algunos de los asistentes les molestó que Alberto Fernández hablara como si la Argentina fuera un éxito. Que atribuyera, por ejemplo, el cepo cambiario a Macri sin explicar qué había hecho él al respecto. Esa tensión no volvió a percibirse en Washington, segunda etapa del viaje, sólo porque el jefe del Estado evitó nuevos encuentros con ejecutivos.
El viaje terminó con una mala noticia para la Argentina. La jueza Loretta Preska, de la Corte del Distrito Sur de Nueva York, condenó al Estado a pagar por la estatización de YPF una indemnización que, según la fecha sobre la que se calcule, expropiación o pago a Repsol, podría ir de los 3500 millones a los 17.000 millones de dólares.
El Gobierno –y principalmente Massa– espera que la gira haya servido al menos para que la Casa Blanca influya sobre los organismos para que la Argentina obtenga una partida adicional de dólares. Hasta ahora lo único concreto es la buena disposición: los demócratas piensan que, dada la situación y los tiempos, no tiene sentido ni confrontar discursivamente ni quedar siempre como que Estados Unidos pone condicionantes. Algunos diplomáticos proponen incluso imitar el método de China, especialista en prometer a la Argentina salvatajes que nunca llegan, como aquellos 20.000 millones de dólares de 2004.
Quisieran, con todo, que la Casa Rosada tuviera con los chinos un vínculo menos ambiguo. Como Uruguay, dicen, que al momento de discutir con ellos un tratado de libre comercio puso tres condiciones y cumplió: que el entendimiento no incluyera compra de terrenos; que las inversiones y proyectos se hicieran solo con trabajadores uruguayos, y que las operaciones consistieran en negocios nuevos, no en compra de activos.
Es lo que los demócratas pretenden también para el próximo gobierno argentino, entre otras razones porque no terminan de confiar en Lula como interlocutor de América Latina: los movimientos iniciales del líder del PT respecto de la guerra en Ucrania o la relación con Irán los siguen desconcertando. La premisa norteamericana vuelve a ser evitar conflictos en la región. Ya bastante tienen con un mundo al que le asignan un nuevo estatus: el de la stanglobalisation, una especie de meseta en el proceso de globalización. En esa nueva etapa, razona el Departamento de Estado, hay lugar para todos. Para aquellas empresas que quieran volver a radicarse en territorio norteamericano: onshoring; para las que prefieran ubicarse estratégicamente cerca, como México u Honduras: nearshoring, y para lo que, como el Cono Sur, pueda coincidir: friendshoring.
¿Alcanzará eso para tranquilizar? Los empresarios argentinos suponen que no. En el corto plazo, dicen, dependerá de los dólares que el Gobierno pueda conseguir. Y en el mediano, de las respuestas de la dirigencia política. Hay quienes se han empezado a involucrar más directamente. Daniel Novegil, CEO de Ternium y ejecutivo leal a Paolo Rocca; Luis Pagani, dueño de Arcor, y Roberto Urquía, de Aceitera General Deheza, están armando encuentros entre algunos de sus pares y técnicos del Ieral, el instituto de la Fundación Mediterránea, que conduce Carlos Melconian.
Son actos reflejo por lo que puede venir. En su última reunión de junta, el Centro de Estudios Económicos de la UIA proyectó una caída en la actividad por demanda –algo a lo que contribuyen las tasas altas y la política fiscal contractiva–, y por oferta, porque nadie espera que mejore la disponibilidad de dólares. Ante esa perspectiva, discutir con un candidato les da la posibilidad de ubicarse mentalmente en una Argentina hipotética, muy distinta de la que imaginan al menos hasta octubre.ß
A Susan Segal, líder del Council of the Americas, le costó bastante conseguir invitados para la comida del lunes con el Presidente en Nueva York; tuvo que llamar personalmente a las empresas
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