Una “clase” para condicionar
Claudio Jacquelin
Las sorpresas estuvieron ausentes para los que esperaban que los misterios sobre las candidaturas oficialistas empezaran a develarse en la tarde-noche de La Plata. No es tiempo ni están dadas las condiciones para hacerlo. La precariedad y la imprevisibilidad no encuentran un ancla. Como los precios y el dólar.
Antes que nada, Cristina Kirchner hizo, en su “clase magistral” en La Plata, una escenificación de la centralidad que conserva entre los propios, con el clamor de fondo de una sala de teatro pidiendo por una candidatura que sigue manteniendo en el misterio. Aunque pareció reforzar su renunciamiento al decir “yo ya lo di todo”, tampoco cerró la última puerta.
También, fue una reafirmación de la alianza que por necesidad mantiene el cristicamporismo con el massismo, amenazada por un enemigo recargado: la derecha liberal, a la que le dedicó buena parte de su presentación.
El discurso de Cristina Kirchner tuvo como eje una encendida y extensa reivindicación y ratificación de su pensamiento económico-político, más en el rol de líder de una facción que intenta condicionar la construcción electoral de su espacio que como una vicepresidenta en ejercicio. Fue explícita en ese plano al decir dos veces que “hace falta construir programas de gobierno”. Mensaje para Sergio Massa.
No pareció importar que esa fijación de posiciones económicas se contradiga en los hechos con las de sus actuales socios, que alguna vez fueron encarnizados adversarios. En todos los casos, parecieron más expresiones de debilidad que de fortaleza, que solo la urgencia y el temor a la pérdida del poder pueden conciliar. Por eso, hubo elogios pero también algunas elípticas y asordinadas críticas a “Sergio”, como lo llamó con familiaridad al ministro de Economía.
Tampoco esa absolución de contradicciones es una novedad. Las diferencias encuentran un punto de consenso y de paz en el oficialismo cuando la situación política y económica pasa de estar al borde de la cornisa para empezar a planear sobre el abismo. Los adversarios internos suspenden los ataques públicos (no las zancadillas privadas) entre sí para empezar a culpar al unísono a los enemigos externos por sus desgracias y especialmente, por las desgracias que padecen todos los argentinos.
Así, la celebración del 20° aniversario de la derrota triunfal de Néstor Kirchner en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2023, que fue evocada ayer, opera de referencia estimulante. No tanto para la esperanza como para alimentar una ilusión electoral que se marchita a diario con la marcha de la economía.
Aquel 22 por ciento de los votos que abrió el largo ciclo kirchnerista, hoy en su ocaso, se asemeja en mucho a los pronósticos de porcentajes de votos para el oficialismo que surgen ahora de las encuestas. Aunque para utilizarlo como base de lanzamiento haya que olvidar el hito del 54% que lograron Cristina Kirchner y Amado Boudou en las elecciones de 2011. Desde entonces todo se desliza por un tobogán. No hay lugar para más fracturas.
Las diferencias con 2003 son hoy demasiadas y la vicepresidenta no pudo ocultarlo, aunque intentó trazar paralelismos desde el comienzo de su discurso, al afirmar que “el pasado se torna presente” para luego agregar o advertir “y tal vez frustre el futuro”.
En esas remembranzas, la referencia hecha al “que se vayan todos” de 2001-2002 no debe haber sonado agradable para el gran ausente ayer en La Plata, el Presidente que ella construyó, para quien no hay indulto. Un abismo que se vuelve otra vez amenazante.
La necesidad de actualizar consignas se torna así perentoria y es indisimulable, como se vio en La Plata. Por eso, acaba de modificarse (o ampliarse) el santo y seña utilizado hasta hace nada por funcionarios, dirigentes y militantes de todas las facciones frentetodistas para zafar de las encrucijadas que los obligaban a dar explicaciones por los errores, incumplimientos y tropiezos del Gobierno.
“Ah, pero la derecha”
Del ya famoso “ah pero Macri” se pasó ahora a “la culpa es de la derecha”. Con Juntos por el Cambio como culpables no alcanza y tampoco quieren darle a esa coalición tanta centralidad. Sigue siendo el adversario a batir.
Por eso, sumaron a los libertarios antisistema y Cristina Kirchner les dedicó a ellos la mayor parte de sus contraargumentos. Como si la emergencia y crecimiento de Javier Milei y sus seguidores no estuviera relacionado directamente con los fracasos de la actual gestión de la cual ella es responsable y parte, aunque se empeñe en distanciarse.
La vicepresidenta terminó por convalidar la nueva variante del anatema que destina a los enemigos en su reaparición pública convirtiendo a la derecha liberal en el contradestinatario dominante de su discurso.
A ella nunca le importa que los hechos se empeñen en cuestionar simplificaciones por más que se revistan de extensas argumentaciones. Las contradicciones internas son inocultables .
Tampoco importa que el artilugio de construir enemigos no sea novedoso y solo sirva para anestesiar penurias y darles alguna línea argumental a los fieles que no dudan, pero sí padecen la crisis que su gobierno no puede o no sabe resolver y solo ha tendido a agravarse sin solución de continuidad.
Solo queda Massa y está herido
Sergio Massa es el último bastión que les queda a los cristinistas que ayer la aplaudieron en La Plata y están condenados como ella a sostenerlo, aunque su performance no arroje éxitos en las variables que más impactan sobre la sociedad en general y su electorado, como la inflación y el deterioro constante y acelerado de la moneda.
La corrida cambiaria de los últimos días, después del récord inflacionario del 7,7% de marzo, aportó el nuevo pegamento para reforzar la alianza contranatura (o gracias a la naturaleza del poder) que componen el cristicamporismo y el massismo. Facciones que desde sus orígenes y hasta no hace tanto se ubicaban en las antípodas ideológico-políticas y, sobre todo, discursivas del arco frentetodista.
Las diatribas anti norte americanas y antifondomonetaristas que Cristina Kirchner y sus fieles de La Cámpora siempre han expresado logran ahora en el plano narrativo encontrar atajos para tratar de disimular inconsistencias y hallar coincidencias con la histórica (y muy actual) adscripción y dependencia de Sergio Massa a los poderes del Norte. La vicepresidenta no lo ocultó sino que lo terminó explicitando ayer.
La reformulación o “rebalanceo” (como lo llaman para no hablar de revisión ni de nuevo acuerdo) de lo pactado con el Fondo Monetario Internacional en el que avanzan Massa y su equipo para acomodar las metas a la más deteriorada realidad económica nacional es el hecho que permite la confluencia, junto a la denuncia de la conspiración de la derecha.
La renegociación de la deuda y su correspondiente acuerdo con el FMI que Cristina Kirchner volvió a denostar es el que firmó Martín Guzmán, al que el cristicamporismo condena, y no el que su defendido sucesor “Sergio” intentó cumplir a rajatabla, pero sin éxito, y ahora se apresta a revisar con el beneplácito del organismo. La sequía histórica tiene su parte positiva a la hora de disimular políticas económicas inconsistentes y procrastinaciones políticas inconducentes.
Por eso, unos ya no hablan de romper con el maldito organismo imperial de crédito, sino de hacer un nuevo acuerdo, mientras el otro exagera diferencias. Ambos coinciden en vociferar la culpabilización al macrismo por haber traído de vuelta al FMI. Puestas en escenas de un teatro de sombras en el que cada uno desempeña un papel preestablecido.
Con esa escenificación de trasfondo, parte del equipo económico emprende un nuevo viaje a Washington para justificar desviaciones de lo pactado y pedir clemencia y ayuda para salir de la nueva encrucijada.
Al mismo tiempo, el eficaz equipo de comunicación de Massa exagera las concesiones que hace el organismo de crédito como si fueran fruto de su rudeza para negociar y no del temor cada vez más palpable de que el sistema colapse con consecuencias imprevisibles. Así, disimula decisiones no menos costosas como la de subir la tasa de interés a un nivel record de más del 90 por ciento.
El massismo explota y sobreactúa, además, las preocupaciones geopolíticas de Washington. Al temor de que se produzca más desorden en una región ya muy complicada, se suma para inquietud de Estados Unidos la ampliación de la presencia o dependencia de China.
En tal contexto, la efectivización del swap chino para pagar importaciones desde ese país es parte de esa exagerada puesta en escena. Amenazas con balas de fogueo.
El comercio con China no es la preocupación central de Estados Unidos, sino el avance de ese país en cuestiones vinculadas con la seguridad y la energía. Pero todo sirve para construir escenarios.
La activación del préstamo en yuanes no es un posicionamiento geopolítico antinorteamericano y prochino del gobierno argentino. Solo busca evitar que la crisis de reservas genere más estancamiento de la economía que el que ya se prevé y que se estima terminará en una caída anual del PBI del orden del 4 por ciento. Como para sumar más viento de frente a las aspiraciones electorales del oficialismo.
Según cálculos de economistas de la oposición que conservan buenas fuentes en el Banco Central, allí quedarían apenas 1500 millones de dólares de reservas netas, incluyendo los depósitos especiales de giro, casi la cuarta parte de lo que se necesita mensualmente para afrontar importaciones. Así de crítica es la situación.
Es un hecho que las herramientas con las que cuenta el oficialismo para llegar al fin del actual mandato y encarar con posibilidades el proceso electoral son escasas en lo económico y en lo político.
Quedó expuesto otra vez en La Plata. El oficialismo y sus principales dirigentes se encomiendan al temor a un nuevo fantasma. “Ah pero la derecha”, es la consigna que se impone en esta hora de incertidumbre recargada.
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