Un shot de poesía en tu remera
Elvira Sastre Sanz @elvirasastre: Algo cambió en este viaje a la Argentina. Algo por dentro que necesitaba moverse. Como siempre que cruzo el charco: casi nunca me caigo, solo llego.
El tuit es de unos días antes de que la escritora española Elvira Sastre -que acaba de ganar el premio Seix-Barral de novela corta por Días sin ti- cerrara su gira argentina, hace un par de semanas, tras pasar por el Congreso de la Lengua y llenar teatros en varias ciudades del país simplemente leyendo poesía. Sastre dice que no tuitea poemas, sino que los escribe en su computadora y después los comparte. Sus posteos en las redes, que suman miles de likes cada vez, son lo que muchos llaman con dejo despectivo: "Poesía de remeras".
El fenómeno es mundial: la poeta indocanadiense Rupi Kaur (@Rupikaur) comenzó escribiendo en un tumblr y hoy lleva vendidos más de 2,5 millones de copias de su antología de poemas e ilustraciones feministas Milk and Honey, que estuvo en la lista de best seller de The New York Times por setenta y siete semanas. Si hubiera estado invitada este año a la Feria del Libro, sería sin dudas una de las figuras más convocantes.
En la Argentina, Mercedes Romero (@merconfiltro), Paula Soto (@pawsoto), Gustavo Yuste (@gustavoyuste) y Camila Cervio (@camilacervio) suman miles de seguidores en Instagram; Romero incluso contó hace un tiempo en redes que una marca de ropa quiso comprarle algunas frases a precio vil. Difícil saber cuánto vale una poesía, incluso aquella cuyo destino impreso en algodón sea darle ánimo a una chica triste cuando ya tenga hasta las letras agujereadas. Difícil como medir lo que nos hace felices.
"Ahora te parece una caída
En unos años
vas a ver
que era solo
un salto". @merconfiltro
La poesía que llega por celular es instantánea y masiva. Puedo leer en dos segundos un posteo consonante o asonante y sonreír y darle clic al corazoncito y hacer feliz a un poeta de las redes y eso me hace también un poco más feliz a mí porque hacer feliz a un poeta no es algo tan fácil. Pero tal vez a un instagrammer sí. O a un captionfluencer.
Los megacaptions con textos largos, cargados y emocionales, con mensajes de superación hasta para contar un canje de sushi, también son tendencia en Instagram. ¿También eso es poesía o solo la necesidad de llamar más la atención, de conectar más allá de lo que permite una foto en un mundo de estímulos constantes?
La inglesa Anastasia Dedyukhina, autora de Homo Distractus y nueva gurú del minimalismo digital, dice que el teléfono es adictivo porque "es un shot de dopamina irreal. No hace falta hacer mucho para conseguirlo: vale con subir una foto y recibir un me gusta". O recibir la respuesta del chat que nos importa, o el DM que esperamos, o un like en el poema. Una droga barata de efecto instantáneo. Felicidad al alcance del pulgar. Poesía masticable para leer en el subte, versión exitosa de los libritos atados a mano que repartían los poetas malos y los malditos en los andenes. Un shot de poesía.
El prejuicio, lo sé, me impide imaginar horas de trabajo sobre una palabra para que suene redondita y justa, ¿importa eso si después inspira a miles? La lectura en continuado es como un déjà vu de mi agenda adolescente y un poco siento que casi todo me suena de otro lado, de cosas que nos decimos a veces para consolarnos, de sobrecitos de café que leí a las apuradas esperando que me anticiparan la suerte de una cita, de los libros de aforismos que nos regalábamos en broma cuando todo nos causaba más gracia, ¿importa eso si la gente hace fila en los teatros para escuchar algo parecido a la poesía?
Quizá, como la dopamina, la poesía instantánea se agota demasiado rápido, es un shot irreal. Eso me resulta en sí mismo bastante poético.
M. F.
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