miércoles, 14 de agosto de 2019

AUTOR Y LECTURA RECOMENDADA,


Ortega y Gasset, una voz que todavía resuena
A ochenta años de la tercera visita del pensador español al país, sus observaciones aún parecen aplicables a la Argentina del presente
José Ortega y Gasset, en el centro, durante una de sus visitas a la Argentina 


Por Enrique Aguilar y Roberto Aras.

José Ortega y Gasset mantuvo con la Argentina una relación particular, en virtud de la inusual repercusión que sus palabras tuvieron entre nosotros. Durante casi treinta años, no solo se ocupó de darnos a conocer las tendencias filosóficas que estaban cambiando el ambiente espiritual de Europa, sino que nos previno acerca del futuro que nos estábamos construyendo.
Su primer viaje a estas tierras tuvo lugar en 1916, cuando ya había publicado Meditaciones del Quijote y se revelaba como el gran portavoz de la llamada generación del 14. Si bien nos encontró libres de prejuicios e imbuidos de un especial talento para absorber "hombres de toda oriundez" en la unidad de un Estado, en sus "Impresiones de la Argentina" alertó acerca de nuestra escasa preocupación por la ciencia, que contrastaba con el "exclusivismo" de nuestros afanes económicos y utilitarios. "Son ustedes más sensibles que precisos -nos diría también-, y, mientras esto no varíe, dependerán ustedes íntegramente de Europa en el orden intelectual." En palabras de Mariano Grondona, había sido una forma de ver bajo el agua "esa Argentina que andaba bien, sentía y pensaba mal".
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El segundo viaje, en 1928, le permitiría, entre otras cosas, adelantar al público local, en el marco de un curso titulado "Introducción al presente", partes significativas de la obra que le diera proyección internacional: La rebelión de las masas.
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Con mayor conocimiento de la sociedad porteña y de sus principales arquetipos, se animó a proponernos una radiografía psicológica que condensó en dos artículos, "La Pampa... promesas" y "El hombre a la defensiva", los cuales desatarían una polémica que involucró por igual a medios periodísticos, escritores y demás referentes culturales. Ortega sostenía que el rasgo esencial de la vida argentina era ser promesa. "[...] Todo vive aquí de lejanías -y desde lejanías. Casi nadie está donde está, sino por delante de sí mismo".

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Por eso, cuando esas proyecciones no se cumplen, la vida queda como mutilada y dispuesta a ser desalojada de "la inverosimilitud en que posaba". Asimismo, lo impresionaba la inautenticidad y el narcisismo del argentino medio, un tipo de hombre que vivía permanentemente a la defensiva y "de espaldas a la vida, fija la vista en su quimera personal".
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Pero lo que nos importa más es la tercera estada de Ortega en la Argentina, transcurridos ochenta años desde que se inició, a mediados de 1939 y como prolongación de su exilio.
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 Padeció entonces un magro reconocimiento público, numerosos contratiempos y grandes decepciones (llegó a hablar de la "nulidad" de su vida en ese lapso, que se extendió hasta febrero de 1942), a lo que se sumó una salud debilitada que previamente lo había puesto al borde de la muerte en París.
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 Al mismo tiempo, aunque quiso ofrecernos "exploraciones insospechadas del puro pensamiento intacto de política", su silencio en torno a la Guerra Civil Española provocó la hostilidad de unos y otros.
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 Fue víctima de la piratería editorial y naufragó aquí, además, como ha contado en detalle Marta Campomar, su intento de continuar la obra interrumpida de Revista de Occidente y asegurarse con ello una fuente de ingresos.
Ironías punzantes
Sin embargo, Ortega supo brindarnos sus ensayos sobre el Imperio Romano, artículos notables como "El intelectual y el otro", sus cursos sobre "El hombre y la gente" y "Sobre la razón histórica", el libro Ideas y creencias, o las ironías punzantes de su "Balada de los barrios distantes", donde expresó: "¿Qué tengo yo que hacer en el centro de Buenos Aires, queréis decírmelo? Soy lo contrario de un hombre de negocios. No participo en intrigas. No tengo oficina. Mis relaciones sociales son sobrias. Detesto las reuniones en que hablan de política los que no entienden ni de política, pero están resueltos a salvar este país y, de paso, los demás países y, encima, la humanidad. ¡Ah..., y también la cultura! Porque la cultura está en peligro y ellos, precisamente ellos, la van a salvar".
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De finales de 1939 data la conferencia "Meditación del pueblo joven", pronunciada en la Universidad Nacional de La Plata y recordada especialmente por la fórmula "¡Argentinos, a las cosas, a las cosas!" en que se cifraba una prédica constante hacia nuestro país. Ortega atribuía a nuestro carácter de pueblo joven el hecho de que nuestra existencia se revelara "como puro afán que se consume a sí mismo sin llegar a su logro, como savia que asciende anhelante y se desespera por no llegar nunca a ser fruto, como un no parar de hacer cosas y, a la par, una impresión de no tener qué hacer, de vivir una vida con pobre progreso".
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Por eso, cuando el vivir ex abundantia tocaba su fin para nosotros, nos conminó a apurarnos en emprender, como un Adán saliendo del paraíso, una nueva marcha venciendo las rémoras que nos detenían: la envidia, en primer lugar, y ese "fondo de inmoralidad" que era menester arrojar fuera de nuestras almas y sustituir, según nos había dicho años atrás, por "un enérgico repertorio de reacciones morales que funcionen". Es oportuno citar el párrafoin extenso: "¡Argentinos, a las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que dará este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal".
Preocupación y perplejidad
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Máximo Etchecopar, uno de los intelectuales que más frecuentó a Ortega durante su exilio argentino, pronunció en 1966 una conferencia referida a aquella "Meditación" en La Plata: "A todos nos preocupa el país -dijo-, y a todos esta preocupación nos sume en perplejidad. Una perplejidad, hay que reconocerlo con entereza de ánimo, vecina del abatimiento. Quien no advierta ni mida la desesperanza cívica que hoy cunde por todo el cuerpo social, que se da tanto en el hombre de la calle, como en gentes encumbradas y con mando público, nada sabe lo que de verdad pasa -está pasando- en la Argentina". Si no hubiésemos precisado la fecha, podría afirmarse que estas palabras registran el tono anímico general de estos días.
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También en "Meditación del pueblo joven" podemos encontrar otros mensajes dirigidos a los argentinos de hoy. Por ejemplo, cuando, al aludir Ortega a las críticas a las que era sometido por su silencio sobre la situación de España, nos propone un camino de comprensión mutua en un párrafo donde podemos descubrir entre líneas una analogía entre ambas naciones. Dice Ortega: "El secreto es -y noten si es osado decir esto- que ese español enemigo en el fondo me estima y hasta me quiere, porque dentro de él está mi vida como dentro de la mía la suya -sólo que la expresión de ese estimarme y quererme es precisamente agredirme [?]. Nos sabemos vitalmente los unos a los otros, nos consabemos o somos lo consabido recíprocamente. Y lo demás es simple palabreo, lo demás es gana de hablar, y hablar, como hemos visto, es casi siempre no entenderse, intento que es fracaso en sí mismo, utópico afán".

En la perspectiva de la razón histórica que fecundaba el pensamiento orteguiano, solo la convivencia esclarecida por una firme voluntad de conocimiento puede dar lugar a una apertura cordial, del corazón y del sentimiento. Si pudiéramos aceptar y tratar de seguir ese invalorable consejo, seguramente estaríamos honrando la última lección que nos dejó este maestro ejemplar.

Profesores de la UCA y miembros de la Fundación Ortega y Gasset Argentina

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