domingo, 11 de agosto de 2019

EL ANÁLISIS DE JOAQUÍN MORALES SOLÁ,


Las grandes cosas que se ponen en juego

Joaquín Morales Solá
Dos hombres que se preparaban para el retiro lograron, sin proponérselo, una importante reconfiguración del sistema de partidos.Alberto Fernández y Miguel Ángel Pichetto tienen escaso carisma, nunca fueron candidatos nacionales (aunque Pichetto fue durante décadas legislador nacional) y no representan cabalmente la identidad de los lugares donde están ahora. Ni Fernández es un cristinista o un camporista ni Pichetto es una versión de Pro o del antiguo Cambiemos. De hecho, Cambiemos debió modificar su nombre por Juntos por el Cambio para dar cabida a Pichetto.
Alberto Fernández solía diferenciar, hasta su reconciliación con Cristina Kirchner, entre el kirchnerismo y el cristinismo. Él era un kirchnerista, no un cristinista.
Los dos hicieron contribuciones importantes a las alianzas que disputarán hoy la primera ronda de las elecciones presidenciales. Sergio Massa entró al cristinismo por la puerta que le abrió Alberto; le habría sido muy difícil ingresar por el pequeño resquicio que le hubiera permitido Cristina. No obstante, Massa le prendió fuego, con Alberto o con Cristina, a su carrera política. Si bien Cristina tiene los votos, Alberto Fernández le acercó también a los gobernadores peronistas, a esos mismos mandatarios que en los primeros dos años de Macri decían públicamente que la expresidenta pertenecía a un pasado que no volvería. La única excepción fue Juan Schiaretti. El gobernador de Córdoba decía de Cristina lo mismo que dice ahora, y contra esas convicciones no pudo ninguna de las muchas gestiones que hizo Alberto. Pichetto le aporta a Macri más previsibilidad que votos, aunque el senador lidera una corriente interna de peronistas. Nunca los inquietos mercados estuvieron tan seguros de la continuidad de Macri (y de cómo sería la gobernabilidad en un segundo mandato del Presidente) como en el momento en que se supo que Pichetto sería candidato vicepresidencial. Un negociador experimentado, un interlocutor asiduo de los gobernadores, un viejo constructor de mayorías parlamentarias, un político respetado por empresarios y sindicatos secundaría a Macri. El Presidente es la garantía de muchas cosas, una novedad inesperada de la política argentina, pero es también el líder de una coalición nueva y, a veces, frágil. La compañía de Pichetto lo fortaleció frente al electorado y a los poderes fácticos. Fue la más acertada decisión de Macri en esta campaña. Pichetto contribuyó a la estabilidad de la economía y, por esa vía, a la cosecha de votos.
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Sin esos dos hombres no hubiera sido posible vislumbrar por primera vez el viejo sueño de politólogos y sociólogos: la existencia en la Argentina de dos grandes polos ideológicos, uno de centroderecha y otro de centroizquierda. Antes no pudieron existir porque peronistas y radicales eran en sí mismos alianzas que cubrían todo el arco ideológico. El hecho nuevo es que ni el peronismo ni el radicalismo son ya lo que fueron, y quizás nunca lo vuelvan a ser. El Partido Justicialista es ahora un socio menor del cristinismo y el radicalismo es un aliado mediano del macrismo. Tampoco es seguro que esos dos bloques permanezcan en el tiempo ni que expresen adecuadamente las ideas de la derecha y de la izquierda. ¿Es Macri de derecha? ¿Es Cristina de izquierda? Un genuino representante de la derecha no amplía el gasto social como lo hizo Macri. Una líder de la izquierda no se hace rica, o no debería, mientras cumple tareas como funcionaria pública. Miremos solo las declaraciones juradas de Cristina, mientras esperamos las conclusiones de la Justicia sobre un enriquecimiento de miles de millones de dólares.
La centroizquierda, lo que en Europa es la socialdemocracia, no cuenta con jueces dispuestos a poner el trabajo periodístico bajo investigación de una comisión, que tiene, además, un manifiesta tendencia. El juez Alejo Ramos Padilla, de clara filiación cristinista, hizo eso con Daniel Santoro. Mandó que su trabajo fuera investigado por la Comisión Provincial de la Memoria (un organismo bonaerense que investiga y archiva documentos sobre los años de la dictadura, presidido actualmente por Adolfo Pérez Esquivel) para que establezca si el trabajo de Santoro constituye "operaciones de acción psicológica". Esa comisión no es un organismo auxiliar de la Justicia; es decir, no está habilitada por la ley para colaborar imparcialmente con los jueces. Ramos Padilla colocó al periodista en manos de una comisión para que lo siga maltratando. El caso Santoro es un precedente nefasto para todo el periodismo argentino, porque es un prenuncio triste, el lúgubre presagio de probables persecuciones. Estas son cosas que la centroizquierda moderna no hace.
Son cosas del populismo. El problema de politólogos y sociólogos argentinos es que cuando parece cumplirse su sueño, uno de los bandos empieza a forzar los límites del sistema. ¿Es Cristina de centroizquierda? ¿O es, en cambio, una política antisistema? No es lo mismo. El mundo está lleno ahora de líderes populistas o antisistema. Donald Trump, en los Estados Unidos; Jair Bolsonaro, en Brasil; López Obrador, en México; Matteo Salvini, en Italia, y Boris Johnson, en Gran Bretaña, entre varios más, desafían un día sí y otro también al sistema que les permitió acceder al poder. El populismo no es de izquierda ni de derecha. Es una corriente que, cabalgando sobre protestas auténticas de vastos sectores sociales, termina destruyendo al sistema y a sus instituciones. Cualquier populismo comienza sus tareas atropellando al periodismo.
Es posible que en el aspecto en el que mejor se refleja la competencia entre los dos polos sea en la concepción del papel del Estado. El kirchnerismo cree que la economía no funciona sin una injerencia absoluta del Estado. Guillermo Moreno fue una caricatura violenta de esas ideas, pero las expresaba con sinceridad. Macri sostiene, al revés, que el Estado debe crear las bases para que los empresarios inviertan y hagan crecer la economía. Le reserva al Estado un papel regulador, solo protagónico en las cosas que son indelegables, como la educación, la salud pública, la seguridad y la infraestructura.
Ahora bien, ¿Cristina y Alberto Fernández, las dos cabezas de ese polo de centroizquierda, piensan lo mismo sobre la economía? En los spots de campaña Alberto pedía que lo recordaran como jefe de Gabinete de Néstor Kirchner; nunca habló de esa misma función que cumplió con Cristina. La propia Cristina dijo en el acto de campaña en Rosario que Alberto fue un excelente jefe de Gabinete de Néstor; no hizo ninguna mención a cuando lo fue de ella. La mejor experiencia de esa discrepancia en la nueva diarquía fue el severo encontronazo entre el asesor económico de Alberto, Guillermo Nielsen, y el candidato a gobernador de Buenos Aires por el cristinismo, Axel Kicillof. Nielsen calificó en un reportaje público de "ignorante" a Kicillof, que es el ahijado político de Cristina. Kicillof reconoció luego sus discrepancias con Alberto, a quien describió solo como un compañero de "espacio". Nielsen frecuenta a Alberto desde hace mucho tiempo. Nielsen es la expresión mas cabal de que las discusiones ideológicas en la cima se licuan cuando llegan a los técnicos que deben resolver sobre las políticas públicas. La realidad es como es.
Caben pocas dudas, o ninguna, de que el viejo sistema de partidos que conformaron durante 70 años el peronismo y el radicalismo estaba definitivamente agotado. El radicalismo sucumbió entre graves errores y el acoso permanente del peronismo cuando los discípulos de Yrigoyen estuvieron en el poder. El peronismo cayó entre los estrépitos de la ineptitud y la corrupción. La experiencia indica (es el caso de Brasil y de México, para citar a los más cercanos) que liderazgos disruptivos suelen reemplazar a los partidos concluidos. La pregunta que la Argentina no ha respondido aún es si su viejo sistema será reemplazado por dos bloques ideológicos homologables por la sociedad y el mundo o si regresará a una experiencia populista que barrerá con las libertades y el sentido común.

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