domingo, 29 de septiembre de 2019
LECTURA RECOMENDADA,
Olga, de Bernhard Schlink
Pocos relatos lograron capturar la visión, los sueños y los equívocos de una época como lo hizo la famosa novela El lector, de Bernhard Schlink (Bielefeld, 1944), que condensa en una inesperada historia de amor la tragedia de la Segunda Guerra Mundial y fue llevada con igual éxito al cine (la película fue protagonizada por Kate Winslet y Ralph Fiennes). De ahí las expectativas que genera, veinte años y cinco novelas más tarde Olga, la nueva obra del escritor alemán, en la que se busca entrelazar, otra vez, la intimidad de una mujer con la historia de Alemania en el siglo XX.
En apariencia, Olga Rinke es una persona común: vive desde fines del siglo XIX en el este del imperio alemán; es pobre, huérfana y se hace amiga entrañable de dos hermanos de una clase acomodada. Lo extraordinario es que sus aspiraciones elevadas la impulsan a investigar, leer y descubrir el mundo a su alrededor más allá de las convenciones de su época. Se propone ser maestra, estudia sola, logra recibirse y da clases en una escuela. Se enamora de su amigo Herbert y sigue sus sentimientos a pesar de las adversidades que ese vínculo va a acarrearle a lo largo de su vida. Es decir, su fortaleza de espíritu la lleva a actuar de acuerdo con sus ideas con un sentido profundo del bien y del amor.
El argumento de Schlink rescata de manera sólida el espíritu de la novela tradicional del siglo XIX. La estructura, en cambio, se arriesga a jugar con las voces narrativas y genera la ilusión de un relato coral. Al principio una tercera persona cuenta la infancia y la vida de Olga hasta su madurez, bajo el manto ficticio de la objetividad. Sin embargo, poco antes de la segunda parte, se revela que el verdadero narrador es Ferdinand, un joven que procura recuperar el pasado de la anciana costurera que se sentaba en su cama infantil mientras estaba enfermo. Recién en el tramo final, la voz de la protagonista va a aparecer en una serie de cartas que le envió a su amado durante más de sesenta años.
Más allá de ese interesante juego narrativo, la vida privada de Olga se desvanece un poco entre los grandes acontecimientos que diezmaron el mundo occidental. A diferencia de la experiencia conmovedora de Hanna, la mujer madura de El lector que fue guardia del nazismo, las peripecias que vive Olga no tienen la misma capacidad narrativa para resonar entre sucesos como las guerras, el nacionalsocialismo y el afán conquistador de Alemania.
El problema no es la historia en sí, sino el punto de vista de la narración, distante y algo moralista, que convierte en siluetas imprecisas a personajes que podrían haber alcanzado un aliento épico. Mientras que en novelas anteriores -no solo en el El lector, sino también en Mujer bajando la escalera-, Schlink entrelaza la vida personal y la historia en una sinfonía luminosa sobre la humanidad, en Olga la crítica a la política en Alemania desplaza por completo la intensidad de la experiencia individual. Tanto es así que los personajes no retratan seres en conflicto, sino que se limitan a representar una posición ideológica. Puede ser que el exceso de explicaciones y de frases sentenciosas colaboren para subrayar ese efecto. La ausencia de matices, en todo caso, hace que el relato aparezca como un mero pretexto para demostrar que no todos los alemanes compartían las aspiraciones de grandeza de Bismarck y el plan demencial del Tercer Reich.
Los mejores tramos de la novela recuerdan, a pesar de su brillo, menor al de El lector, el estilo que consagró a Schlink, entre el relato objetivo y la reflexión, y logran captar en escenas conmovedoras las huellas que deja la guerra en la gente común. En especial, la imposibilidad de mantener la vida privada al margen de los sucesos públicos. Por suerte, la vida íntegra de esta mujer va a dar un giro imprevisible que desbarata, a último momento, la quietud de su existencia, y también de la lectura de Olga.
Olga
Bernhard Schlink
Anagrama
Trad.: Carles Andreu
254 páginas
$ 685
V. B.
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