domingo, 17 de noviembre de 2019

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El arte y la ciencia de aprender
Nora Bär
Nora Bär
Cómo es posible, nos preguntamos los que practicamos este oficio voraz que Gabriel García Márquez calificó como "el mejor del mundo", que después de décadas de ejercerlo no nos cansemos de pensar en esto a cada momento, y nos aboquemos a cada nuevo artículo con más pasión e interés que al precedente. Tal vez la respuesta esté en que nos da la oportunidad de aprender día tras día sobre los temas más diversos.

La evolución convirtió al aprendizaje y el descubrimiento en uno de nuestros placeres más preciados. Pero a pesar de que la ciencia ya desentrañó varios de los procesos que lo hacen posible, lamentablemente en muchos casos esos hallazgos no se aplican en las escuelas.

En ¿Cómo aprendemos? Los cuatro pilares con los que la educación puede potenciar los talentos de nuestro cerebro (de reciente publicación por Editorial Siglo XXI), el notable neurocientífico y presidente del Primer Consejo Científico del Ministerio de Educación de Francia, Stanislas Dehaene, los repasa en un texto apasionante que nos hace compartir su deslumbramiento: "Cuanto más estudio el cerebro -confiesa- más me impresiona".

"Nuestra especie hizo del aprendizaje su especialidad. Más que ser integrantes de la especie Homo sapiens, formamos parte de Homo docens, la especie que se enseña a sí misma -afirma Dehaene-. La fuente secreta de todos nuestros logros es una sola: la extraordinaria facultad del cerebro de formular hipótesis y seleccionarlas para transformar algunas de ellas en conocimientos sólidos".
Como sus otras obras, este libro es oro en polvo. Analiza qué es aprender, derriba mitos de larga data, nos sorprende con las por ahora inigualables capacidades del cerebro humano y, tal vez lo más importante, ofrece consejos para padres y maestros que pueden llevarse a la práctica sin grandes inversiones.

Para el científico, el aprendizaje se basa en cuatro ejes: la atención (que amplifica la información sobre la que nos concentramos); el compromiso activo (la curiosidad que incita al cerebro a evaluar todo el tiempo nuevas hipótesis); la revisión a partir el error (que compara las predicciones con la realidad y corrige los modelos que elaboramos acerca del mundo); y la consolidación (que automatiza lo que aprendimos, en especial, durante el sueño). Y subraya la importancia de la escolarización para el desarrollo de las capacidades individuales al mencionar, por ejemplo, que la memoria de corto plazo de un analfabeto es casi una tercera parte de la de una persona escolarizada.

Pero particularmente valiosas son sus conclusiones, varias de las cuales van en contra de las nociones más difundidas. Entre ellas, subraya que el bebé no es una tábula rasa, sino que desde el primer año de vida dispone de un enorme conjunto de conocimientos sobre objetos, números, probabilidades, el espacio y las personas; el aprendizaje no se produce por la simple exposición a datos o clases magistrales. Y el error tampoco es la marca de los malos alumnos: equivocarse es parte integrante del aprendizaje. Dehaene también destaca que el sueño amplifica por diez o por cien lo aprendido durante el día.
Por otro lado, recomienda aprovechar los primeros años para exponer a los chicos a una segunda lengua; enriquecer su entorno; favorecer la curiosidad, la autonomía y el compromiso activo; hacer de cada día de escuela algo placentero; buscar siempre una comprensión profunda; aceptar y corregir los errores, necesarios para actualizar los modelos mentales.

Los maestros tienen el futuro del mundo en sus manos, subraya el científico. Se merecen más respeto y mucha más inversión. Pero así como hay que capacitarlos a ellos y ellas, hay que involucrar a las familias. Enseñar a aprender es una tarea que nos concierne a todos. Tal vez la más urgente que tengamos entre manos.

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