jueves, 16 de enero de 2020

LA PÁGINA DE LAURA DI MARCO,


La palabra limada

Laura Di Marco

En el seno del nuevo poder se planteó un cruce picante entre Vilma Ibarra y Alberto Fernández, a raíz de una foto en la que el Presidente aparecía presidiendo el acuerdo multisectorial rodeado de una marea de testosterona. "Para poner a la Argentina de pie somos imprescindibles las mujeres", le recordó la funcionaria. El chisporroteo se anudó con la ostensible inequidad de género en el gabinete albertista: sobre un elenco de 21 casilleros, solo designó a cuatro ministras. Una arbitrariedad que no sería justo atribuirle a Fernández, sino que es una deuda de la democracia.
"Pero si sos capaz, llegás. La capacidad nada tiene que ver con el género", solemos escuchar. ¿Será entonces que la política no encontró más mujeres capaces como para merecer un lugar en el gabinete? Una encuesta reciente de la consultora Poliarquía -realizada entre integrantes del círculo rojo- dictaminó que los diez periodistas más respetados de la Argentina son nueve varones y una sola mujer (María O'Donnell, en merecidísima distinción). Encuestas parecidas de años anteriores arrojaron resultados idénticos o peores. ¿Será, entonces, que casi no existen periodistas mujeres respetables en la Argentina o habrá razones culturales más hondas y sutiles que la mera aplicación de un paradigma meritocrático, tan potenciador en otros territorios? Dicho de otro modo: ¿percibimos la realidad como es o como somos?
En los temas de género -como en los de la edad y tantos otros- operan prejuicios automáticos que distorsionan los ojos de quienes perciben. Por eso, ciertos sondeos hablan más de los evaluadores que de los evaluados. Durante el gobierno macrista, por ejemplo, los prejuicios negativos que el universo K sostenía hacia el anterior oficialismo le impedían "ver" las obras que Macri estaba haciendo en el conurbano bonaerense, del mismo modo que al núcleo duro antikirchnerista le cuesta "ver" ahora algún atributo positivo en el actual presidente.
La historiadora de género y actual asesora presidencial Dora Barrancos habla de una "malla inadvertida de prejuicios patriarcales que actúa en automático, como el suelo que pisamos". Por eso, la palabra de las mujeres en territorios no convencionales para la cultura -como la política o la economía-tiene un peso menor -vale menos- que la de los varones. Se trata de un mecanismo que ni siquiera es consciente. "Hay un entramado cultural que lima permanentemente las carreras de las mujeres y que va apagando su voluntad de crecer en esas áreas que son consideradas solo de varones", explica el ahora exjefe de la AFIP Leandro Cuccioli, quien durante su gestión impulsó un innovador programa de género.
La verdad suele ser políticamente incorrecta, pero emocionalmente sanadora. Soy periodista profesional desde el arranque de los años 90. Durante todos estos años he sido testigo de innumerables conversaciones privadas, en las que circulan descalificaciones brutales hacia mujeres que se dedican a actividades muy colonizadas por varones. Hace poco fui entrevistada por un conductor televisivo que se quejaba porque no encontraba analistas económicas para invitar. ¿No encontraba o él no las veía? Le sugerí una, para mí brillante. Me miró con suspicacia: esa "chica", según él, no estaba a la altura de su programa. A menudo, los prejuicios machistas se disfrazan de razones profesionales.
Investigo la política argentina con la misma intensidad que mis colegas varones. Sin embargo, muy a menudo recibo explicaciones sobre cómo funciona el ADN del peronismo o del macrismo. A mi colega Romina Manguel le sucede algo similar. Cuando viaja en subte, se acercan para explicarle "fácil" cómo son los casos judiciales que ella investiga desde hace años. ¿Alguien imagina una escena semejante con Hugo Alconada Mon o Diego Cabot? Mansplainer bautizó Jessica Benett, la editora de género de The New York Times, a esta forma de sexismo sutil.
Pero la "sabiduría" femenina parece emerger, como por arte de magia, cuando una ha atravesado la barrera de los 65 o 70 años. "A mí me tienen respeto solo desde hace algunos años. Es por la edad", lo toma con humor una de las pioneras del periodismo argentino. La doble Nelson, como diría Sebastián Campanario: discriminación por género y por edad.
Las creencias patriarcales, en las que todos fuimos formateados, no suelen ser fruto de la perversión sino, más bien, de la falta de reflexión. No solemos pensar en aquello que -suponemos- no nos afecta. Por eso, como dice Barrancos, la "deconstrucción" -ese trabajoso desmontaje de ideas que naturalizamos- está hecha de actos constantes y continuos. Se trata de un "darse cuenta", más emocional que intelectual.
A pesar de que intelectualmente "banca" la bandera feminista, según lo que él mismo declama, lo que verdaderamente desvela al presidente Fernández son los editorialistas y conductores varones de radio y televisión, esos que -según él evalúa- influyen en el escenario mediático. Ni siquiera hace falta que ellos se comuniquen con él. A menudo es él quién los contacta para tener largas charlas en off en la Casa Rosada. Almuerzos en los que el Presidente discute largamente de política y ofrece información privilegiada. Lo mismo hacía Macri.
"Me falta aprender mucho sobre temas de género", admite, en la intimidad, el Presidente. Un punto a su favor, como la puesta en marcha, durante esta semana, del primer Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad.
Hoy se aplicará en el CCK la ley Micaela. Dora Barrancos les hará sacar una hoja al Presidente y sus ministros para explicarles de qué se trata la sociedad patriarcal. Una clase para aprovechar.

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