lunes, 20 de enero de 2020

LOS ODIADORES


El factor humano

La imagen más difundida que guardamos de los seres humanos primitivos es la de unos brutos semidesnudos, tapados con pieles de animales, capaces de comer carne cruda, e ignorantes de la higiene y de las "buenas maneras". La civilización, se supone, nos transformó en las sociedades y culturas complejas de hoy, con ciencia, tecnología, creencias y normas éticas que regulan las relaciones entre las personas.
Por eso es increíble que todavía subsista una fauna más sujeta a instintos primarios que a la reflexión, que parece carente precisamente de lo que hoy llamamos "humanidad". ¡Y en uno de los reductos más asociados con el mundo moderno: las redes sociales! Sí, este resultado insigne de avances tecnológicos impresionantes alberga en sus entrañas a hordas de bestias.

En inglés se los llama haters, "odiadores". Son individuos que reptan en las alcantarillas de las redes y foros de discusión, y cuyo único interés parece ser ejercer la burla, el descrédito, el cinismo, la mentira y la agresión gratuita.
A los de esta estirpe cualquier motivo les viene bien para odiar. Desde nimiedades hasta temas del máximo interés público. Pero en lugar de aportar una mirada constructiva, se regodean en la provocación, la ofensa personal y la crítica sin fundamento.
Están convencidos de ser superiores y, por lo tanto, habilitados para difamar, despreciar y exhibir con descaro sus diplomas de expertos en linchamientos virtuales masivos. Un comportamiento que, si lo viéramos en el mundo físico, nos espantaría.

El fenómeno no es una banalidad. A tal punto, que ya hay abundante literatura de antropólogos, sociólogos y neurocientíficos que intentan explicar por qué internet parece abrirle la puerta de su jaula al salvaje que llevamos dentro.
Es sabido que los humanos estamos biológicamente predispuestos a dividirnos en "tribus". Invitada a una jornada para debatir sobre la "neurociencia del odio" en la Universidad de Harvard, Rebecca Saxe, profesora de Neurociencia Cognitiva del MIT, y miembro asociada del Instituto McGovern, afirmó que en este tema hay más preguntas que respuestas. Por ejemplo, ¿cómo toleramos e incluso ejercemos violencia no contra un oponente armado o fuerte, sino contra extraños indefensos? ¿Hay algo mal en el cerebro que lleva a esos comportamientos? Dado que dependemos completamente del conocimiento transmitido, la pertenencia a un grupo tiene grandes beneficios, afirmó Saxe, y arriesgó que el odio no es una anomalía, sino una parte ¿normal? de la psicología humana.

Agustín Ibañez, director del Instituto de Neurociencia Cognitiva y Traslacional, comenta que las redes sociales hacen escalar exponencialmente ciertas creencias distorsionadas y sesgos contra diferentes grupos o minorías.
Y detalla una serie de trabajos que sugieren que la información falsa se expande mucho más rápido, dura mucho más y tiene más impacto que la verídica.
En un estudio publicado en Science, Vosoughi y colegas analizaron alrededor de 126.000 rumores difundidos por tres millones de personas. Las noticias falsas llegaron a entre 1000 y 100.000 contactos, mientras que las verdaderas raramente superaban las mil. Este mecanismo de distorsión escalada, si se combina con la agresión, puede expandir y consolidar conductas de violencia social, comenta Ibañez. Las redes del odio no solo impactan en el mundo real, sino que son muy difíciles de debilitar, dado que son resilientes, se reorganizan y autorreparan, y sobreviven a casi todos los mecanismos de control.

En el nivel cerebral, agrega el científico, estamos lejos de entender cabalmente las bases de la conducta violenta. Tal vez, cuando logremos hacerlo, podremos librarnos de una de las particularidades más repelentes de la condición humana...

N. B.

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