Bonnie & Clyde criollos: el robo del oro de Ezeiza
Seductora, intrépida y con pocos escrúpulos, Nelly Herrera Thompson dejó atrás la glamorosa carrera de azafata a comienzos de los años 60 para imponer su nombre en las crónicas policiales. Su primer proyecto criminal fue por demás atrevido: planeó un millonario asalto en el aeropuerto de Ezeiza. Despedida de la aerolínea Pan Air do Brasil por acusaciones por robos, sedujo a un joven que trabajaba junto a la pista de aterrizaje en la oficina de la Dirección Nacional de Aduanas. "¿Cuántos años me darán?", se preguntó nerviosa al enterarse que todos los miembros de su banda habían sido capturados por los detectives de la Policía Federal, de la sección Robos y Hurtos, liderados por el comisario Evaristo Meneses. En la cárcel se quitó esa duda y siguió, al ser liberada en pocos años, su actividad criminal. Con su pareja en el mundo del hampa recibieron un alias cubierto de sangre: los Bonnie & Clyde criollos.
La joven de 26 años involucró al agente aduanero José María Quevedo en los planes del asalto, le prometió una parte de las ganancias y así consiguió la información necesaria para detectar un envío de oro y efectivo. Esa carga estaba destinada a bancos locales, pero un grupo de cuatro ladrones logró apoderarse del botín. Caerían casi tres meses después al utilizar el dinero, que en total ascendía a 38 millones de pesos, alrededor de un millón de dólares por aquellos días.
El 13 de enero de 1961 entraron en el aeropuerto cuando el reloj marcó las 4.15 en una camioneta sobre la que habían pintado el logo de la empresa Pan American Grace Airways (Panagra). El golpe, aunque audaz y efectivo, era peligroso. Nelly abrazó como principal socio a un comerciante de poca monta, adicto al juego, llamado Saúl Lipsitz. En la noche del atraco, él estaba dentro del vehículo para guiar a tres peligrosos matones del conurbano que habían contratado para la ocasión.
Nelly Edith Herrera Thompson autora del robo del oro
Lipsitz conocía todos los movimientos de la oficina de la Dirección Nacional de Aduanas por los informes internos que Nelly había recibido de Quevedo. Así que no dispararon ni una sola vez para reducir a los empleados; se llevaron 60 kilos de oro y muchísimo dinero en efectivo.
"Entraron y salieron del aeropuerto por el mismo camino: la autopista, pasando delante del puesto policial sin ser detenidos por ningún motivo", escribió el cronista asignado por aquellos días a la cobertura del caso.
Cuando los miembros del grupo fueron capturados, Nelly Herrera Thompson accedió a declarar ante los investigadores y pidió protección porque temía que sus cómplices intentaran asesinarla por guiar a los detectives en el rastro del botín. Es a partir de esta declaración que se pudo reconstruir el camino recorrido por la joven de 26 años luego del golpe en Ezeiza.
El oro fue dividido en seis partes iguales para los cuatro ladrones, el informante y la jefa, que esperó el desarrollo del asalto en la ciudad balnearia de Atlántida, Uruguay. Se enteró del éxito de su plan por las notas periodísticas. Sobre ese momento, dijo después a la Policía Federal: "Me di cuenta de que había empezado mi vida delictiva y me resistía a creerlo. Mi suerte estaba ligada, ya no a un solo hombre, sino a cinco. Y pensé que en cualquier momento sería detenida"
Sin embargo, pasaron casi tres meses hasta la captura. La líder de la banda se quedó con buena parte del dinero en efectivo. Además, guardó su fracción del botín, pero también quedaron bajo su custodia las partes de Quevedo y de Lipsitz. Era una mujer sensual y determinada. Hablaba con soltura alemán, inglés, francés, portugués e italiano.
Lo primero que hizo Nelly después del atraco fue invertir dinero en la bolsa; luego viajó con sus dos principales cómplices a Mar del Plata, donde llegaron a gastar mil dólares por día en el casino. También allí compró dos pulseras de oro, cámaras filmadoras y casi doscientos trajes, con un par de zapatos para cada uno. Además, hizo que le enviaran al aeropuerto de Ezeiza, el lugar de su golpe, los muebles adquiridos en la ciudad costera. Nadie pareció percatarse en esa época del derroche de dinero de la mujer y sus dos amigos en Mar del Plata.
Los detectives de la Policía Federal llegaron a la banda porque un vendedor de joyas del local ubicado en la calle Libertad, en el microcentro porteño, ofrecía "el gramo de oro fino a menor precio que el fijado en plaza", según se consignó en la crónica sobre el caso policial. Esto llamó la atención de los investigadores, que seguían los movimientos de ese mercado luego del robo de los lingotes.
Al ser interrogado, el comerciante denunció a Gabriel Kreda como facilitador de ese metal precioso que vendía a bajo costo: se trataba del primo de Saúl Lipsitz. Nelly se había ocupado no solo de la parte operativo del robo, sino de la posterior logística de la circulación de la mercancía robada.
Los preparativos comenzaron el 10 de enero, con el hurto de una camioneta. Lipsitz fue hasta la zona sur del conurbano para buscar a un viejo amigo de la primaria, Ramón Toscano, de 31 años, un hombre de mirada torva, con antecedentes por robos. A su vez, Toscano reclutó a otros dos asaltantes de Lanús: Antonio González y Juan Francisco Muraciole, de 32 y 41 años. Juntos se dirigieron al barrio porteño de Belgrano.
En el cruce de la avenida Cabildo y La Pampa, interceptaron a un hombre que subía a su furgoneta Chevrolet, modelo 1960. Le dieron dinero para tomar un taxi y prometieron cuidar el vehículo. Pero la víctima rechazó los billetes y huyó a pie. Luego, daría aviso a la policía.
"Kreda alquiló entonces un galpón en la calle Garabano, de Ciudadela, en el que tendrían que guardar el vehículo. Con pintura especial, copiaron de un cartel publicitario el nombre de Panagra en la puerta del rodado", se consignó en una nota publicada
"Durante dos días aguardaron el momento más oportuno para realizar el asalto. Quevedo les informó en dos oportunidades que no concurrieran. A las 22 del 12 de enero les advirtió que era el momento oportuno para el atraco".
La caída de la banda
Uno de los pistoleros, Muraciole, corrió luego del robo a comprarse una casa en efectivo, donde guardó su tajada y la de González: dispersó el tesoro por toda la vivienda. Levantó dos baldosas de la cocina y cavó un pozo de medio metro de profundidad por cuarenta centímetros de ancho. Allí escondió algo de oro.
El jefe de la división Robos y Hurtos, comisario Meneses, entrevistó personalmente a Kreda para recuperar el dinero, que el delincuente confesó haber depositado en un banco ubicado en la intersección de la avenida Rivadavia y la calle Reconquista. Durante el interrogatorio, se declaró culpable, y admitió: "Decidí quebrar mi línea de conducta. Decidí delinquir, pero por algo muy grande, que me permitiera vivir como un multimillonario por el resto de mi vida".
Por otro lado, Lipsitz accedió a decirle a la policía donde guardaban casi todos los lingotes, y confesó que -con el dinero del robo- se encontraba montando un local vinculado al rubro de los metales preciosos.
Del aeropuerto, González, Muraciole, Toscano y Lipsitz se llevaron 360 kilos de oro en barras; 400.000 pesos moneda nacional; 200.000 cruzeiros en papel; 800 libras; 90 monedas de oro; 200 francos viejos; 200.000 marcos; 2000 libras papel; 3000 monedas mexicanas de dos pesos. La cifra total del golpe fue de 38.187.00 pesos moneda nacional, valuados en alrededor de un millón de dólares.
Todos los miembros de la banda fueron encarcelados. Sin embargo, Nelly Herrera Thompson y Saúl Lipsitz salieron libres bajo fianza dos años después del asalto.
Continuaron con el ritmo frenético de su vida delictiva y fueron acusados por asaltar dos bancos en Santa Fe; de una de estas instituciones se llevaron al menos siete millones de pesos en moneda nacional. Los agentes de esa provincia también les endilgaron los homicidios de dos policías. Intensamente buscados, finalmente los detectaron mientras se refugiaban en una casa del conurbano.
La policía bonaerense vigiló a la pareja durante una semana. Por ese entonces ya los conocían como los Bonnie & Clyde criollos. Y ellos mantendrían una conducta acorde con esa fama. Finalmente, con la certeza de que se trataba de Herrera Thompson y de Lipsitz, intentaron capturarlos cuando llegaban al chalet de la calle Necochea 2550, en la localidad de Martínez, donde llevaban tres meses escondidos. La pareja de delincuentes resistió a balazos; ella con un revólver calibre 32 y él con una pistola calibre 45. Las crónicas de aquel 16 de septiembre de 1970 indican que los vecinos escucharon más de 200 tiros. La exazafata y su cómplice fueron acribillados.
Una pareja rodeada
Nelly Herrera Thompson y Saúl Lipsitz se conocieron en la noche marplatense a mediados de los años 50. A la mujer le gustaba la playa y el casino. También las aventuras fuertes. Estuvieron juntos en la organización del millonario atraco en el aeropuerto de Ezeiza y gastaron como pareja parte del botín en Mar del Plata. Salieron también casi al mismo tiempo de prisión en 1963. Afirman las crónicas de la época que la mujer y su cómplice habían entregado al resto de la banda y conseguido de esa manera una pena reducida. Seguirían como un tándem hasta el final.
Tras su liberación robaron sucursales bancarias en la ciudad de Buenos Aires, el conurbano, Santa Fe y Córdoba. Nelly entraba en los bancos con una pistola en la mano. Se le adjudican a la pareja las muertes de al menos dos policías.
Casi como enemigos públicos N°1 y con fuerzas de cuatro distritos tras sus pasos, Nelly y Saúl, Bonnie & Clyde por su alias criminal, fueron rodeados y acribillados en Martínez.
El gran atraco
Un botín millonario
Sin disparos y con gran precisión, la banda interceptó en Ezeiza un cargamento de oro, monedas y billetes que totalizó un valor de un millón de dólares de esa época.
La pista clave
Un local en la calle Libertad
Los investigadores lograron dar con el grupo criminal al detectar que un negocio de compra y venta de alhajas ofrecía el gramo de oro a un valor muy inferior al precio de mercado.
A sangre y fuego
El final anunciado
La jefa del clan y su principal secuaz fueron rodeados por la policía bonaerense en septiembre de 1970 en la localidad de Martínez. Los vecinos escucharon más de 200 disparos.
B. S.
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