jueves, 2 de enero de 2020

MANUSCRITOS,


Una historia de emociones superpuestas

Conocí a Flavio Nardini a fines de los 90, cuando una madrugada enganché en TV el cortometaje racinguista Tiempo de descuento. Unos años después, vi una entrevista donde mostraba la parafernalia académica que proliferaba en cada uno de los rincones de su casa. Recuerdo, en especial, la pileta con un escudo de Racing hecho de venecitas, y el baño con su cortina de baño y toallas albicelestes, junto al único elemento disruptivo: un pequeño trapo rojo ubicada al lado del bidet. En esa nota, Nardini (quien luego fue dirigente del club) explicaba que no quería tener hijos porque le daba terror pensar que el parto podría superponerse con un partido de la Academia.

Hace un par de meses, mi amigo Pablo Grosman me llamó para avisarme que se casaba el 14 de este mes. "Esperemos que no juegue Racing", me dijo. Supongo que al elegir esa fecha, no había considerado la posibilidad de que coincidiera con la final por el Trofeo de Campeones de la Superliga, a jugarse en Mar del Plata. Cuando supimos que ese día habría partido, me acordé de aquella frase de Nardini. Y de lo que le había pasado a un amigo de mi padre, el arquitecto Osvaldo Crimaldi, también fanático de Racing.

El fátidico y siniestro 2001 tiene para los hinchas de Racing un sabor agridulce, porque ese año cortamos la racha de 35 años sin títulos. Una alegría inconmensurable en medio de la peor crisis del país. En la semana de los cinco presidentes, salimos campeones en el estadio Amalfitani.
Ese partido, en verdad, estaba previsto para el fin de semana del 23 de diciembre. Para la familia Crimaldi se avecinaba, entonces, una racha de festejos que empezaría con el ansiado título académico, seguiría con Nochebuena y Navidad, y coronaría el jueves 27 por la tarde, con el casamiento de una de sus hijas. Pero como diría mi amigo, el Cóndor Manzoni, algo no salió bien.
 Quiso el destino que la postergación de la última fecha del campeonato se resolviera para el jueves 27, lo que puso a Don Osvaldo contra la espada y la pared. Por un lado, el casamiento de su hija; por el otro, lo que parecía impensado, ver -otra vez- a Racing campeón. Fue su propia hija la que le tendió las palabras de alivio. "Yo te entiendo, papá. Vos sabés dónde tenés que estar." Así que ese jueves, Osvaldo y su hijo pasaron por el registro civil y partieron raudamente a Liniers, a alentar a La Academia.
Con Pablo nos conocemos desde el jardín de infantes. Ese 27 de diciembre, festejamos en la cancha de Vélez, dimos la vuelta en el Cilindro, en el Obelisco, y, ya de madrugada, en la manzana de nuestras casas, al grito de "¡Dale campeón!".

Este 14 de diciembre nos puso entre la espada y la pared. También a Maxi y a Ezequiel, fanas de la Academia y también amigos desde el jardín de infantes. Mientras el rabino decía emotivas palabras, seguíamos el partido en nuestros celulares. Y en el momento que el árbitro dió el pitazo final, casi se nos escapa un "¡Dale campeón!" en medio de la ceremonia. Justo cuando, según indica la tradición, Pablito aplastaba la copa y besaba a Paula, su flamante esposa. Nunca el grito de "¡Mazel tov!" se nos hizo tan oportuno. Apenas pude saludarlo, lo abracé y le dije "¡Ganamos dos a cero!".
Horas más tarde, ya en la terraza del hotel de Puerto Madero, Pablo tomó su guitarra y dedicó una bonita página, de aires bluseros, a su esposa. La bautizó "Juntos los dos" y tuvo una especial carga emotiva porque, según ella misma nos explicó, era la primera vez que Pablo -gran guitarrista de jazz y blues- abordaba el formato canción.

Por estos días, también me emocioné con el video viral de La Renga tocando en un cumpleaños de quince. Fue una aparición espontánea, un recital inesperado en un salón de fiestas en Caseros. Con una elegancia superlativa, el Tete cambió su icónico jardinero por una camisa blanca; el Chizzo Nápoli lució una camisa garagera, surf-rock; y el Tanque, con un aspecto cada vez más saludable, una camisa negra, casi hawaiana.
Más allá de los looks, lo que emociona es ver a uno de los grupos más convocantes de la Argentina, acostumbrados a la dimensión de estadios, tocando para un grupo de adolescentes, como backing band de la homenajeada. Sí, porque Violeta, la quinceañera, se lució cantando "La razón que te demora", "Triste canción de amor" y "El final es en donde partí" en un karaoke de lujo.
 Las canciones mantienen su épica, pero se combinan con un nivel de ternura que excede el candor de la cantante invitada y se multiplica en la emoción de sus familiares.
Un hilván invisible une a esos dos momentos. En Puerto Madero o en Caseros, la música funciona como el más maravilloso de los actos de amor.

H. I.

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