martes, 21 de enero de 2020
UNA ENORME PENA ANTE LA BURLA
Sea solidario... o espere la moratoria
Graciela Guadalupe
Esa ley de solidaridad es profundamente argentina. Acá, en estas pampas, nos solidarizamos por ley y por decreto. A veces, también por ordenanza, pero no es lo mismo, no tiene tanta fuerza. Obliga a menos gente.
Para ser solidario, primero hay que estar en emergencia. O en varias, como dice la ley. Es más, cuantas más emergencias, mejor. Eso permite a nuestros representantes -Gobierno y legisladores-, y a los jueces que aplican las leyes, ser generosos con la solidaridad impuesta desde arriba.
Se nos obliga a ser solidarios so pena de recibir un castigo. Sin embargo, a los que no cumplen es probable que se les otorgue una moratoria. Entonces, los más solidarios se sienten tontos y el que se hizo el tonto sale ganando.
Cuando ponemos un impuesto lo hacemos "por única vez", aunque quede para siempre. El impuesto a las ganancias se creó en 1932, por solo un año. Al principio, se llamó tributo sobre los réditos. Ese abuelo está por cumplir 88 años. El IVA, vigente desde los 70, tuvo un piso del 13%. Hoy llega al 21% con adicionales que siempre eran "temporales". Superó los 40 años. Es un adulto joven, pero se estima que irá a engrosar generosamente los cálculos que muestran cómo se extiende en el país la expectativa de vida en general y de los impuestos en particular.
Los ingresos brutos se transformaron en impuestos bastante brutos, como los de bienes personales, cuyo piso de referencia ha sido tan bajo que, en cualquier momento, va a tener que pagarlo quien sea adoptante de un chihuahua enano abandonado en una canastita en un baldío municipal.
Pero la cosa no queda ahí. Como buenos argentinos, competimos en el podio mundial por la creación de los impuestos que ni a los ingleses de siglos añejos se les ocurrió inventar. Y eso que ellos crearon el impuesto a las barbas, allá por el año 1500. El que quería usar barba tenía que pagar. Fue una forma de identificar a la clase alta. Pero era fácilmente evadible. Bastaba con una navaja y un poco de jabón.
También fueron los ingleses los que inventaron el impuesto a las chimeneas, con las que se calefaccionaban los hogares más pudientes y, posteriormente, a las ventanas, también pensado para sacarles dinero a los ricos. Los que tenían más ventanas pagaban más. Hasta que empezaron a construirse casas con cada vez menos aberturas o se tapiaban las ya existentes.
La historia cuenta de un impuesto al aceite en el antiguo Egipto; a la orina, en la Antigua Roma y, mucho más acá, el impuesto a las flatulencias de las vacas por el efecto nocivo del gas metano en el ambiente. Un tributo al gas, pero de otro tipo. Hubo también impuesto a las hojas de té y a los sombreros, a los jabones, a las velas, a los perros, a la seda, a las pelucas, a los relojes de pared y al colorete que usaban las mujeres mucho antes de que Emmanuel Macron gastara fortunas en maquillaje en Francia (26.000 euros en los primeros cien días de gobierno).
Todas nimiedades comparadas con nuestra inteligencia criolla, que de artificial no tiene nada y, probablemente, tampoco de inteligente. Hemos creado batiendo el parche cual jinetes del Apocalipsis los impuestos a los créditos y débitos bancarios, a la renta financiera, a vehículos de valores determinados, al incentivo docente, a los seguros, a hablar por celular, a la electricidad, a la nafta y al gas licuado, a los cigarrillos, a ir al cine, a la promoción de deportes de alto rendimiento y al sol por el desarrollo de centrales fotovoltaicas. Si lo del sol le parece loco, querido lector, espere que se concrete el impuesto al viento en Chubut, y después me cuenta.
De por sí a nadie le gusta pagar impuestos y menos cuando de ellos no surge ninguna contraprestación por parte del Estado. La cosa se agrava cuando, además, pretenden imponerse bajo el rótulo de solidarios.
Ser solidario por obligación suena a enamorarse por decreto. O a ser bueno por ley. O, como hizo Maduro en Venezuela, a pretender ser felices creando el Ministerio de la Felicidad o adelantando la Navidad mediante la firma de un instrumento público.
Se puede obligar a fingir amor, pero no a sentirlo. Llevar un brazalete negro no siempre es señal de luto libremente elegida, como obligar a lucir una escarapela no convierte a nadie en patriota.
El impuesto solidario con la plata ajena exige como contrapartida el ajuste solidario con la plata propia o, lo que es más interesante, con la del Estado, que es de todos: gobernantes y gobernados.
Ay solidaridad, ¡cuántas cosas se dicen en tu nombre! Falta una, que se verá reflejada en los sueldos de este mes: el Gobierno exige que los $4000 de adelanto de paritarias dispuestos por decreto y que se pagarán en dos tramos a todos los trabajadores del sector privado, pero solo a algunos agentes públicos, figure en los recibos como "incremento solidario". No se puede incluir esa suma en el salario básico. Se debe notar su carácter especial, sensible, magnánimo y caritativo.
Decía Jorge Luis Borges: "El verbo amar, como soñar, no soportan el modo imperativo. La literatura debe ser una de las formas de la felicidad y no se puede obligar a nadie a ser feliz". ¿Habrá quien se crea dueño de imponer la solidaridad?
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