La vacuna también tiene ideología
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Francisco Olivera
El presidente Alberto Fernández en un monitoreo del operativo de vacunación
Si quisiera, Alberto Fernández podría tal vez intentar lo de su amigo López Obrador: perturbado porque el laboratorio Liomont se demoraba en su país con el envasado de la vacuna de AstraZeneca, el líder mexicano acaba de pedirle a Joe Biden varias dosis que le sobran de ese laboratorio, todavía sin aprobar para uso norteamericano.

No es una colaboración 100% desinteresada, en realidad. Cuando los periodistas le preguntaron a Jen Psaki, secretaria de Prensa de la Casa Blanca, si ese envío le exigía a México retribuir con gestos de política migratoria, la vocera fue ambigua. “Rara vez hay un solo tema que se esté discutiendo con cualquier país al mismo tiempo”, dijo, aunque después negó que hubiera una contraprestación. Estados Unidos tiene una urgencia evidente, necesita que México contenga a los inmigrantes que vienen de Nicaragua, Honduras y Guatemala, pero Biden pretende ser más sutil que Trump en el pedido y jamás lo reconocerá públicamente. Él y López Obrador hablaron de sus respectivas inquietudes este mes por videoconferencia.
Los analistas la llaman “diplomacia de las vacunas”. Es imposible que los intereses no se entrometan. En noviembre, mientras celebraba en Avellaneda con Kicillof los 25 millones de dosis que suponía que le compraría a Putin, Alberto Fernández intentó despojar de estas contaminaciones a la vacuna. “No preguntamos si tiene ideología, preguntamos si salva vidas”, dijo, como correspondería a un gobierno de científicos. Pero Cristina Kirchner suele ser más directa. Y el miércoles, en Las Flores, mientras le cuestionaba a Estados Unidos haber respaldado el golpe del 76, se atribuyó no solo las gestiones con Rusia y China, sino haber acertado en separar sus gustos personales, como viajar a Disney, de los “intereses nacionales” de una Argentina que debía tener una visión “multilateralista”.
El problema es que ambas apuestas vienen demoradas: los 25 millones de Sputnik V que entusiasmaban al Presidente y los tres de Sinopharm que, según la ministra de Salud, “están en China”. Son problemas de distinta naturaleza. El de los rusos es el stock; el de los chinos, el precio, casi el cuádruple que las de Putin y diez veces las de AstraZeneca. No es fácil negociar con Xi Jinping: no solo exigía al principio cobrar por adelantado 30 millones de dosis, sino que también rechazó la oferta inicial argentina, que era pagar con yuanes del swap entre ambos bancos centrales. Lo primero se negoció; lo segundo fue imposible: el maoísmo del siglo XXI prefiere dólares. Se deberá entonces pagar por lote y en la medida en que llegue cada uno. La cuenta total orilla los 1200 millones de dólares.

Cristina Kirchner aprovechó el desencuentro para adentrarse el miércoles en algo más abarcador, el alineamiento internacional. “¿Quién diría que las únicas vacunas con que contamos hoy son rusas y chinas? Qué cosa, ¿no?”, dijo, el mismo día en que la Argentina anunciaba su decisión de irse del Grupo de Lima, conformado en 2017 para encontrarle una salida a la crisis de Venezuela. Es cierto que la Casa Blanca ya descontaba el anuncio. Y que sus diplomáticos recuerdan que Mauricio Claver-Carone, hoy líder del BID, no creyó en la respuesta que en noviembre de 2019 le daba Alberto Fernández, todavía presidente electo, días después de haber recibido una llamada de respaldo de Trump. Claver-Carone, entonces encargado para América Latina y el Caribe, le transmitió aquella vez que para Estados Unidos era importante que la Argentina no abandonara el grupo. Los demócratas suponen además que, en adelante, la Unión Europea será menos benevolente con Venezuela porque ellos tendrán con la OTAN una mejor relación que Trump. Pero lo que sí importa en Washington son los acercamientos de la Argentina a China. Hay temas estratégicos: la estación aeroespacial de la Patagonia; la licitación para el dragado de la Hidrovía Paraguay-Paraná, que captó el interés de la Shanghai Dredging, y la instalación de antenas de tecnología 5G en América Latina.
Alberto Fernández deberá sopesar estas susceptibilidades en su viaje a Pekín, en mayo. Es lo que esperan seguramente en el Palacio de Hacienda, donde más molestaron las críticas de Cristina Kirchner a Estados Unidos. “¿No sería hora de que nos hagan algún gestito, algunito, digo yo?”, dijo ella, e insistió en que los plazos y las tasas que planteaba el FMI eran impagables. Guzmán debería saber ya que para el kirchnerismo el único costo relevante es el político: el que se paga fronteras adentro.
