Santiago Bulat
1. Equilibrio fiscal. El ministro de Economía dijo la semana pasada la siguiente frase: “Hablar de sostenibilidad fiscal no es un concepto de derecha”. Y el Presidente añadió, en otro evento: “No es de derecha ni de izquierda”. Bienvenidas ambas afirmaciones para desglosar un concepto que en economía es primordial para entender cómo funcionan las restricciones presupuestarias y qué implicancias tiene que no estén en equilibrio. Para entender el concepto debemos tener presente que en una economía existen agentes privados, como hogares y empresas, el gobierno (en todos sus niveles) y el sector externo. Cada uno posee su propia estructura de gastos e ingresos.
2. El sector público. Vamos a centrarnos en la restricción presupuestaria del gobierno; es decir, en su ecuación de ingresos y gastos. En cuanto al primer concepto, la forma más relevante está vinculada a los ingresos tributarios, es decir, el cobro de impuestos al sector privado. Luego se ubican las ventas de activos por los cuales ingresa dinero a las arcas públicas por única vez y, también, la venta de bienes o servicios, por los que ingresa un flujo permanente de dinero desde el sector privado. Entre las erogaciones, están las destinadas a gastos corrientes, como jubilaciones, pensiones, asistencias sociales, subsidios, salarios de la planta pública y transferencias a provincias. También están los gastos de capital, como las “inversiones” en sectores como energía o transporte. Al resultado primario se le agrega el pago de intereses que adeude el sector público a organismos internacionales o prestamistas.
3. Desequilibrios. Cuando gastos e ingresos no son equivalentes, se está ante un resultado superavitario o deficitario. En el primer escenario, que en nuestro país ocurrió entre 2003 y 2010, el sector público ahorra dinero y puede invertirlo. Si los ingresos son inferiores a los gastos, se desahorra y, entonces, hay dos opciones: emitir dinero desde el Banco Central para transferírselo al Tesoro, o tomar deuda, ya sea en el mercado local (comprada por instituciones o personas residentes), o en el internacional. Cada alternativa tiene consecuencias. Si los gastos superan cada vez más a los ingresos, la cantidad de dinero que se emita o la deuda será cada vez mayor. Lo primero implicará una mayor depreciación de la moneda (más inflación) y lo segundo, una mayor cantidad de intereses a pagar.
4. ¿Bien o mal? Obtener resultados superavitarios o deficitarios no es ni bueno ni malo en sí mismo. La gran mayoría de los países tiene déficit en sus arcas públicas, aunque lo hacen en cuantías sostenibles. Sostenible significa que el nivel de emisión de su moneda está limitado y, generalmente, asociado al crecimiento económico, sin generar efectos inflacionarios. Sostenible significa que el Estado cuenta con un mercado de capitales lo suficientemente grande y confiable como para colocar deuda interna y que los agentes privados la demandan como inversión. Sostenible es también que el mundo esté dispuesto a financiar a una tasa acorde a las globales. Pero eso no pasa en nuestro país. Aquí el déficit ha subido constantemente hasta 2017 y las posibilidades de financiamiento son cada vez menores: los argentinos no demandan su moneda para ahorrar, el mercado de capitales es chico y el mundo le presta a tasas de cinco veces y más por encima de las de otros países.
5. Largo plazo. Desde hace muchos años, nuestro país necesita desasociar la matemática de la ideología. La Argentina elevó la presión tributaria a niveles récord propios y de la región, para sostener una estructura pública que crece sin criterios de sostenibilidad y de equilibrio de largo plazo. Es imperioso alcanzar cuentas en equilibrio o déficit que sean sostenibles, para poder devolverle confiabilidad a la moneda, recuperar la confianza de los mercados y volver a priorizar el ahorro.
1. Equilibrio fiscal. El ministro de Economía dijo la semana pasada la siguiente frase: “Hablar de sostenibilidad fiscal no es un concepto de derecha”. Y el Presidente añadió, en otro evento: “No es de derecha ni de izquierda”. Bienvenidas ambas afirmaciones para desglosar un concepto que en economía es primordial para entender cómo funcionan las restricciones presupuestarias y qué implicancias tiene que no estén en equilibrio. Para entender el concepto debemos tener presente que en una economía existen agentes privados, como hogares y empresas, el gobierno (en todos sus niveles) y el sector externo. Cada uno posee su propia estructura de gastos e ingresos.
2. El sector público. Vamos a centrarnos en la restricción presupuestaria del gobierno; es decir, en su ecuación de ingresos y gastos. En cuanto al primer concepto, la forma más relevante está vinculada a los ingresos tributarios, es decir, el cobro de impuestos al sector privado. Luego se ubican las ventas de activos por los cuales ingresa dinero a las arcas públicas por única vez y, también, la venta de bienes o servicios, por los que ingresa un flujo permanente de dinero desde el sector privado. Entre las erogaciones, están las destinadas a gastos corrientes, como jubilaciones, pensiones, asistencias sociales, subsidios, salarios de la planta pública y transferencias a provincias. También están los gastos de capital, como las “inversiones” en sectores como energía o transporte. Al resultado primario se le agrega el pago de intereses que adeude el sector público a organismos internacionales o prestamistas.
3. Desequilibrios. Cuando gastos e ingresos no son equivalentes, se está ante un resultado superavitario o deficitario. En el primer escenario, que en nuestro país ocurrió entre 2003 y 2010, el sector público ahorra dinero y puede invertirlo. Si los ingresos son inferiores a los gastos, se desahorra y, entonces, hay dos opciones: emitir dinero desde el Banco Central para transferírselo al Tesoro, o tomar deuda, ya sea en el mercado local (comprada por instituciones o personas residentes), o en el internacional. Cada alternativa tiene consecuencias. Si los gastos superan cada vez más a los ingresos, la cantidad de dinero que se emita o la deuda será cada vez mayor. Lo primero implicará una mayor depreciación de la moneda (más inflación) y lo segundo, una mayor cantidad de intereses a pagar.
4. ¿Bien o mal? Obtener resultados superavitarios o deficitarios no es ni bueno ni malo en sí mismo. La gran mayoría de los países tiene déficit en sus arcas públicas, aunque lo hacen en cuantías sostenibles. Sostenible significa que el nivel de emisión de su moneda está limitado y, generalmente, asociado al crecimiento económico, sin generar efectos inflacionarios. Sostenible significa que el Estado cuenta con un mercado de capitales lo suficientemente grande y confiable como para colocar deuda interna y que los agentes privados la demandan como inversión. Sostenible es también que el mundo esté dispuesto a financiar a una tasa acorde a las globales. Pero eso no pasa en nuestro país. Aquí el déficit ha subido constantemente hasta 2017 y las posibilidades de financiamiento son cada vez menores: los argentinos no demandan su moneda para ahorrar, el mercado de capitales es chico y el mundo le presta a tasas de cinco veces y más por encima de las de otros países.
5. Largo plazo. Desde hace muchos años, nuestro país necesita desasociar la matemática de la ideología. La Argentina elevó la presión tributaria a niveles récord propios y de la región, para sostener una estructura pública que crece sin criterios de sostenibilidad y de equilibrio de largo plazo. Es imperioso alcanzar cuentas en equilibrio o déficit que sean sostenibles, para poder devolverle confiabilidad a la moneda, recuperar la confianza de los mercados y volver a priorizar el ahorro.
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