La polarización exacerbada en la política lleva a defender argumentos aunque no sean verdaderos, mientras se acelera la difusión de noticias falsas en redes sociales Las palabras y las cosas: las grietas en la era de la posverdad
POR G. N.Fragmento de Pensar con otros (El Gato y La Caja, disponible gratis en pensarconotros.com)Pensar con otros (El Gato y La Caja) Autor: Guadalupe Nogués
La superficie del mundo sube y baja, y va desde lo más profundo de los océanos hasta la cumbre del Everest en una sola línea continua que podemos seguir sin levantar el dedo del mapa. Entre el punto más profundo y la cumbre más alta no hay más que una diferencia de altura, y podemos pasar de uno a la otra. Sin embargo, el simple acto de leer dos diarios distintos o de escuchar la conversación entre intelectuales que provienen de distintos campos del saber nos muestra hoy un abismo de otra naturaleza, un paisaje quebrado y discontinuo donde la distancia entre A y B es infinita porque resulta imposible ir de A a B.
De pronto, los hechos se vuelven hechos en la medida en que encajan en los deseos de cada grupo, de cada tribu. Cada uno de estos grupos desarrolla su propio lenguaje, uno que, de las muchas funciones del lenguaje, privilegia la capacidad de incitar a las emociones, y empuja a esas emociones a construir paisajes solo accesibles a quienes compartan la forma de mirarlos. Como el mundo es uno solo, pero los ojos son diversos, el discurso tribal nos separa progresivamente y nos polariza. En La muerte de la tragedia, de 1961, George Steiner decía: “Las palabras nos arrastran a enfrentamientos ideológicos que no admiten retiradas. (…) Consignas, clichés, abstracciones retóricas y falsas antítesis se adueñan de la mente. (…) El comportamiento político ya no es espontáneo y no responde a la realidad. Se congela alrededor de un núcleo de retórica inerte. (…) En vez de convertirnos en los amos del lenguaje, nos volvemos sus siervos”.
Y en la tierra baldía alrededor del abismo, en el territorio que cada tribu nombra como suyo, crece una semilla infecciosa: la posverdad.
Cada año, el Diccionario Oxford elige la “palabra del año”. En 2016, esa palabra fue posverdad, definida como “las circunstancias en las que los hechos objetivos influencian menos a la opinión pública que las apelaciones a la emoción o a las creencias personales”. A fines de 2017, el término ingresó al diccionario de la Real Academia Española, pero allí fue definido de modo ligeramente distinto: “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”.
El uso más frecuente que se le da a la palabra posverdad está asociado a la política. Se habló mucho de la política de la posverdad en el contexto del referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea (Brexit) y en el de las elecciones presidenciales en Estados Unidos que terminaron con Donald Trump en la Casa Blanca. En ambos casos, las campañas electorales de quienes ganaron se apoyaron en algunos datos que luego quedó claro que eran falsos, como que el Reino Unido ahorraría dinero si se separaba de la Unión Europea, o bien en frases vagas como “hagamos grande a Estados Unidos otra vez”. Hubo exageraciones, desinformación y falsas promesas, como si los políticos hubieran decidido revivir la frase de H. L. Mencken: “Hay una solución conocida para todo problema humano: clara, plausible y equivocada”. Alrededor de estas elecciones, se generó un ambiente de polarización exacerbada: lo que dicen los nuestros está bien y lo que dicen los otros está mal, sin importar si es verdadero o no [...]
Además de la política, otro campo en el que se suele discutir la posverdad es el del periodismo y la comunicación profesional. Los medios de comunicación tradicionales están siendo desplazados por nuevos medios. Las redes sociales volvieron todavía más sencillo que antes compartir noticias, tanto ciertas como falsas. Todos podemos publicar contenido nuevo que rápidamente se suma y se mezcla con lo ya disponible. En pocos minutos, una noticia de un atentado o un terremoto puede dar la vuelta al mundo, pero del mismo modo lo hace un rumor, una noticia falsa o un chisme mundano. Por un lado, la capacidad de generar y consumir contenido de manera paralela a los medios de comunicación tradicionales nos da independencia y libertad. Por el otro, a veces se vuelve especialmente difícil saber qué valor darle a cada información particular. Nuestra separación en tribus, cada una con su propia “pseudorrealidad”, se fortalece con el modo en el que nos vinculamos con los medios de comunicación y con el uso que hacemos de las redes sociales, que facilitan que nos agrupemos en burbujas aisladas unas de otras. Así, lo que está en peligro debido a la posverdad es, por sobre todo, la posibilidad de generar y mantener vínculos humanos que solo son posibles al convivir en un mundo común a todos.
Hay quienes consideran que no deberíamos hablar de posverdad sino sencillamente de mentira o falsedad. La definición en español parece acompañar esa idea, como si se tratara siempre de un engaño intencional. Pero esto no parece ser cierto. En la posverdad, los hechos se ocultan, se moldean y se manipulan, a veces de forma deliberada y sistemática, y a veces no, por lo que la definición del Diccionario Oxford, más amplia, parecería más apropiada. Surgen aparentes certezas donde todavía hay dudas, y también aparentes dudas donde ya hay certezas. Es esta confusión la que genera posverdad.
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