El desafío más riesgoso del traductor: la Comedia de Dante
La idea de traducir la obra magna del poeta italiano asaltó a Mitre durante su juventud y la tarea le llevó buena parte de su vida; en 1889, a los 68 años, empezó a publicarla en LA NACION
Jorge Cruz
Bartolomé Mitre y Enrique de Vedia, educador y novelista
Cuando Dante, en el papel de protagonista de su Comedia, atraviesa el vasto octavo círculo del Infierno, el de los fraudulentos, se encuentra con Ulises y Diomedes encerrados en una misma llama y castigados por haber sido consejeros pérfidos. Ambos, apelando al engaño, entraron en Troya escondidos en el interior de un caballo de madera y así, con los demás griegos, lograron devastarla. El consejo fue idea de Ulises, el múltiple y astuto, y por este engaño padece condena eterna. Instado a referir las circunstancias de su muerte, el héroe declara que ni los más profundos afectos fueron obstáculos para conocer el mundo, el valor y los vicios humanos. Ni el cariño por mi hijo me contuvo, / ni de mi viejo padre la ternura, / ni el amor de Penélope me abstuvo // de correr por doquiera a la ventura, / por conocer el mundo como experto / y al hombre con sus vicios y cultura. / Lancéme sin temor en mar abierto / con solo un leño, y tuve por compaña /pocos hombres, mas todos de concierto. Así tradujo Bartolomé Mitre el célebre pasaje, cuya culminación, transpuestas ya las Columnas de Hércules (el estrecho de Gibraltar) es el mensaje aguijoneante que Ulises destina a sus compañeros. ¡Hermanos que entre riesgos sin medida /tocáis, dije, el extremo de occidente / en la corta vigilia de la vida, // aprovechad la fuerza remanente! / No os privéis de la máxima experiencia / de hallar en pos del sol mundo sin gente. // De noble estirpe es vuestro ser esencia: / para alcanzar virtud habéis nacido / y no a vivir cual brutos sin conciencia.
Dante, “el verdugo piadoso”, como lo llama Borges en uno de los capítulos de sus Nueve ensayos dantescos, condena a Ulises, no le otorga el paliativo del Limbo, pero lo ensalza como símbolo del espíritu de aventura. No debió de resultar indiferente a Mitre la inspiradora alocución del adalid a sus compañeros incitándolos no solo a una empresa descubridora sino, sobre todo, a una vida superior. Su propia vida estuvo marcada por múltiples emprendimientos militares, civiles e intelectuales, entre los que la traducción de la Comedia de Dante Alighieri, llamada Divina por Giovanni Boccaccio, fue, en lo humanístico, un desafío que él, como Ulises, quiso enfrentar, no obstante las dificultades y conflictos que acortaban su tiempo. Probó todos los géneros literarios, y en tal sentido se contó entre los precursores de la poesía, la novela y el drama nacionales; fue gran maestro de la historia argentina, numismático, bibliófilo y fundador de una biblioteca americana que aun hoy asombra. Tradujo el Ruy Blas, de Victor Hugo, y del latín las odas de Horacio; tradujo también poemas de escritores franceses e ingleses, pero indudablemente, en esta franja de su obra, la traducción de la Comedia fue el desafío más riesgoso, el propósito más tenaz, el trabajo más arduo y el logro más codiciado.
"En medio de la guerra, si había calma, volvía a la traducción"
A Dante lo cita más de una vez en el diario personal que llevó entre 1843 y 1846, durante el sitio de Montevideo. En las pocas horas de descanso que al veinteañero soldado le quedaban, confiaba al papel las reflexiones que le suscitaban sus lecturas, sobre todo de libros históricos, que ya lo apasionaban. En una ocasión cita a Dante junto a Homero, el cantor de Ulises, dos griegos que iban a eternizarse en el Infierno de la Comedia, el primero en el Nobile Castello del Limbo, y el otro, como se ha dicho, entre los malos consejeros del octavo círculo. En la “Teoría del traductor”, escrita para explicar el criterio que guió su versión, Mitre afirma que el poema fue, durante más de cuarenta años, uno de sus libros de cabecera, y que también fue temprana su idea de traducirlo. El cálculo retrotrae a su juventud e indica cómo esa idea fue afirmándose, mientras ganaba profundidad y erudición, hasta irse concretando en sucesivos y minuciosos ensayos que culminaron en la magna empresa. En medio de los calamitosos sucesos de la Guerra de la Triple Alianza y en los pocos momentos de calma, el general Mitre solía retomar su traducción, así como el joven soldado del sitio de Montevideo volvía a retomar su diario de lecturas.
Lo que empezó siendo un solaz se convirtió en fervoroso designio. En un principio, Mitre pensó traducir el poema utilizando el lenguaje de los poetas españoles del siglo XV para reflejar, de alguna manera, la lengua del florentino Dante, una lengua que este contribuyó a madurar. En tal sentido, había decidido seguir el criterio del francés Paul Émile Littré en su versión. Lenta pero tesoneramente, Mitre emprendió su tarea resuelto a utilizar los versos endecasílabos de los tercetos rimados en forma consonante, tal cual el modelo original. La observancia de la rima, en particular, no facilitó el traslado fiel del sentido, un obstáculo que el traductor desafió, con aciertos felices y desaciertos inevitables. Mitre sabía que hallar correspondencia perfecta entre una lengua y otra en semejante construcción literaria era una quimera; sabía, y así lo manifestó, que su versión no era sino un “ensayo”. Se había propuesto darle “un ligero tinte arcaico” y emplear “algunos términos y modismos anticuados”, según declara en la “Teoría”, como el hipérbaton, que se impone a lo largo de los cien cantos (“de la pantera las pintadas huellas”, “de los tristes amantes el lamento”). La traducción fue creciendo y depurándose hasta que en 1889, a los 68 años del autor, apareció en la nacion, el diario que había fundado en 1870, el primer traslado del Infierno, al que siguieron dos más, en 1891 y 1893, y finalmente, en 1894, la versión completa, y la definitiva, en 1897.
Si se tiene en cuenta la gravitación de Mitre en la opinión pública y la legítima autoridad en la política y en la vida cultural ejercida en su tiempo, se explica que la nueva obra haya movilizado a la intelectualidad de esos años para expresar mayoritariamente encomios y, en menor medida, reservas. Carlos Guido Spano, Estanislao S. Zeballos, el uruguyo Alejandro Magariños Cervantes, los españoles Gaspar Núñez de Arce y José Ortega Munilla, el italiano Gabriele D’Annunzio y otros ponderaron la versión. Rubén Darío fue más bien evasivo y el latinista Osvaldo Magnasco, para quien traducir la Comedia era cosa imposible, tachó de contraproducente la intención arcaizante del autor. Por su parte, Miguel Cané, en su “prosa ligera”, le escribió una carta al autor en la cual le decía que, después de haber satisfecho su “capricho de titán”, volviera a la Historia, “no le vaya a tentar el Ramayana y empiece a estudiar el sánscrito”. Mitre no dejó de atender las observaciones de intelectuales que respetaba, entre otras las del emperador Don Pedro II de Braganza, y en posteriores ajustes fue modificando el rigor de la pauta inicial, actitud que dio vuelta las reprobaciones de Magnasco.
Alma Novella Marani –exprofesora de literatura italiana en la Universidad Nacional de La Plata– señala en su libro Dante en la Argentina (1983) la trascendencia que la “epopeya humana y divina” tuvo en nuestro medio cultural y afirma, con referencia a Mitre, que “para varias generaciones de argentinos el acceso a la Comedia quedó franqueado en modo casi exclusivo por su esfuerzo, y que su amor por Dante contribuyó a revelar, a las sensibilidades mejor dispuestas, la riqueza de fantasía y de pensamiento de la edad que el florentino culminó y compendió: una edad compleja y fascinante”.
El filólogo Ángel J. Battistessa en 1972; el psiquiatra Antonio Milano en 2003; el poeta Jorge Aulicino en 2015, y la profesora Claudia Fernández Speier este año, fueron quienes, abordando, como dice Borges, “la menos vanidosa y la más abnegada de las tareas literarias”, lograron completar la versión de las tres cánticas de una obra única en la historia literaria de Occidente. A ellos puede aplicarse los versos que Dante dirige a Virgilio cuando se le presenta por primera vez y que Mitre traduce así: Oh de poetas luminar y gloria, / válgame el largo estudio y grande afecto / que consagré a tu libro y tu memoria.
El autor es crítico literario, periodista cultural; miembro de la Academia Argentina de Letras
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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