jueves, 8 de julio de 2021

CHARLANDO CON LINIERS


Liniers. “Si alguien hace un chiste sobre los argentinos, no me molesta”
Instalado en Vermont con su familia, da clases sobre historieta latinoamericana mientras sus tiras se publican en el mundo
V. G. d. P.
Hace cinco años, Ricardo Siri, más conocido como Liniers, se mudó con su familia a Vermont, Estados Unidos. El plan era quedarse un tiempo, más allá de su experiencia como docente en The Center for Cartoon Studies, el motivo de la mudanza. Pero a eso le siguieron algunos semestres en Darmouth College enseñando sobre historieta latinoamericana, comenzar a trabajar con el sindicato King Features como distribuidor de sus tiras a todo el mundo y la pandemia, entre otras razones de peso para seguir actualmente allí. “Es un lugar muy lindo para vivir, en el medio del bosque, muy tranquilo, sobre todo para tener niños pequeños”, ilustra, refiriéndose a sus hijas Matilda (13), Clementina (11) y Emma (7), fruto de su matrimonio con la escritora Angie Erhart del Campo. Desde ese lugar idílico continúa gestando el universo de todos sus personajes, como los que dieron lugar a Macanudo #15, su más reciente lanzamiento y el último de la serie, que cierra una etapa de casi dos décadas desde la primera aparición en la última página de La Nación.

–¿Cambió tu proceso creativo a lo largo de los años?

–Se mantiene igual en lo técnico. Pero desde el principio de Macanudo, así como en la tira anterior, en mi cerebro estaba el concepto de que vale todo. Eso significaba que no era una tira clásica sobre una niñita con su gato. Porque aunque era eso, también era una tira surrealista. Y a la vez no era solo eso… Puedo hacer humor político, negro, tierno, de observación. Quiero que haya la mayor libertad posible para no sentirme encerrado. Toda la vida leí a Quino, Bill Watterson y otros dibujantes decir que se sentían encerrados con los personajes, que no tenían más hacia dónde ir. Si yo me aburro de un personaje, desaparece.

–¿Qué te pasó con la muerte de Quino?

–Una tristeza inmensa… Tuve la suerte de conocerlo. Uno nunca se imagina que va a conocer a sus héroes absolutos, y yo lo conocí cuando era chiquito. Es “el” referente, empecé a ser lector leyendo Mafalda, cuando empecé a publicar en Ediciones de la Flor me lo presentaron, y algunas veces fuimos a almorzar o a su casa a alguna comida. Por otro lado, cuando alguien vivió una vida larga y buena y atrás en la cola del cometa quedan todos esos libros y dibujos, lo que queda es el aplauso lento de las películas.

–¿Qué otros dibujantes te gustan hoy? ¿Sos de mirar a otros colegas?


–Todo el tiempo miro dibujantes. Con Alberto Montt, que es un dibujante chileno, hacemos un show de stand up y también un podcast que se llama “La vida es increíble”, donde nos divertimos mucho. Me gusta Decur, un dibujante que vive en Santa Fe y acaban de nominar para dos premios Eisner, que son como el Oscar de la historieta. Después está Powerpaola, Lucas Nine, que es el hijo de Carlos Nine pero encontró un universo personal. Hay una generación de dibujantes que fue como muy libre, porque es la que empezó en los 90, sin Internet y casi sin revistas. Entonces todos se pusieron a dibujar lo que necesitaban. Está Tute, Max Aguirre, Diego Parés. Y hay un gran salto evolutivo de la historieta en los últimos 20 años, porque hay muchas más mujeres, en Argentina gracias a Maitena.

–¿Te cuesta hacer humor en este momento en el que pareciera que nos vamos a morir de corrección política?


– Sí, aunque creo que está empezando a haber una especie de rebote. Y que los comediantes van a ser los primeros en hacerlo, porque son los que están más incómodos. La sociedad le pide al comediante que vaya a la frontera de lo que se puede y no decir, y que vuelva de ese límite y haga chistes. Cuando el chiste sucede, todos en ese momento están de acuerdo en que es gracioso. Pero después la sociedad entera se mueve y evoluciona ese pensamiento, y empiezan a mirar y señalar a ese comediante. Los derechos de los homosexuales son un caso clásico: vas al humor de los 80 y desde Fabián Gianola hasta Eddie Murphy hicieron cosas que hoy te chocan. Pero en ese momento, ¿cuánta gente estaba marcando que eso estaba mal? Nadie, toda la sociedad acompañó ese humor. Por otro lado, si algo es gracioso, es gracioso. Acá hay una cosa de los americanos muy de ofenderse. Se meten a Twitter para ofenderse, van scrolleando hasta que algo los toca. Y a mí si alguien hace un chiste sobre los argentinos, los dibujantes, la gente que usa anteojos, no me molesta. Creo que solo pondría límites con mis hijas. Si el chiste es malo, me parece una porquería y listo. Pero no es que siento que alguien debería perder el trabajo por hacer un chiste sobre mí. Porque hay una actitud de que algo no gustó y que entonces esa persona no pueda trabajar más.


– También está el riesgo de la autocensura...


–A veces hablo con gente de muy alto perfil mediático y están todos de acuerdo en lo mismo, en que es una tontería, pero, ¿quién quiere poner en juego su carrera para defender a otro? Ahora hay polémica con J.K. Rowling. Tiene 60 años, no va a pensar como alguien de 20. Y la actitud es poco generosa y paciente, en vez de decir “¿Por qué no lo hablamos?”, se salta con “¡Es transfóbica!”. Todos quieren ofenderse y estar en el pedestal, hay como una generación insoportable.

– ¿Cambian los códigos al hacer humor en inglés?


–No, pero porque mi manera de hacer humor no es tan costumbrista. Mis chistes no son sobre “viste cómo somos los argentinos”, si no sobre algo que a mí me parece absurdo a nivel más existencial. Eso es más universal. Cuando se empezó a publicar Macanudo fuera de Argentina no pensé que iba a funcionar tanto, pero después me di cuenta de que la razón por la que se publica en la República Checa o en Corea del Sur es porque las cosas que me interesan son mucho más existenciales que locales. Y aunque está todo codificado con duendes y pingüinos, atraviesa a todos.

– ¿Cómo te inspiran tus hijas en tus creaciones? Mucho de lo que hacés tiene que ver con cómo miran el mundo los chicos.


–Siempre quise acordarme cómo era ser chico. No la versión mágica de los programas infantiles, sino realmente cómo te sentías, qué te angustiaba, qué te daba miedo. Las emociones de los chicos son complejas, y generalmente se piensa que son simples. Y Enriqueta surgió un poco de eso, tiene como un subtexto de que es muy tímida y solitaria, no tiene amigos y está con su gato y sus libros. Eso viene de cómo yo me acordaba de ser chico. Era muy tímido y si me llevaban a la casa de alguien, lo peor que me podían decir era “hay chicos de tu edad”. Y cuando tuve a mis hijas de repente tenía la performance delante. Es una época que me obsesiona. El momento donde vos eras 100% vos. Antes de ser de izquierda o de derecha, antes de ser religioso o ateo, antes de que te pasaran cosas que te cambiaran la personalidad, cuando eras chico, eras 100% vos.


La madurez de un Negroni




Liniers asegura que su bebida preferida es una “de viejos”: el Negroni. Con 47 años, no tiene problema en asumir su madurez y elegir este trago clásico, que antes tomaba en bares y desde la cuarentena aprendió a hacer en casa

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.