miércoles, 14 de julio de 2021

EXTRAORDINARIA VIDA DE REIVINDICACIÓN Y PROFUNDA CONCIENCIA


La epopeya de la granjera que busca redimir el pasado esclavista de su familia
Al descubrir que sus tatarabuelos habían poseído esclavos, Stacie Marshall convirtió en personal un tema que hoy sacude la discusión pública estadounidense: ¿cómo reparar el daño ocasionado generaciones atrás?

Stacie Marshall heredó a un tiempo una granja y el pasado esclavista de su familia; ahora busca reparar algo de esa historia
Poco antes de que la gente empezara a tomarse la pandemia en serio, Stacie Marshall se coló en las últimas filas de un salón de conferencias en Atenas, estado de Georgia, y se sumó al grupo de granjeros negros que cursaban el seminario de marketing titulado El repollo y el kale no son lo mismo.
La presencia de Stacie llamaba la atención, y no solo por ser una de las únicas dos personas blancas en el salón. A los 41 años, Stacie seguía teniendo la cabellera rubia y la belleza que le ganaron el título de Miss Chattooga County 1998. La corona venía acompañada de una beca que le permitió ingresar en una diminuta universidad bautista y la alejó de ese pequeño valle de los Apalaches donde su familia trabajaba la tierra desde hacía más de 200 años.
A cargo del seminario estaba Matthew Raiford, un carismático productor orgánico de 53 años perteneciente a la comunidad Gullah Geechee, como se conoce a algunos grupos de descendientes afronorteamericanos del sur de Estados Unidos.
Raiford preguntó si alguien tenía alguna duda o inquietud. Stacie Marshall levantó la mano, hizo caso omiso al nudo que tenía en la garganta, y contó su historia: iba a heredar 120 hectáreas, lo que la convertiría en la primera mujer de su familia en ser propietaria de tierras.
Stacie tenía grandes planes para el alicaído negocio ganadero y los campos sin desmalezar de la granja familiar. Su nuevo emprendimiento agropecuario se iba a llamar Mountain Mama Farms, y pensaba producir y vender suficiente carne vacuna de animales criados a pastura y productos artesanales para mantener a su esposo y sus tres hijas.
Pero había descubierto algo espantoso. “Mi familia era dueña de siete personas”, dijo Marshall con un hilo de voz. Y quería saber cómo enmendarlo.
Está hurgando en el pasado de su familia y tratando de eliminar capa tras capa de racismo en el “sur profundo” de Estados Unidos, donde no hay familia blanca con raíces en la zona que no se haya beneficiado con la esclavitud, y donde no hay familia negra que no tenga ancestros que fueron esclavos.
Raiford y todos los presentes se quedaron atónitos. “Esos pobres hombres mayores seguramente nunca en su vida habían escuchado algo semejante de boca de una mujer blanca”, recuerda Raiford.
En los casi tres años pasados desde entonces, y con el fervor de los flamantes conversos, Stacie Marshall ha estado embarcada en una cruzada que desde afuera puede parecer quijotesca o ingenua. Está hurgando en el pasado de su familia y tratando de eliminar capa tras capa de racismo en el “sur profundo” de Estados Unidos, donde no hay familia blanca con raíces en la zona que no se haya beneficiado con la esclavitud, y donde no hay familia negra que no tenga ancestros que fueron esclavos.
“La pregunta es cómo voy a usar esa propiedad para el bien común, pero no como si fuera el pago de una penitencia, sino realmente de la manera correcta”, dice Stacie mientras recorre su granja.
Pero en esa comunidad rural de 26.000 habitantes no es fácil encontrar con quién hablar de los privilegios de los blancos, teorías raciales o reparaciones históricas. En esta región, la agricultura, la familia y la discriminación tácita se entrelazan con tal fuerza que Stacie no logra desatarlos. Es consciente de que a veces roza la línea entre trabajar contra el racismo y jugar al salvador blanco, pero le parece inevitable. “No puedo alimentar a mis vacas y mirar para otro lado”, dice.
Su examen de conciencia es como el del país entero, pero a pequeña escala: ¿Los descendientes de personas que mantuvieron a otros seres humanos en la esclavitud pueden ser considerados responsables de ese mal? ¿Pueden hacer algo para enmendar las cosas?
Después del seminario, los otros granjeros le dieron algunas ideas: podía establecer una pasantía para jóvenes agricultores negros. O tal vez los vecinos negros de Stacie querían que se trabajara en la preservación del cementerio de su iglesia local. O quizás —y acá la cosa se complica— tendría que desprenderse de parte de la tierra o de la venta de la misma para dársela a los descendientes de los negros que habían ayudado a su familia a acumular riqueza.
“Está tratando de hacer ese trabajo en las entrañas del país confederado”, dijo Raiford después de visitar la granja de Stacie. “Si le encuentra la vuelta, el condado de Chattooga puede convertirse en modelo para las pequeñas comunidades de todo el sur de Estados Unidos.”
Stacie ya se siente una rareza por ser la única mujer joven al frente de un campo en todo el valle. Cree que sus vecinos se pondrán en su contra por contar la historia de su comunidad a través del lente de la esclavitud. Dice que en un lugar tan chico es imposible esconderse de los vecinos, y eso es lo peor y al mismo tiempo lo mejor de las pequeñas localidades.
A la mayoría de sus familiares todavía no les contó nada. “Me van a hacer la vida imposible”, dice. “Hay personas en esta comunidad que cuando empiece a hablar de estas cosas van a cambiar totalmente su actitud hacia mí.” Sin embargo, habla con cariño de su pueblito sureño. “Juro que estoy orgullosa de cada centímetro cuadrado de este lugar, salvo por lo otro”, dice.
Stacie escuchó desde que era chica que su familia había tenido esclavos, pero la historia recién le pegó realmente hace 12 años, justo después del nacimiento de su primera hija. A la beba le costaba mucho mamar, y Stacie estaba al borde de las lágrimas. Su abuelo, Fred Scoggins, trató de consolarla.
Tumbas sin nombre
“Eso lo heredaste de las mujeres Scoggins de la familia. Tu tatarabuela casi no producía leche, así que tuvieron que comprar una esclava.”
La llamaron Mammy Hester, contó el hombre, y a continuación apeló a la misma retórica engañosa que usan algunos sureños blancos para suavizar la dura realidad: la familia la trataba tan bien que después de la Guerra Civil, Hester decidió quedarse con ellos por voluntad propia.
Stacie empezó a pensar mucho en Hester, de cuya leche se habían alimentado sus antepasados. Después, hace unos cinco años, se enteró de que la verdad era incluso peor de lo que imaginaba. Su suegra, genealogista aficionada y entusiasta del sitio web Ancestry.com, fue la encargada de darle la noticia. “¿Sabías que tu familia tenía esclavos?” preguntó, y le mostró los documentos que había descubierto en internet.
“Sentí que necesitaba un buen trago de whisky”, recuerda Stacie. Pero en ese momento le resultó fácil barrer bajo la alfombra su pasado familiar. Sus hijas estaban creciendo, su madre enfermó de cáncer y murió, perdió a sus abuelos. Su padre le entregó la granja familiar y un par de hectáreas. Cuando él muera, ella tomará el control de las cien hectáreas restantes.
“Adquirió un significado diferente porque yo estaba revisando sus joyas y su ropa, y me decía: Ahora esto es mío”, dice Stacie. “Pero la historia familiar también pasaba a ser mía. ¿Qué iba a hacer con eso?”
Así que Stacie entró en la granja y empezó a limpiar la casa. Y cuando estaba revisando las cacerolas de hierro fundido y los muebles de sus abuelos se encontró con una vieja caja de zapatos llena de recortes de diarios. En su interior también había una copia de un horario de esclavos de 1860. Esta vez Stacie no miró para otro lado y lo estudió en detalle. A nombre de su tatarabuelo W.D. Scoggins figuraban siete personas, identificadas solo por sus edades, género y raza. Su familia había tenido dos hombres y una mujer, todos en la treintena, y sus cuatro hijos. El más joven tenía 5 meses y medio.
“Adquirió un significado diferente porque yo estaba revisando sus joyas y su ropa, y me decía: Ahora esto es mío”, dice Stacie. “Pero la historia familiar también pasaba a ser mía. ¿Qué iba a hacer con eso?”
Pensó en sus hijas. “Supe que tenía que replantear esa historia por ellas, por la granja y por mi comunidad.
Con los registros de esclavos en la mano, Stacie se propuso indagar más y tratar de localizar a los descendientes de Hester, para compartir con ellos lo que había averiguado.
Comenzó a contar su historia en conferencias en el Berry College. El año pasado, tras el asesinato de George Floyd a manos de la policía, decidió invitar a los estudiantes a su granja. Varios vecinos y granjeros negros a veces concurren, comparten el almuerzo y coordinan debates sobre cuestiones raciales.
Al principio, Stacie llevó a algunos estudiantes a limpiar un cementerio cercano donde un grupo tradicionalista planta banderas de la Confederación entre las lápidas de los soldados de la Guerra Civil. Dispersas entre las parcelas familiares hay sencillas lajas que marcan las tumbas de los esclavos. Ninguna tiene nombre.
Para su búsqueda, Stacie cuenta con una sola pista: el nombre de Hester. Pero encontrar a los descendientes de aquella “ama de cría” parece casi imposible. En el primer censo realizado después de la Guerra Civil figura que Hester se convirtió en propietaria de tierras en el condado de Chattooga, y que una de sus hijas se casó con un hombre llamado Perry. Stacey cree haber encontrado la tumba de Hester en el cementerio de la histórica iglesia negra de Dirt Town Valley.
En el condado hay decenas de personas negras de apellido Perry, pero muy pocos datos sobre su linaje y antepasados. De la mayoría de las familias negras de Estados Unidos apenas quedan registros genealógicos. “Creo que precisamente en ese tema, el privilegio blanco es como una bofetada en la cara”, dice Stacie. “En mi familia, por ejemplo, podemos rastrear y encontrar los nombres en documentos históricos.”
El esposo de Stacie la acompaña a fondo en su campaña antirracista, pero dice que las compensaciones económicas solo sirven para que los blancos limpien sus consciencias. ”Es como decir: no voy a cambiar mi vida, pero decime cuánto cuesta la absolución de mis culpas”, dice. “Y ese tipo de transacciones nunca generan un verdadero cambio.” Quienes reflexionan en profundidad sobre la posibilidad de una reparación histórica que entregue dinero a los descendientes de esclavos para acortar la brecha económica entre las razas y como forma de sanar heridas del pasado, dicen que las personas como Stacey Marshall deberían usar su tiempo y dinero para presionar al Congreso y a los legisladores a dar el paso.

Traducción de Jaime Arrambide

Kim Severson

The New York Times


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