Democracia y autoritarismo
Alejandro Máximo Paz y Ricardo López Murphy
Elecciones
Hacia finales de los años 50, poco más de medio siglo atrás, Raymond Aron dictaba en la Sorbona sus recordadas lecciones sobre la sociedad industrial. En el análisis estrictamente político, titulado Democracia y totalitarismo, caracterizaba esos dos extremos enfrentando por un lado el sistema de partidos múltiples, y por otro, el de partido único.
Priorizó esa clasificación, integrada con elementos aún vigentes, en una Europa de fines de posguerra, de partidos comunistas fuertes, de Guerra Fría y con intelectuales que adherían al marxismo o flirteaban con él. El profesor francés destacó también un tercer género de sistemas que calificó como autoritarios, refiriéndose a los ejemplos próximos de esa época, como los regímenes de Franco u Oliveira Salazar, y al que otros autores posteriores ubicaron como similares en Latinoamérica a los de Vargas, Stroessner o Perón.
Mientras el régimen de Stalin iba revelando sin pudor su esencia tiránica, fue perdiendo adeptos en el resto del mundo y disuadiendo a pensadores de orientación filo marxista de mostrarse abiertamente favorables a aquel. Por otra parte, el progreso objetivo de Occidente y la posterior implosión del régimen soviético debido a su fracaso económico y tecnológico, llevó a gran parte de la izquierda internacional a renunciar a la revolución violenta como única salida y desarrolló la estrategia para llegar al poder a través de la labor de los intelectuales colectivistas junto a los sectores desplazados, combatiendo en todo lugar a la sociedad abierta.
El espacio entre democracia y totalitarismo se amplió en diversas partes del globo. Al sur del Río Grande resurgió una versión de ellos: el régimen populista, que asoma como menos drástico y cruel que el comunismo tradicional, pero del que, sin embargo, resulta compañero de ruta en más de una de sus versiones. Por momentos aparece tan sólo como producto de la demagogia, de una política económica irresponsable, de un nacionalismo fuerte y de liderazgos cuyas políticas resultan insostenibles en el largo plazo.
Tres características se destacan: un desmedido estatismo; un mercantilismo que consiste en el cierre de la economía acompañado de un capitalismo de amigos y, por último, niveles crecientes de inflación reprimida reflejando la inconsistencia de las políticas macroeconómicas. Se pueden dar casos diversos, pero en realidad el populismo de cualquier laya no es más que el huevo de la serpiente. El régimen avanza con la misma sed utópica, con el mismo odio y con el mismo afán de poder acompañado por el clásico desprecio por las instituciones y el rechazo de los controles y balances democráticos.
Este brevísimo repaso viene a cuento de nuestras próximas elecciones respecto de las que se ha dicho que estamos “a siete diputados de Venezuela”, queriendo significar que estaríamos a un paso de un régimen dictatorial si triunfase el oficialismo. No podemos afirmar que ello sea así, pero no creemos que sea demasiado diferente.
No se trata de una elección entre dos propuestas republicanas sino que la opción se da entre una que se adscribe a sus principios y otra que los niega. Basta con señalar la pretensión del oficialismo kirchnerista de poner a la justicia a su servicio, astillando la división de poderes, con el fin de que queden impunes los “compañeros” corruptos; el propósito de adueñarse del manejo de donde haya caja para repartir en vez de esforzarse en crear trabajo y riqueza; un discurso echándoles culpas de su propia incapacidad ya sea a la gestión del gobierno anterior, a la oposición o a la prensa; su rechazo por cuestiones ideológicas de la compra de vacunas a una empresa prestigiosa solo por ser norteamericana, dejándose arrastrar, además, por la incumplida oferta rusa llevando a un aumento del número de enfermos o muertos por pandemia.
A esto se agrega la política de ahuyentar con exorbitantes impuestos e inseguridad jurídica a las empresas extranjeras y también a las nacionales. Su historial recuerda que siendo acusada la presidente de entonces por un fiscal, este aparece muerto dos días antes de su presentación ante el Congreso Nacional sin que el crimen se aclare. También corresponde anotar al populismo vernáculo el fomento de la amistad con países de sistemas totalitarios, distanciándose de los países libres que progresan y haciendo una bandera del odio por los méritos de cada persona humana, pretendiendo ignorar que la pobreza también se combate con la educación, entre muchos otros dislates como la absurda atribución de todos los males de este mundo tan injusto al sistema de economía de mercado.
El régimen populista pretende el control político del Estado y aunque haya órganos que están separados, éstos se hallan bajo el control de la persona o grupo detentador del poder, que es lo que ocurre hoy. Por cierto que el resultado de las PASO ha sido tranquilizador pero las elecciones serán recién el 14 de noviembre.
Llegamos al delicado momento en el que el ciudadano votará conforme con sus intereses, gustos y aspiraciones y, por sobre todo, elegirá un sistema en el que quiera vivir. Tiene dos caminos por delante: el populismo autoritario o la democracia constitucional.
En estas elecciones enfrenta al oficialismo populista una alianza de partidos que tienen ciertas divergencias entre sí, pero comparten una sólida base común de respeto al régimen republicano; ven una Argentina herida y que saben que puede y debe resurgir. Nosotros creemos, junto a Karl Popper, que el mundo de las democracias occidentales no es el mejor de los mundos posibles, aunque sí es el mejor de los mundos que hemos conocido hasta hoy y ello gracias al funcionamiento del sistema de libertades.
Sabemos que la clase política toda, salvo honrosos casos, es sumamente criticable, pero con el ejercicio de la vida democrática, ella irá mejorando. También creemos que todo el progreso que el régimen de la libertad nos brinda siempre necesita ser resguardado: aunque a veces no se tenga suficiente conciencia de ello, también se puede perder.
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