miércoles, 20 de octubre de 2021

POETAS Y PROSAS


El fulgor de las novelas de poetas
Narración y poesía suelen ser considerados perfectos opuestos, pero no son pocas las obras en que los creadores pasan del verso a la prosa; ejemplos recientes llevan la firma de Teresa Arijón o María Negroni
C. E.


Se suele relacionar el lenguaje poético con las formas más breves de la narración: el cuento, la nouvelle. Pero, durante todo el siglo XX, la poesía también se coló en la novela. William Faulkner o Virginia Woolf, por citar dos grandes autores, construyeron su obra en este cruce. Por nuestras latitudes basta con pensar en Juan José Saer, que imaginó una novela como El limonero real a partir de recursos propios del la poesía. O que reunió sus poemas bajo el paradójico título de El arte de narrar. Y sin embargo, a pesar de esos puntos de contacto, también es cierto que poesía y novela responden a lógicas distintas, muchas veces contradictorias. ¿Qué pasa cuando una poeta, un poeta se proponen una narración de largo aliento? ¿Qué mecanismos de la escritura se ponen en juego?
La mujer pintada, primera novela de la poeta y traductora argentina Teresa Arijón invita a repensar estas cuestiones. Como trabaja con la autobiografía, su narración pide un orden, una cronología: la autora cuenta los años en los que trabajó como modelo para el pintor Juan Lascano, que la retrató durante décadas. También reflexiona sobre el paso del tiempo y la mirada. Paralelamente narra el descubrimiento de una vocación poética –las lecturas, la escritura, las amigas escritoras–, el viaje a Brasil, las traducciones de los grandes poetas brasileños. Escribir este libro, cuenta vía mail, implicó un ejercicio distinto al de la poesía: “Además de una investigación exhaustiva que llevó años, además de ese regreso sobre mí en el tiempo y en la mirada, La mujer pintada requirió que me plantara de otra manera ante la escritura: saber esperar y capturar, tejer y destejer la trama, y que todo fluyera, finalmente fluyera después de aquel trabajo minucioso, a veces microscópico. Enlazar los pasos de un personaje con el pensamiento de otro, y luego una chispa de poesía”.
Es que si la poesía trabaja como un relámpago de sentido, si funda su potencia en las imágenes y en su brevedad, la novela se caracteriza por lo opuesto. El sentido se desarrolla a lo largo de páginas y páginas y, si bien siempre hay elipsis, prevalece el impulso narrativo que hace avanzar la trama, por más mínima que sea. Ambas maneras de construir el sentido están presentes en la novela de Arijón. Por un lado está la pose, ese acto performático, casi una epifanía, algo así como el cuadro antes de ser pintado: presente puro, es decir, poesía. “El nacimiento de la poesía: la voz antes que la letra”, como le dice el gran poeta brasilero Ferreira Gullar cuando la autora lo visita en su casa en Brasil. Por otro lado, todo el libro recorre la historia del arte: está hilvanado por escenas, relatos de otras mujeres que posaron a través de los siglos, en esa forma de “la soledad y la desnudez” como dice Arijón, que es la pose. Aquí no juega el presente sino el devenir histórico, el paso del tiempo: las leyes de la novela que rigen, siempre, toda biografía.
Para la lógica del mercado las diferencias entre novela y poesía son notorias: la novela es algo así como el género burgués por excelencia, el espejo de la clase media. La novela vende. La poesía, por el contrario, es el género de los marginados, esa “pequeña voz del mundo” de la que habla Diana Bellessi en sus ensayos. Narrar desde la poesía, entonces, es también plantar bandera.
Esto se ve, por poner otro ejemplo reciente, en la primera novela del vietnamita estadounidense Ocean Vuong (Ciudad Ho Chi Minh, 1988): En la tierra somos fugazmente grandiosos. El autor narra el dolor, lo indecible de la guerra y de la exclusión de los migrantes a través de un lenguaje sumamente poético en el que prevalece lo sensorial y la reflexión en torno al lenguaje. Al igual que Arijón, Vuong, que es conocido como poeta, trabaja con la autobiografía, pero no hace avanzar el relato a la manera tradicional sino que las escenas parecen fijadas en el presente. Como si a pesar de avanzar, el tiempo no transcurriera, como si los recuerdos fueran pequeños poemas.
Otro ejemplo actual. Publicada casi al mismo tiempo que la de Arijón, El corazón del daño de la poeta, traductora y ensayista argentina María Negroni, es otra muestra de la potencia que cobra la narración cuando es atravesada por la poesía. Como Marguerite Duras a lo largo de su obra, como Vuong, Negroni indaga en la figura de su madre. Lo hace a través de oraciones que funcionan como párrafos brevísimos –cada oración un párrafo–, verdaderos latigazos del lenguaje. La autora construye la figura de esa madre a partir de escenas de infancia y de juventud pero también de lecturas; lee a otros, y lee su propia obra –los poemas, los ensayos ya escritos– como quien intenta desentrañar las ruinas de la propia historia.
“El novelista escribe parejo”, dice Damián Ríos en su largo poema “La pasión del novelista”. Y tiene razón: la escritura de una novela suele pedir una constancia, una rutina particular. Hay que construir los personajes, seguirlos, y eso implica un trabajo diario, ininterrumpido hasta encontrar por dónde va la historia. Esa tarea no es ni mejor, ni peor que la de la poesía, sino distinta. Arijón lo cuenta: “Al principio no sabía si tendría las herramientas, el don, de narrar. La paciencia que requiere desplegar aquello que, en poesía, se concentra y se diluye en una sola imagen, un reguero de palabras, un relámpago precisamente. Hay algo que “encarna” en el hecho de narrar.”
“Los poetas lo han dicho de mil modos –señala por su parte Negroni en El corazón del daño–: Escribir es susurrar lo que se ignora”. Cada uno de estos libros intenta eso: acercar la palabra lo más posible a su objeto –sea el recuerdo, sea la figura de la madre, sea la experiencia fugaz de la pose–, aún sabiendo que es imposible, que la escena se esfuma cada vez que la palabra la roza. La narrativa no les alcanza, pero tampoco la poesía, y el resultado son estos grandes libros híbridos: “novelas de poeta” en las que, al acompañar la trama, el lenguaje brilla y resplandece.



La mujer pintada

Por Teresa Arijón

Lumen

336 páginas / $ 1899



El corazón del daño

Por María Negroni

Random House

144 páginas / $ 1349

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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