Los “rugbiers”, nueva especie del género humano
Hector R. Cano
El 18 de enero 2020, el joven Fernando Báez Sosa fue golpeado alevosamente por un grupo de salvajes patoteros hasta causarle la muerte. Fernando tenía entonces 18 años. La noticia causó una profunda indignación en el seno de la sociedad hasta que la inesperada ola pandémica del Covid-19 desvió nuestra atención a lo que estaba por venir. Desde el inicio de la etapa del debate del juicio, el 2 del actual, los lamentables hechos ocurridos hace dos años han vuelto a acaparar el interés de los medios de comunicación y, lógicamente también, de la sociedad.
Me he ocupado de reflexionar sobre la práctica del deporte y el rugby en general en sendos artículos publicados en la nacion en diciembre, antes de los hechos de Villa Gesell, y con posterioridad, en febrero de 2020. Ante la gravedad de lo ocurrido, vuelvo sobre el tema. Aparentemente muchos medios de comunicación han puesto en escena a un nuevo género de la especie humana: el de los “rugbiers”.
Iniciado ya el juicio penal, los “rugbiers” volvieron a escalar la cima de las noticias. “Rugbiers” de aquí, “rugbiers” de allá, simplemente “rugbiers”. No he escuchado otra palabra o modo de referirse a ellos, a los asesinos de Fernando. Y es un grosero error. No se nos escapa hoy que la conducta de algunos seres humanos se ha degradado seriamente a partir del comportamiento de personas que hacen de la violencia una forma de vida, y no porque jueguen al rugby o a cualquier otro deporte. De hecho, algunos de estos criminales “rugbiers” tenían ya antecedentes penales. Los hechos violentos y peleas entre los jóvenes son cosa de todos los días; muchos de ellos, de asombrosa trascendencia, son causa de graves daños a la salud, cuando no de pérdidas inauditas de vidas humanas. No todos son “rugbiers” Hay una larga lista de futbolistas de primera categoría acusados de violación, maltrato, violencia de genero y/o abuso sexual. ¿Eso significa que los “futbolistas” se caracterizan por ser proclives a los delitos sexuales? Naturalmente que no. Primero está la persona, después viene el jugador.
La violencia sin duda tiene una base común que habría que hurgar en la educación, o, mejor dicho, en su ausencia, lamentablemente cada vez mayor. El violento puede practicar deportes o no, puede o no jugar al rugby, al fútbol, al ping pong o a lo que sea. No es el deporte que practica el que lo hace violento. El rugby, ya se ha dicho, es un deporte de contacto con severas reglas de juego. Si no se las cumple, la amarilla o la roja son inmediatas y el infractor se hace responsable de debilitar a su propio equipo durante el juego. Debo reconocer que el rugby, a diferencia de otros deportes de equipo, forja lazos de amistad muy fuertes, que conducen a la protección recíproca y a establecer pactos indestructibles. Sería necio desconocer que esos lazos de amistad pueden ser direccionados para hacer tanto el mal como el bien. En el primer supuesto habrá patotas con más músculos que otras; en el segundo, habrá grupos de personas que se involucren en la necesidad de otros y presten su tiempo para ayudarlos. Ir para uno u otro lado dependerá de muchos factores, entre los que la educación es la base fundacional. Queda claro entonces que los reiterada y casi deliberadamente denominados “rugbiers” que asesinaron a Fernando y que practicaron rugby unos pocos años en un club de barrio, antes que integrar esa hipotética categoría creada por cierta ignorancia de algunos medios de comunicación, son “patoteros” que llevan en su sangre impulsos criminales que forjaron a partir de una educación que, evidente y lamentablemente, jamás recibieron
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