jueves, 28 de abril de 2016
ELUCUBRACIONES IMPERFECTAS DE DANIEL MOLINA
Hace siglos, los filósofos europeos debatieron un problema estratégico: ¿Si Dios es omnipotente, cómo es posible que Él permita la existencia del Mal? Ahora, en la segunda década del siglo XXI, los emprendedores de la era digital se preguntan algo muy parecido: ¿Por qué el mundo no es perfecto? ¿No podremos lograr un mundo sin problemas?
No sólo en la pregunta los teólogos y los emprendedores se asemejan: a pesar de estar separados por un milenio, tanto unos como otros quieren saber qué falla, para corregirlo. Ambos están interesados en intervenir sobre el mundo, aunque unos crean que deberían hacerlo con ejercicios espirituales y los otros con algoritmos.
La utopía de que el mundo puede perfeccionarse hasta el extremo de que se acabarían todos los problemas (desde las enfermedades hasta el odio, desde la escasez de alimentos hasta la inequitativa distribución de los bienes) ha existido desde hace milenios. Pero nunca ha tenido tal fuerza como en la era digital. Desde que Internet se ha convertido en el centro de la cultura contemporánea y ha permitido el más acelerado desarrollo del conocimiento en todos los campos, han proliferado los que sostienen la utopía del mundo sin opacidad, sin ambigüedad, sin problemas.
Hay diferencias entre los grandes actores de la era digital, pero algo tienen todos en común: desde los cerebros de Google hasta los de Facebook, todos creen que el futuro sólo traerá soluciones a todos los problemas hasta que (dentro de muy poco) logremos que ya no haya más problemas.
Pronostican que se acabará con la opacidad y la corrupción de la política. ¿Acaso las redes sociales ya no nos permiten saber todo de todos? ¿Qué político hoy puede escapar al escrutinio constante y minucioso hasta cuando va al baño? Nos prometen (como algo bueno) que la política dentro de muy poco funcionará como las encuestas de Twitter: todo será decidido por consensos instantáneos, que cambiarán ante cada tema que se deba debatir.
El mundo sin Mal parece al alcance de un algoritmo. ¿Pero es deseable un mundo sin problemas? ¿Es bueno que no exista el Mal? La utopía de una sociedad completamente transparente, sin fallas ni ambigüedades, ¿es un paraíso o un infierno?
Los filósofos medievales concluyeron que Dios había decidido que el Mal existiera porque en su Amor infinito prefería que los seres humanos fueran libres a que vivieran en una especie de estado de imbecilidad en el que no pudieran tomar ninguna decisión. Si solo existiera el Bien, nadie podría ser bueno. La existencia del Mal es la que nos permite elegir. Ser bueno no es una condición natural, sino un trabajo espiritual sobre uno mismo. Un mundo sin problemas ni ambigüedad ni opacidad se parecería mucho a las distopías atroces que imaginaron George Orwell o Franz Kafka.
El sentido es una construcción cultural que surge de la dificultad de aceptar el mundo en su imperfección. El sentido nace de esa lucha. Ni el mundo ni la vida, en sí mismos, tienen sentido. El arte es posible porque el mundo nos resulta imposible.
El autor es crítico cultural
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