lunes, 18 de abril de 2016
SIEMPRE EDUARDO GALEANO
El cazador de historias, de Eduardo Galeano (fragmentos)
Fuente: Eduardo Galeano, El cazador de historias, Buenos Aires, Siglo XXI, 2016, págs. 15, 16, 24, 28, 32, 38, 43, 44, 53, 221, 255.
Los libres
En los días, los guía el sol. En la noche, las estrellas.
No pagan pasaje, y viajan sin pasaporte y sin llenar
formularios de aduana ni de migración.
Los pájaros, los únicos libres en este mundo habitado
por prisioneros, vuelan sin combustible, de polo a
polo, por el rumbo que eligen y a la hora que quieren,
sin pedir permiso a los gobiernos que se creen dueños
del cielo.
Los náufragos
Los náufragos
El mundo viaja.
Lleva más náufragos que navegantes.
En cada viaje, miles de desesperados mueren sin
completar la travesía hacia el prometido paraíso donde
hasta los pobres son ricos y todos viven en Hollywood.
No mucho duran las ilusiones de los pocos que consiguen
llegar.
Costumbres bárbaras
Los conquistadores británicos quedaron bizcos de asombro.
Ellos venían de una civilizada nación donde las mujeres
eran propiedad de sus maridos y les debían obediencia,
como la Biblia mandaba, pero en América encontraron
un mundo al revés.
Las indias iroquesas y otras aborígenes resultaban
sospechosas de libertinaje. Sus maridos ni siquiera
tenían el derecho de castigar a las mujeres que les pertenecían.
Ellas tenían opiniones propias y bienes propios,
derecho al divorcio y derecho de voto en las decisiones de
la comunidad.
Los blancos invasores ya no podían dormir en paz:
las costumbres de las salvajes paganas podían contagiar
a sus mujeres.
Sordos
Cuando los conquistadores españoles pisaron por vez
primera las arenas de Yucatán, unos cuantos nativos les
salieron al encuentro.
Según contó fray Toribio de Benavente, los españoles
les preguntaron, en lengua castellana:
—¿Dónde estamos? ¿Cómo se llama este lugar?
Y los nativos dijeron, en lengua maya yucateca:
—Tectetán, tectetán.
Los españoles entendieron:
—Yucatán, Yucatán.
Y desde entonces, así se llama esta península.
Pero en su lengua, los nativos habían dicho:
—No te entiendo, no te entiendo.
La explicación
El fraile dominico Antonio de la Huerte escribió, en
1547, a propósito de las rarezas de América:
Se diría que, en el día de su creación, al Señor le temblaba
un poco el pulso.
La piel del libro
Él nos dio y nos da mucho placer, pero recibió poco
o ninguno.
Tsai Lun, eunuco, miembro de la corte imperial china,
inventó el papel. Fue en el año 105, tras mucho
trabajar con la corteza del árbol de la mora y otros vegetales.
Gracias a Tsai Lun, ahora podemos leer y escribir
acariciando la piel del libro, mientras sentimos que son
nuestras las palabras que nos dice.
Los profetas de Túpac Amaru
A principios del siglo dieciocho, Ignacio Torote se
alzó, en la selva peruana, contra los intrusos que habían
venido a llevarse las almas y las tierras.
Al mismo tiempo, el ejército quechua de Juan Santos
Atahualpa impedía, de paliza en paliza, el avance de las
tropas españolas.
A mediados del siglo, mientras Juan Santos moría,
muy lejos de su selva impenetrable el joven José Gabriel
Condorcanqui elegía llamarse Túpac Amaru y encabezaba
la insurgencia indígena más numerosa de toda la
historia americana.
Y de derrota en derrota, de rebelión en rebelión, la
historia continuó: cuando ella dice adiós, dice hasta
luego.
Buenos Aires nació dos veces
El primer nacimiento ocurrió en 1536.
La ciudad, recién nacida, murió de hambre.
En 1580, Buenos Aires nació, por segunda vez, donde
hoy está la Plaza de Mayo.
¿Por qué se llama como se llama la zona de La Matanza?
Porque los indios no dieron la bienvenida a los
intrusos. Desde el principio, hubo guerra. La populosa
zona de La Matanza fue bautizada así en memoria
de una carnicería: los muertos fueron, todos, indios
querandíes.
Según el conquistador Juan de Garay, eran naturales
alterados.
Homenajes
En el cerro Santa Lucía, en pleno centro de Santiago
de Chile, se alza una estatua del jefe indígena Caupolicán.
Caupolicán más bien parece un indio de Hollywood,
y se explica: la obra fue esculpida, en 1869, para un
concurso de los Estados Unidos en memoria de James
Fenimore Cooper, autor de la novela El último de los
mohicanos.
La escultura perdió el concurso, y el mohicano no
tuvo más remedio que mudarse de país y mentir que
era chileno.
El primero de mayo es el día más universal de todos.
El mundo entero se paraliza rindiendo homenaje a
los obreros que fueron ahorcados, en Chicago, por el delito
de negarse a trabajar más de ocho horas diarias.
En mi primer viaje a los Estados Unidos, me sorprendió
que el primero de mayo fuera un día como cualquier otro
día, y ni siquiera la ciudad de Chicago, donde la tragedia había
ocurrido, se diera por enterada. Y en El libro de los abrazos,
confesé que esa desmemoria me dolía.
Mucho tiempo después, recibí una carta de Diana Berek y
Lew Rosenbaum, desde Chicago.
Ellos nunca habían celebrado esa fecha, pero en el año
2006, por primera vez, junto a una multitud jamás vista habían
podido rendir homenaje a aquellos obreros que en la
horca habían pagado su valentía.
Chicago te abraza, decía la carta.
Quise, quiero, quisiera
Que en belleza camine.
Que haya belleza delante de mí
y belleza detrás
y debajo
y encima
y que todo a mi alrededor sea belleza
a lo largo de un camino de belleza
que en belleza acabe.
(Del “Canto de la noche”, del pueblo navajo)
Sobre Andresito, el hijo adoptivo de Artigas, La garra charrúa, la matanza de los indios ordenada en 1832 por Fructuoso Rivera.
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