viernes, 29 de abril de 2016
PERONISMO INCLASIFICABLE
El lugar común dice que el peronismo es imposible de explicar a un extranjero. Cada argentino tiene una idea de qué es, incluso aunque para cada uno tenga un sabor diferente, resuene de manera particular o se relacione bien o mal con algún momento de su vida.
Esa imposibilidad radical (con perdón), la de las sensaciones únicas y las experiencias personales, en cierto modo intransferibles, es asumida por el periodista y licenciado en Letras Santiago Farrell, quien ya desde el título de su reciente libro, Peronismo. Cómo explicar lo inexplicable (Ariel), busca hacer de defecto virtud.
Su tarea fue encargar a una docena de pensadores e investigadores cercanos a la ciencia política, en su mayoría extranjeros (muchos europeos, algunos sudamericanos), una semblanza entre teórica y autobiográfica sobre ¿el partido, el movimiento, la religión? que signó por presencia o ausencia los últimos setenta años de Argentina, lo que equivale a decir más de una tercera parte de la existencia misma de la Nación.
"Cuando era corresponsal en Brasil, un colega me preguntó cómo es esto del peronismo, hoy acá, mañana allá, de derecha e izquierda; Lula y Duhalde que presentaban a Kirchner como el futuro presidente y al rato Duhalde y Kirchner estaban a los puñales... Yo le di mi punto de vista, porque, como todo argentino, tengo una idea de lo que es. Y él me respondió: 'Sos el octavo argentino al que le pregunto, todos me dijeron cosas distintas'", cuenta Farrell. Pero el asunto le quedó rebotando al compilador de este volumen que buscó, dice, menos un registro académico que uno intimista y vivencial: cómo es tener que hablar del peronismo afuera del país, como argentino o como extranjero especializado en esta "esquina ilógica del mundo", tal como la define en el libro el danés Harritshøj, corresponsal para medios nórdicos en Buenos Aires desde 1999 y que, dicho sea de paso, también introduce aspectos sentimentales: "No puedo evitar odiar y amar al peronismo al mismo tiempo", escribe. El corazón que nubla la razón o viceversa.
El conjunto es inevitablemente desparejo, pero sirve para recorrer buena parte de los prejuicios, citados o encarnados por los autores, a la vez que los hechos que hacen que el peronismo sea una singularidad, como señala uno de ellos (el español Manuel Monereo) o un "Objeto Político No Identificado" (el propio Monereo y la dupla Rafael Bielsa-Federico Mirré).
Fuera de las fronteras
¿Qué transforma al peronismo en eso? Algunos apuntes para la continuidad de la reflexión incluyen una mirada fuera de las fronteras argentinas para tomar en cuenta, por ejemplo, lo que lo diferencia de los fascismos europeos, de los que Perón se nutrió en su etapa formativa militar pero cuya receta no siguió al pie. O lo que lo distancia de los gobiernos latinoamericanos con los que estuvo emparentado, como el de Getúlio Vargas en Brasil o el PRI mexicano, cuyos setenta años de influencia se dieron con la continuidad en el gobierno, sin exilio del líder (ni, acaso, existencia de uno al que adorar), ni resistencia ni regreso apoteótico. O incluso sus vínculos con movimientos sociales en algún sentido equiparables, como los que se dieron en Bolivia, Perú o Chile de manera más o menos contemporánea.
Farrell completa el combo con la caracterización del peronismo como "un populismo, sin sentido despectivo, a la manera de Ernesto Laclau: un movimiento fuerte en torno a un líder, con alas diferentes y hasta enfrentadas, con la idea de ocupar el Estado y desarrollar desde ahí políticas públicas. Incluso los cambios del peronismo son cambios epocales. Cuando Menem aplicó el neoliberalismo también se aplicó en todo el continente; lo mismo con Kirchner y su revisión de la década del noventa, que fue continental".
Pero el elemento clave, que excede la ciencia política y las definiciones más o menos de manual y se interna en los meandros de la cultura, tiene que ver con la identidad: los argentinos suelen "sentirse peronistas" (o rechazarlo de manera visceral) y eso tiene rasgos de fe, lejos de la racionalidad y la experiencia, lo que, en cierto sentido, vuelve el peronismo inmune a los hechos. "Los argentinos que se exiliaron en México perseguidos por peronistas de la Triple A, ¿cómo pueden seguir creyendo en el peronismo? Pues por un acto de fe; por eso pudo atravesar 18 años de exilio y toda brutalidad interna", dice Farrell. En esa línea, el historiador norteamericano Joel Horowitz titula "Un fenómeno cultural más que una ideología" su aporte al libro, en el que incluso sugiere que explorar el asunto es útil para entender la escena política actual en los Estados Unidos.
Más o menos en el mismo sentido, el periodista y escritor chileno Carlos Tromben remarca en su texto lo que podrían ser las "esencias" (con los reparos del caso) de los dos países: "A nosotros nos gusta saber qué es la derecha, qué es el centro, qué es la izquierda [...]. Nos gusta tenerlo clarito, tener el límite. Somos apolíneos. Pero los argentinos son dionisíacos. Todo es líquido [...]. Los significados también se van vaciando de un envase a otro sin perder coherencia. Nos cuesta entender a los argentinos, punto. Y nos fascinan por lo mismo". Por el mismo sendero transita el aporte del francés Jean-Jacques Kourliandsky -doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Bourdeaux III-, quien habla de Perón "como enigmático y perturbador para un espíritu cartesiano [...], es cosa de magia, puede anular las leyes del mundo físico".
Aunque existen también terrenales razones políticas. Como escriben Sergio Bufano y Lucrecia Teixidó, "los partidos políticos argentinos que actúan fuera del universo peronista han aceptado una distribución de responsabilidades, una suerte de reparto de tareas que llevó a que el peronismo continuara identificándose con la justicia social y ellos con la defensa de la República".
Farrell -que recuerda como hitos personales el día en que se hizo peronista y el día en que dejó de serlo- agrega una última confesión, en función de la actualidad del peronismo, tras la década en su versión de centroizquierda llamada kirchnerismo y una actualidad en la oposición: "El peronismo debe dejar de ser un movimiento y transformarse en dos o tres partidos, cada uno con su línea, para que no se mezclen más algunas intenciones de izquierda con las represiones de derecha en las provincias, por ejemplo, a los pueblos originarios", concluye.
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