Fogwill inédito: relatos magistrales entre la Guerra de Malvinas y el siglo XXI
La publicación de Memoria romana, el mejor de sus libros póstumos, reúne escritos de épocas diversas, pero unidos por un mismo pulso poético y una inteligencia implacable
Cuando, en 2009, publicó sus Cuentos completos (Alfaguara), Fogwill agregó una "nota preliminar" que, además de redistribuir y generalizar las dedicatorias individuales, desmentía la presunta totalidad del título: "Los veintiún textos que integran esta edición son todo lo que escribí en los géneros del cuento y el relato breve", decía. "He escrito pocos más -cuatro o seis- y algunos de ellos fueron publicados, pero es mi voluntad que nunca vuelvan a aparecer y que si algo me sobrevive provenga de esta selección".
Desde su muerte, en 2010, hubo varias publicaciones póstumas. Para empezar, La gran ventana de los sueños, en 2013, y, apenas un año después, Nuestro modo de vida, una novela de 1981. Un arco enorme: los últimos sueños y las primeras invenciones.
Pero mientras escribía Nuestro modo de vida Fogwill escribía también otras cosas; varias de esas cosas integran Memoria romana, el inédito que publicó la editorial Blatt&Ríos. No es un inédito más: es, hasta el momento, el mejor de todos los inéditos. ¿Qué quiere decir "el mejor"?
Veamos lo siguiente. El Fogwill poeta empieza antes del Fogwill conocido de los relatos y las novelas y termina después de él; el poeta es el fondo del que salió el narrador, su auténtica y secreta matriz verbal. Las novelas son la espuma de los poemas, y los cuentos, la intersección exacta entre narración y poema.
En el primer Fogwill, el de El efecto de realidad y Las horas de citar, está Fogwill entero. Pura música, lo que explica que le dedicara al crítico musical Federico Monjeau su poema "Contra el cristal de la pecera de acuario". Fogwill sabía lo que hacía. Le pedí una vez que me explicara ese poema (¡como si el poema no se explicara a sí mismo!); me dijo: "La lucha del hombre contra la música de la memoria". Se entiende: la memoria era lo conocido. Fogwill buscaba una música nueva. La encontró, ya lo sabemos de sobra.
Cualquiera de los años setenta, cualquiera del 2000 y algo- es inconcebible sin la experiencia de la poesía.
Como todo escritor y toda persona sensata, Fogwill prefería a T. S. Eliot antes que a Ezra Pound, pero la máxima de Pound par excellence le sienta bastante bien: "La gran literatura no es más que el lenguaje cargado de sentido hasta el grado máximo que sea posible". Esa carga de sentido recorre de punta a punta Memoria romana.
Cuando salió Música japonesa, en 1982, Fogwill anotó en la contratapa: "La gracia aburrida de los motivos que suelen reiterarse, la expoliación de toda trama para reproducir mejor un tono o una modalidad de voz, la hipótesis de que entre la estructura y el sonido hay un abismo y la certeza de que los intervalos -así en la música como en la vida- son entidades, no relaciones, son la materia prima de esta obra". De eso está hechoMemoria romana, sus 11 textos (no digamos nada sobre los géneros), y especialmente el que da título a la compilación, posible únicamente gracias al editor Damián Ríos.
"Memoria romana", relato bajo la especie de un diario, cuenta la Guerra de Malvinas desde el grado cero del presente: un hombre (un artista), preocupado por las deudas (sujetas a los tempi de las devaluaciones), justificadamente enojado con los editores, colmado de recuerdos pretéritos (una estadía en Roma) y atentísimo al estilo ("La filosofía necesita de una retórica impactante. Pulir la frase"). "Memoria..." es casi un documento.
Para Fogwill, buen lector de Hegel, filosofía era también poesía interiorizada. En "Todo por amor", leemos: "Manea, arrea, rema, amarra Gustavo entre meada y meada de cara al río". Son los años setenta. Y después, en 2010, en el relato "Las arenas de entonces", encontramos lo que sigue: "La palabra amar, las historias del mar, y marzo con la amargura de sus atardeceres amarilleando como para anunciar que otro verano se termina, todo junto lo devuelve al recuerdo de aquellas vacaciones de los primos con la prima Luciana". ¿Se puede imaginar una coherencia tan sostenida en el tiempo? Fogwill ya había dejado una primicia de la duda acerca de que en la palabra esté la cosa (el acto de amar, por ejemplo, en la palabra "amar") en "Memoria romana". 5 de junio de 1982 a las 21: "¿Roma es Amor? Si en el nombre de la rosa está la rosa y todo el Nilo en la palabra 'nilo', está el amor en 'roma'. En Roma. Hay quien confía en la letra y en el nombre. Ya no encuentran más rosas en la palabra rosa pero aún se fascinan imaginando aros compuestos de rosa o un largo nilo de hilo de lino. Veo graves bandas de creyentes en el psicoanálisis apostando sus vidas a la consigna de que los nombres de las cosas imaginarias revelan la verdadera naturaleza de lo imaginado".
Como todo escritor y toda persona sensata, Fogwill prefería a T. S. Eliot antes que a Ezra Pound, pero la máxima de Pound par excellence le sienta bastante bien: "La gran literatura no es más que el lenguaje cargado de sentido hasta el grado máximo que sea posible". Esa carga de sentido recorre de punta a punta Memoria romana.
Cuando salió Música japonesa, en 1982, Fogwill anotó en la contratapa: "La gracia aburrida de los motivos que suelen reiterarse, la expoliación de toda trama para reproducir mejor un tono o una modalidad de voz, la hipótesis de que entre la estructura y el sonido hay un abismo y la certeza de que los intervalos -así en la música como en la vida- son entidades, no relaciones, son la materia prima de esta obra". De eso está hechoMemoria romana, sus 11 textos (no digamos nada sobre los géneros), y especialmente el que da título a la compilación, posible únicamente gracias al editor Damián Ríos.
"Memoria romana", relato bajo la especie de un diario, cuenta la Guerra de Malvinas desde el grado cero del presente: un hombre (un artista), preocupado por las deudas (sujetas a los tempi de las devaluaciones), justificadamente enojado con los editores, colmado de recuerdos pretéritos (una estadía en Roma) y atentísimo al estilo ("La filosofía necesita de una retórica impactante. Pulir la frase"). "Memoria..." es casi un documento.
Para Fogwill, buen lector de Hegel, filosofía era también poesía interiorizada. En "Todo por amor", leemos: "Manea, arrea, rema, amarra Gustavo entre meada y meada de cara al río". Son los años setenta. Y después, en 2010, en el relato "Las arenas de entonces", encontramos lo que sigue: "La palabra amar, las historias del mar, y marzo con la amargura de sus atardeceres amarilleando como para anunciar que otro verano se termina, todo junto lo devuelve al recuerdo de aquellas vacaciones de los primos con la prima Luciana". ¿Se puede imaginar una coherencia tan sostenida en el tiempo? Fogwill ya había dejado una primicia de la duda acerca de que en la palabra esté la cosa (el acto de amar, por ejemplo, en la palabra "amar") en "Memoria romana". 5 de junio de 1982 a las 21: "¿Roma es Amor? Si en el nombre de la rosa está la rosa y todo el Nilo en la palabra 'nilo', está el amor en 'roma'. En Roma. Hay quien confía en la letra y en el nombre. Ya no encuentran más rosas en la palabra rosa pero aún se fascinan imaginando aros compuestos de rosa o un largo nilo de hilo de lino. Veo graves bandas de creyentes en el psicoanálisis apostando sus vidas a la consigna de que los nombres de las cosas imaginarias revelan la verdadera naturaleza de lo imaginado".
En tiempos de pañuelos de colores y de bolsos con billetes, cualquiera que haya conocido a Fogwill podrá imaginar qué habría dicho de pañuelos y de bolsos, pero (seamos honestos) nadie tiene nunca la potestad de hablar por un muerto. Digamos simplemente esto. Después de leer Memoria romana, y si estuviéramos en los ochenta, cuando Fogwill empezó a ser públicamente Fogwill, alguien, anacrónicamente, debería pintar mejor en una pared: " Fogwill's not dead".
Obra maestra desconocida
Memoria romana
Autor: Fogwill.
Editorial: Blatt&Ríos
Páginas: 152
P. G.
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