lunes, 24 de septiembre de 2018
PENSAMIENTOS INQUIETANTES,
A comienzos de año, la Universidad de Yale lanzó un curso optativo que rápidamente se convirtió en el más numeroso jamás creado en los 316 años de historia de esta prestigiosa institución educativa. Uno de cada cuatro alumnos, fuera cual fuera la carrera que estuvieran haciendo, se anotó para participar. La cantidad resultó tan alta que excedía largamente la capacidad de las aulas más grandes y debió dictarse con retransmisión simultánea en un gran número de salas. ¿Cuál era el contenido de este curso que despertó semejante furor? El tema era cómo ser felices.
Cuando leí la noticia inicialmente me descolocó. Si ser felices es probablemente la meta más importante que todos tenemos en la vida, ¿no deberíamos a esta altura haber aprendido bien cómo lograrlo? ¿Cómo podía ser que tantas personas necesitaran estudiar la manera de hacerlo? Me propuse investigar el tema y hacer una de mis columnas de radio sobre ello. Preparando el material, decidí hacer una encuesta que confirmó en números lo que el episodio de Yale indicaba: pese a que 97% de las 2100 personas que respondieron cree que es una de las principales metas en la vida, a la mayoría ser felices les resulta difícil o muy difícil.
Descubrí que el curso estaba disponible para ser tomado online y decidí hacerlo. Contrastando mi propia experiencia y las respuestas a muchas otras preguntas en mi encuesta, terminé de confirmar que el problema es que ¡somos muy malos entendiendo cómo funciona nuestra propia felicidad! El contenido es tan extenso que no puede agotarse en una sola nota y lo iré cubriendo en el tiempo en más de una edición.
El nivel de felicidad de una persona es, a grandes rasgos, determinado por tres factores: la genética, los hábitos y las circunstancias de la vida. Allí apareció el primer malentendido. Consultando a las personas por la importancia relativa de cada uno, la relevancia de la genética fue significativamente subestimada. Solo 5% creyó que era importante. Sin embargo, diferentes estudios científicos estiman que la genética explica el 50% del nivel de felicidad que una persona logra. Algunos vienen mejor "cableados" que otros para ser felices. Aspectos como el grado de optimismo, el humor o la sensibilidad tienen un fuerte componente hereditario. Pero como la genética no es modificable, no hay nada que podamos hacer a este respecto. Dependemos de cuán favorecidos salimos en la lotería de los genes.
Pero un segundo malentendido es mucho más relevante: la mayoría de los consultados dieron a las circunstancias de la vida (qué trabajo tenés, dónde vivís, si tenemos un sueldo mayor o menor, en otras palabras: si te va bien) mucho más peso en relación a los hábitos de lo que realmente tienen. En general, creemos que lo que nos falta para ser felices es mejorar nuestras circunstancias y lo que el curso muestra, citando abundantes estudios científicos que lo sustentan, es que para mejorar la felicidad es mucho más importante desarrollar ciertos hábitos que conseguir un aumento de sueldo o cambiar el auto. Y esos hábitos en general tienen que ver con mejorar nuestro vínculo y conexión con otras personas, más que con lograr conseguir más cosas.
Esta conclusión puede sonar a obviedad, y sin embargo la encuesta y la observación cotidiana se ocupa de mostrarnos que, pese a creer que lo sabemos, nuestra conducta y nuestras prioridades no se ajustan generalmente a esos principios. En definitiva, el curso tuvo tanto éxito porque la mayoría necesitamos todavía aprender mucho sobre el funcionamiento de nuestra propia felicidad.
S. B.
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