LUCIANA MANTERO
Elena Kuchimpós había ido generando una relación con los dueños del nuevo supermercado chino de la vuelta de su casa. Así se enteró de que hacía poco que habían llegado al país, que traían una cultura enorme de esfuerzo y trabajo -prácticamente vivían allí adentro y abrían casi todos los días las 24 horas- y no mucho más, porque casi no hablaban el idioma y tampoco eran demasiado comunicativos. A Dani, la esposa del dueño, le faltaba poco para parir a su primer hijo. Pero el bebé se adelantó y Elena dejó de ver a Dani durante varias semanas, hasta que se la volvió a encontrar un día que fue a hacer las compras; Mariela estaba acostada en su cochecito junto a la caja registradora. Elena adora a los bebés, y después de intercambiar elogios a la gorda le pidió tenerla a upa. Dani se la dio sin reparos y la vio acunarla embelesada durante un rato.
A los pocos días, cuando volvió por el supermercado, mientras Dani cobraba, directamente le imploró que se llevara a la beba unas horas, que la cuidara porque lloraba, no podía calmarla y ella tenía que trabajar. La mamá y la beba habían estado durante 40 días en una especie de simbiosis, encerradas; no le había dado de mamar porque le dolía y entonces la alimentaba a mamadera con leche de fórmula; ahora había que volver al trabajo sin descanso y no sabía qué hacer.
Elena, separada de su marido, con dos hijos adolescentes que la convencieron de que aceptara y padres presentes que la ayudaban en todo, se fue transformando en niñera de tiempo completo. A los pocos días, Mariela dormía en su casa, siempre sobre el pecho de Elena: no había otra forma de calmar su llanto. En lo de Elena pasaron a ser una familia de cuatro -con sus padres, de seis- y todos se turnaban para cuidarla. Dani no quería saber nada con su hija.
Mariela le regaló a Elena las primeras sonrisas, los primeros pasos, caricias y abrazos. No necesitó ponerle un nombre a la relación; la siguió llevando casi todos los días al supermercado para que viera a sus padres biológicos y le enseñó que ella era su niñera y que como sus padres no habían podido cuidarla habían buscado una familia que los ayudara. Cuando a los dos años Dani y su marido le dijeron que tenían que mandar a Mariela a China con sus abuelos, como es costumbre en la comunidad, para que aprendiera el idioma, mamara la cultura y se educara en sus colegios, Elena les pidió un tiempo más. Un año y otro se fue estirando la estadía de Mariela en lo de Elena -mientras Dani paría otros hijos que sí enviaría a su país- hasta que el viaje se transformó en humo. La nena aprendía mandarín con una profesora, mejoró su dieta y empezó a asistir a un colegio privado, todo a cargo de Elena, como sus padres querían. Con el tiempo aceptaron que Mariela ya no iría a China y consideran a Elena parte de su familia. Elena consiguió permiso como tutora y se asesoró con abogados que le aseguran que la situación es irreversible -además, Mariela ya cumplió 10 y según el nuevo Código Civil su opinión tiene un peso fundamental-. La nena tiene un vínculo especial con su papá y uno escaso con su mamá biológica. Tiene ganas y miedo de conocer China. La provincia de Fujián está marcada con lápiz rosa fuerte en un mapa. Un dedo infantil lo señala; un dedo que es de aquí y de allá. Como sus dos familias, la biológica y la de crianza. Mariela, la artista en cuestión, está parada entre esos dos "mundos".
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