“La violación en la historia argentina”, por Federico Andahazi
Durante estos últimos días hemos asistido perplejos a un hecho inédito. Un grupo de actrices, en conferencia de prensa, dio a conocer la denuncia de Thelma Fardin contra Juan Darthes. La actriz lo acusa de haberla violado durante una gira cuando ella era menor.
Lo nuevo es que las mujeres se hayan organizado para reclamar de esta forma. Lo viejo, viejísimo es el abuso de las mujeres. Han habido denuncias recientes tan graves como ésta que, lamentablemente, no han tenido la misma resonancia.
Tal es el caso de la alumna violada en el colegio Nacional Buenos Aires durante una toma o la denuncia de nuestra colega Sandra Borghi contra Víctor Hugo Morales por acoso sexual. Aún desconocemos la identidad del violador del Buenos Aires, un mayor de edad a quien se encubrió por su pertenencia política. Y la tranquilidad de Víctor Hugo Morales no se ha visto perturbada.
Como siempre, es bueno buscar qué nos enseña la historia y quién fue el primer poderoso en este país en abusar brutalmente de una mujer al punto de simbolizar en esa relación una verdadera forma de gobierno, cuyos rasgos se han repetido en el tiempo.
Ese hombre todopoderoso fue Juan Manuel de Rosas. La víctima fue María Eugenia Castro. La historia se ha ocupado de mostrar a Rosas como el precursor de la línea política nacional y popular, continuada por Perón y Kirchner.
La relación que mantuvo Juan Manuel de Rosas con Eugenia Castro se mantuvo durante años en el más estricto secreto. Se trató de una historia incestuosa, sin eufemismos, una historia horrorosa, signada por la clandestinidad, el ocultamiento, la humillación y la crueldad.
María Eugenia era hija de un militar viudo, Juan Gregorio Castro, un hombre de confianza de Rosas quien, antes de morir, ya enfermo, encomendó a su amigo y superior que cuidara a su hija. Cuando la chiquita quedó huérfana, Rosas se hizo cargo de ella y la adoptó.
Por entonces María Eugenia tenía catorce años. No hace falta aclarar que desde el punto de vista legal y moral, la función de un tutor es la de criar, educar, alimentar y dar protección a los huérfanos, es decir, asumir las funciones que, hasta entonces, cumplían los padres.
María Eugenia era una chica tímida, introvertida, asustadiza y obediente hasta la humillación. Rosas, en cambio, era por entonces el hombre más poderoso del país: gobernador de la Provincia de Buenos Aires, uno de los estancieros más ricos, ejercía el poder con mano firme y era, en los hechos, el señor de la Confederación.
Desde 1838 a 1852 Rosas mantuvo secuestrada a Eugenia Castro en su Residencia de Palermo, la que hoy es el Jardín Botánico. El mismo Rosas la llamaba “La cautiva” y la sometió a las vejaciones más horrorosas: la redujo a servidumbre y la dejó embarazada al menos seis veces. Por supuesto, Rosas jamás reconoció a estos hijos naturales.
Igual que María Eugenia, los chicos permanecían ocultos de la mirada pública, recluidos dentro de los muros de la quinta de Palermo. No recibieron educación escolar alguna, y la mayor parte del tiempo la pasaban mezclados con los hijos de la servidumbre, correteando entre los corrales de la quinta.
El trato que les daba Rosas era el de una indiferencia matizada con crueldad. Él mismo se había ocupado de ponerle a cada uno un apodo: a Mercedes la llamaba Manduca a causa de su gordura y su compulsión por la comida; Ángela era el Soldadito por su carácter dócil y callado como el de su madre; Ermilio, el Capitán, ya que se destacaba por su espíritu de liderazgo; a Nicanora le decía la Gallega por su aspecto cejijunto.
Era frecuente que, cuando alguno de ellos vociferaba más de lo tolerable para Rosas o rompía alguna cosa de la casa, mandara a que lo azotaran.
Relata José Mármol que cada vez que nacía un hijo de María Eugenia, Rosas le regalaba el nuevo bebé a Manuela, su hija legítima, como si se tratara de un muñeco con el que podía jugar.
En 1866 los hijos de Eugenia Castro, producto de las violaciones de Rosas, iniciaron una causa en los Tribunales para que les fuesen reconocidos sus derechos. Por supuesto no obtuvieron resultado alguno. Todavía pueden encontrarse los documentos de estos juicios en los archivos.
Así, después de una vida de humillaciones junto a quien fuera el hombre más rico y poderoso del país, María Eugenia Castro murió en la más extrema pobreza en el año 1876.
Por más que intenten ocultarla, la historia verdadera siempre se resiste a ser violada y silenciada por la fuerza. Esa historia argentina, por momentos tan parecida a Eugenia Castro.
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