“Lola Mora: el pecado de ser mujer”, por Federico Andahazi
La nueva columna de Federico Andahazi para “Le doy mi Palabra”.
Ayer hablamos de la antinomia en la que este país vive desde hace más de un siglo y medio, y contiene a todas las demás grietas: civilización o barbarie.
Aquél proyecto de país que impulsó la generación del 80, luego chocó una y otra vez con formas militaristas, populistas o la combinación de ambos.
Como siempre, la cultura resulta la expresión más elocuente para comprender los procesos sociales e históricos.
Viajemos a aquella época: hoy vamos a recordar a una artista descomunal. Una escultora cuya obra marcó a fuego el arte argentino a finales del siglo 19 y principios del 20, cuando aquel proyecto de país virtuoso del que te hablaba estaba en su apogeo.
Cuántas veces nos detuvimos a mirar los detalles de la Fuente de Las Nereidas en costanera sur, y nos preguntamos cómo habrá sido la vida de Lola Mora, la mujer que esculpió el mármol con sus propias manos dejándonos una obra tan potente.
¿Quién era Dolores Mora de la Vega, conocida como Lola Mora? Las polémicas y los escándalos alrededor de su vida y su obra son muchísimos; atacada desde distintos sectores, en algunos casos opuestos entre sí, fue objeto de diversos reproches por sus esculturas cargadas de una sensualidad pagana, contraria a la iconografía promovida por la Iglesia Católica.
Lola Mora también fue acusada por los «excesos» de su vida privada de la que, en rigor, bastante poco se sabía. Sin embargo, Lola Mora, una artista excepcional, no obtuvo, tampoco, el afecto del progresismo a causa de su cálida relación con el general Julio Argentino Roca, tan denostado por ciertos sectores.
Lola Mora padeció lo mismo que muchos otros artistas argentinos: su obra sufrió el castigo por los supuestos pecados del autor y, a la inversa, su nombre fue vapuleado por el carácter provocativo de su obra. Una costumbre argentina muy extendida.
El escándalo la acompañó desde su más tierna infancia, cuando, al morir su madre, Regina Vega, se hizo público el hecho de que además de los cinco hijos que tuvo con su marido Romualdo Mora, tenía un hijo natural con otro hombre.
Al dolor de la muerte temprana de su madre y, al poco tiempo, la de su padre, se sumó la condena pública de la sociedad que, por lo bajo, llamaba a los huérfanos «hijos de mala madre». Este estigma determinó su carácter rebelde.
Hubo un hecho en la vida de Lola que marcó su vocación: cuando ella tenía veinte años llegó a Tucumán un maestro de pintura italiano: Santiago Falcucci.
Lola, se acercó tímidamente al artista para mostrarle sus dibujos. Esperaba la opinión del maestro como si se tratara de una sentencia de vida o muerte.
Falcucci no solamente le dijo que tenía un gran potencial, sino que la admitió como discípula. En poco tiempo, Lola se convirtió en su mejor alumna. Sin embargo, un hecho lamentable habría de empañar su entusiasmo.
Lola Mora presentó sus primeras obras en una exposición organizada por la Sociedad de Beneficencia de Tucumán, pero, habida cuenta de su pasado familiar marcado por la «indecencia» de su madre, la fundación rechazó sus cuadros con un argumento humillante: “La Srta. Mora no armoniza con el apellido de las demás expositoras.”
Lola Mora estaba indignada. El maestro Falcucci, desafió a la poderosa fundación y salió en defensa de su discípula: si no aceptaban la obra de Lola, retiraría la de todos sus alumnos. También sus compañeros se solidarizaron con ella.
Fue la primera gran victoria de Lola Mora contra la prepotencia del poder ya que, al fin, le permitieron exponer. Pero le harían pagar caro su osadía. Todavía no había concluido la muestra, cuando empezó a circular el rumor de que la defensa de Falcucci hacia Lola tenía un fundamento dudoso: tal vez, decían, la relación que los unía no fuese sólo la de un maestro con su alumna.
La obra de Lola era juzgada ya no con la vara de la estética, sino con la balanza adulterada de la moral. Dos años más tarde Lola Mora decidió redoblar la apuesta con una nueva y elocuente producción artística; presentó los retratos de los sucesivos gobernadores de Tucumán.
La obra, desde el punto de vista artístico, era sencillamente deslumbrante; y aunque alguien se hubiese atrevido a poner en duda el pincel magistral, nadie se habría animado a rechazar una muestra con tan insignes retratados.
¿Qué iban a decir ahora las damas de la sociedad, que la pintora se había acostado con todos los mandatarios de la provincia? Te lo cuento mañana, Lola Mora te va a sorprender.
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