LOS OJOS CELESTES DE JUAN MANUEL
J.M.de Rosas. Sombras y verdades.
Aquellos Ojos Celestes
Aquellos ojos celestes... Como los del madrigal famoso de Gutierrez de Cetina: "ojos claros, serenos". Ojos que, a fuerza de claros y serenos, se imponen como una orden. Ojos a los que uno no osaría mirar, que sin embargo mira, y cuya mirada es imposible desafiar. Espejo del alma llama el decir popular a los ojos, y a fe que tiene razón. Espejo del alma y, según esta, promesa de amor, orden imperativa, ruego de compasión, risa cruel. Porque hay miradas que son un día de sol como hay otras que todo lo nublan. Ojos de dominio o mirada de vaca mansa que a lo lejos contempla cómo pasa el tren. Aquellos ojos celestes, fueron en mi vida...Dejemos eso por ahora.
Azul celeste era el color de los ojos de Don Juan Manuel de Rosas, cerúleos, de azul neto, sin gris de acero, sin ese gris de acero o salpicado de negro que tan frecuentemente he visto en los ojos gauchos. "Ojos de inglés" los calificó más de un viajero extranjero y repitió luego, en épocas de manía europeizante y galotontería, más de un escritor argentino. Y no: eran simplemente ojos celestes pero acostumbrados a mandar, capaces de conceder, nunca de ceder, según la propia expresi6n de su dueño. Ojos de firmeza de carácter, que confunden a las personas de poco carácter, quienes suponen una cosa por otra. Como Darwin al hablar de la altiva y disoluta expresión de orgullo de los gauchos con quienes se encontró en la pulpería de Minas. Ojos que han sido lo más típico del dominador, aún para los que no lo conocieron personalmente.
Hudson, al hablar del retrato de Don Juan Manuel que adornaba la testera de la sala de sus padres, recuerda el detalle. Carlos Ibarguren termina su libro, quizá el más "hallado" y justo, diciendo: "dulcemente, al recibir la última caricia de su hija, los ojos azules del anciano empañaronse con la sombra de la muerte". Y al hacer el contraste entre los renegridos y fogosos ojos de Juan Facundo Quiroga y la mirada del Restaurador, exclama: "en las pupilas cambiantes, ora azuladas, ora glaucas de Rosas, veíase solamente, como en el mar profundo, la superficie quieta y fría que oculta la agitación interior".
El Rosas de Sarmiento (Facundo) y el de Mansilla (Rosas), el de Bilbao, el de cuantos se han ocupado de él, convergen hacia esa mirada del Comandante de Campaña de la Pampa de Buenos Aires. La iconografía entera de la época disiente en los diversos rasgos de don Juan Manuel y únicamente concuerda en la extraordinaria personalidad de la mirada del Dictador. Para mí eso tiene una única explicación: a la mirada del nacido para mandar se doblaba en este caso la fuerza de los ojos gauchos.
Murray Forbes
Murray Forbes, que en diciembre de ese año concurrió al Fuerte para felicitar al nuevo gobernador de Buenos Aires, se encontró con un “hombre extraordinario” (así lo califica), al que describe del modo siguiente: "Es sumamente suave de maneras y tiene algo de las reflexiones y reservas de nuestros Jefes indios. No hace ostentación alguna de saber, pero toda su conservación trasluce un excelente juicio y conocimiento de los asuntos del país y el más cordial y sincero patriotismo".
Y más adelante se detiene en esbozarlo físicamente tal como lo vio el día de la asunción del mando: "Vestía un rico uniforme militar y me confesó con toda ingenuidad que era la primera vez en su vida que usaba semejante prenda, aun cuando es bien sabido que ha tenido el rango y autoridad de comandante general en este país, desde hace más de nueve años. Ha ejercido esta alta autoridad vistiendo siempre la común indumentaria de los paisanos, participando en todos sus trabajos y privaciones, dándoles continuo ejemplo de coraje, paciencia y constancia".
Eustaquio Frías
En unos apuntes dictados en la vejez, el general Eustaquio Frías, enemigo del Restaurador, recuerda una entrevista mantenida con éste en 1830. "El edecán lo anunció rememoraba y lo condujo a una pieza donde debía esperar al general; el que poco tardó, porque al momento se presentó en mangas de camisa, calzoncillos, con chinelas y sombrero de paja con ancha cinta punzó".
Tomás de Iriarte
Por su lado, el general Tomás de Iriarte nos lo presenta a Rosas, allá por 1831, en San Nicolás de los Arroyos, durante una parada militar del ejército que marchaba a luchar contra Paz. Iriarte, oficial por entonces de las fuerzas de la Federación, hace la siguiente descripción: "Después de haber esperado largo tiempo, Rosas se presentó a caballo con una pequeña comitiva: el traje del gran gaucho merece describirse: pantalón y chaqueta desabrochada, gorra de cuartel con una funda de hule y sobre ésta una gran divisa colorada con el lema de Federación o muerte; el poncho atado por la cintura aseguraba un cuchillo de monte (puñal) cuyo cabo sobresalía por sobre la chaqueta; sobre el poncho estaban atadas las bolas; un rebenque a uso del país; no llevaba sable".
Carlos Darwin
Una de las semblanzas más conocidas es la escrita por el sabio Carlos Darwin, que lo visitó a orillas del río Colorado, en 1833. Lo describe como un perfecto jinete, capaz de montar un potro dejándose caer desde la maroma, colocada sobre la puerta del corral, sin freno ni si lla. "En la conversación añade el inglés es vehemente, sensato y muy grave".
Alfredo de Brossard
Un francés, Alfredo de Brossard, que acompañó al conde Walewski en misión diplomática, durante 1847, hizo de don Juan Manuel este retrato al vivo:
"E] general Rosas es un hombre de talla mediana, bastante grueso y dotado, según todas las apariencias, de un gran vigor muscular. Los rasgos de su fisonomía son proporcionados; tiene la tez blanca y los cabellos rubios; en nada se asemeja al tipo español. Al verlo, diríase más bien un gentilhombre normando. Hay en su expresión una extraña mezcla de astucia y de fuerza; de ordinario mantiene su gesto apacible y hasta suave, pero por momentos la contracción de los labios le da una singular expresión de dureza reflexiva".
"Su estilo hablado es desigual; se sirve de términos elegidos y aun elegantes, ora cae en la trivialidad. Hay afectación en esta última manera de expresarse. Sus discursos no son jamás categóricos, son complicados con digresiones y frases incidentales. Esta prolijidad y difusión es evidentemente premeditada y calculada para embarazar al interlocutor. Y en efecto, es muy difícil seguir al general Rosas en las vueltas de su conversación. Contar todas las frases de esa conferencia de cinco horas sería imposible; Rosas se mostró en ella, sucesivamente, estadista consumado, hombre cordial, dialéctico infatigable, orador apasionado y vehemente y nos representó, según las circunstancias, con rara perfección, la ira, la franqueza, la bondad. Se comprende que, visto cara a cara, Rosas pueda intimidar, seducir y engañar". (Carlos Ibarguren. Rosas)
William Mac Cann
El mismo año 1847 visitó a don Juan Manuel en Palermo el viajero y comerciante inglés William Mac Cann. La primera entrevista con el Restaurador tuvo lugar en una de las avenidas entrevista con e del parque de la residencia rosista. "Vestía en esta ocasión relata Mac Cann una chaqueta de marino, pantalones azules y gorra; llevaba en la mano una larga vara torcida. Su rostro hermoso y rosado, su aspecto macizo (es de temperamento sanguíneo), le daban el aspecto de un gentilhombre de la campaña inglesa. Tiene cinco pies y tres pulgadas de estatura y cincuenta y nueve años de edad". El mismo viajero anota esta otra observación: "El trato del general Rosas era tan llano y familiar, que muy luego el visitante se sentía enteramente cómodo frente a él; la facilidad y tacto con que trataba los diversos asuntos, ganaban insensiblemente la confianza de su interlocutor. El extranjero más prevenido, después de apartarse de su presencia, sentía que las maneras de ese hombre eran espontáneas y agradables".
Samuel Green Arnold
En 1848, el joven norteamericano Samuel Green Arnold, que estuvo en Buenos Aires de paso para Chile, visitó varias veces Palermo. En una de ellas conoció al dictador, mientras se hallaba acompañado de Manuelita. He aquí su narración:
"Nos sentamos en los sillones de la galería hasta las tres, en que apareció el gobernador. Nos saludó y nosotros respondimos quitándonos el sombrero y todos nos sentamos. El usaba la gorra blanca de visera (igual a una que yo tuve) que había llevado en otra oportunidad, una chaqueta azul con cordones rojos, chaleco punzó, pantalones azules, calzado atado hasta la punta del pie y la divisa de costumbre en el ojal; no tenía pelo en la, cara salvo que hoy no se había afeitado; parecía completamente un sencillo estanciero. Mandó llamar a uno de sus jóvenes subalternos, que habla francés, para que sirviera de intérprete, y luego empezó a bromear como sabe hacerlo cuando descansa de sus pesadas tareas”.
Lucio V. Mansilla
El Rosas de 1851 fue reflejado en páginas de dos escritores, cuyos relatos pueden calificarse de neutrales: Lucio V. Mansilla y Benito Hor telano; sobrino del Restaurador el primero, pero testigo no rosista, y español, que llegó en los últimos años de la dictadura, el segundo. Mansilla, hacía poco llegado de Europa, recuerda así la figura de su tío don Juan Manuel:
"Mi tío apareció: era un hombre alto, rubio, blanco, semipálido, combinaron de sangre y de bilis, un cuasi adiposo napoleónico, de gran talla; de frente perpendicular, amplia, rasa corno una plancha de mármol fría, lo mismo que sus concepciones; de cejas no muy guarnecidas, de movilidad difícil, de mirada fuerte, templada por el azul de una pupila casi perdida por lo tenue del matiz, dentro de unas órbitas escondidas en concavidades insondables; de nariz grande, afilada y correcta, tirando más al griego que al romano de labios delgados y casi cerrados, como dando la medida de su reserva, de la firmeza de sus resoluciones; sin pelo de barba, perfectamente afeitado, de modo que el juego de sus músculos era perceptible. Seria cruel, no parecía disimulada aquella cara, tal como a mí se me presentó, tal como la veo, al través de mis reminiscencias infantiles".
"Agregad a esto una apostura fácil, recto el busto, abiertas las espaldas, sin esfuerzo estudiado, una cierta corpulencia del que asoma su enbonpoint, o sea su estructura definitiva, un traje que consistía en un chaquetón de paño azul, en un chaleco colorado, en unos pantalones azules también; afiadid unos cuellos altos, puntiagudos, nítidos, y unas manos perfectas como forma, y todo limpio hasta la pulcritud, y todavía sentid y ved, entre una sonrisa que no llega a ser tierna, siendo afectuosa, un timbre de voz simpático hasta la seducción, y tendréis la vera efigie del hombre que más poder ha tenido en América ..."
En los días del pronunciamiento de Urquiza contra Rosas y de manifestaciones populares y partidarias en adhesión al Restaurador, para el cual se pedía el poder supremo, conoció Hortelano en Palermo al dictador: “En este día conocí más de cerca recuerda al general Rosas. Vestía pantalón y chaqueta azul, con vivo encarnado, chaleco de merino punzó y una gorrita de paño con visera. El pobre hombre estaba conmovido y sofocado en medio de aquel tumulto, de aquella ovación popular, de corazón, pues son bien distintas las demostraciones oficiales de las que el pueblo hace de entusiasmo por el objeto que aprecia”.
Ventura de Vega
Casa de Juan Manuel de Rosas ,
en Swaythling
El primero de los retratos literarios de Rosas en su destierro de Inglaterra (Southampton) lo debemos a la pluma de] poeta Ventura de Vega, cuya madre había mantenido vínculos con la familia del exiliado. En 1853 éste vivía en Rockstone House, casa que había alquilado en el barrio The Crescent. En la sala, elegantemente adornada, sobre la chimenea, "había un retrato, de miniatura y del tamaño del que yo tengo en mi despacho”, consigna de la Vega. Es el mismo retrato que, copiado por Onslow, se conserva en el Museo de Luján.
"Bajamos por una escalera interior dice el poeta en carta a su mujer a un cuartito pequeño donde habla una mesa con muchos papeles, y a un lado una cama de caoba, en la cual estaba Rosas. Tenía por colcha un poncho americano; él estaba incorporado, en mangas de camisa, y tenia puesto un chaleco de pana azul, de solapa, y abrochado de arriba abajo. Con decirte que es idéntico al retrato, te lo he dicho todo”.Y poco más adelante consigna de la Vega: "Rosas es el carácter más original, más raro, más sorprendente que te puedas imaginar. No sé si para cortar cuando le parece alguna conversación, o para disimular su pensamiento, o para de desconcertar al que le habla, te encuentras en que pasa repentinamente del tono más elevado, del discurso más serio, a una chapaldta de lo más Vulgar, a la cual siguen otra y otra, entre muchas carcajadas, y de allí a un rato vuelve insensiblemente a entrar en el todo serio y entonces dice, hablando de política, cosas admirables. Decían que sólo tenía talento natural y que era poco culto; no es cierto. Es un hombre instruidísimo y me lo probó con las citas que hacía en su conversación; conoce muy bien nuestra literatura y sabe de memoria muchos versos de los poetas clásicos españoles".
Vicente Pérez Rosales
En la misma casa de The Crescent visitó al dictador el escritor chileno Vicente Pérez Rosales, quien años después escribió “Recuerdos del pasado”. Tomamos de la reproducción hecha por José Luis Busaniche los términos del retrato escrito por el chileno:
"Un instante después se adelantó a recibirme el mismo Rosas. En éste entonces un hombre como de sesenta y dos años de edad, de estatura más que mediana y de robusta complexión. Lucía su rostro sobre una tez blanca y sanguínea, dos hermosos ojos azules, una nariz aguileña y un par de labios aunque finos, perfectamente diseñados".
"Nada encontré en su traje que llamase mi atención; vestía coma viste un honrado y modesto inglés de mediana fortuna. No vi en él chiripá, ni tampoco el grueso pantalón con vivos lacres, ni mucho menos el chaleco de lana colorado y la divisa que afectaba lucir en Buenos Aires, ya en las revistas o ya en los campos de batalla, corno me lo aseguraron en América que encontraría al ex dictador vestido aquí".
"Recibióme con afectuosa cortesía, sin olvidar aquella prudente reserva, forzosa compañera del hombre de mundo cuando trata por primera vez a un desconocido; mas ésta duró poco, pues no hizo más que recibir la tarjeta de su parienta y leer lo que en el respaldo de ella iba escrito, cuando levantándose de su asiento, me tendió con efusión sus brazos, apellidándome paisano".
"Seis días estuve en Southampton, y en esos seis días tuve ocasión, uno de almorzar con él, y los cinco restantes acompañarle a tomar mate, bebida sin azúcar, que parecía serle favorita".
Juan Bautista Alberdi
El 18 de octubre de 1857, otro argentino desterrado, Juan Bautista Alberdi, se entrevistó con Rosas en casa del señor Dickson, en Londres. Y el propio Alberdi describió la entrevista, dando detalles sobre la persona del ex dictador. "Habla inglés, mal, pero sin detenerse escribe el tucumano , con facilidad. Es jovial y atento en sociedad. Después de la mesa, cuando se alejaron las señoras, habló mucho de política; casi siempre se dirigió a mí, y varias veces vino a mi lado. Me llamaba señor ministro' y a veces 'paísano'; otras por mi nombre".
En otro párrafo dice Alberdi: "Habla mucho de caballos, de perros, de sus simpatías por la vida inglesa, de su pobreza actual, de sus economías, de su caballo y de los caballos ingleses. No es ordinario. Está bien en sociedad . Tiene la fácil y suelta expedición de un hombre acostumbrado a ver desde alto el mundo. Y, sin embargo, no es fanfarrón ni arrogante, tal vez por eso mismo, como sucede con los lores de Inglaterra, las más suaves y amables gentes de este país. Su fisonomía no es mala. Se parece poco a sus retratos. La cabeza es chica y la frente, echada atrás, es bien formada, más bien que alta. No estaba bien vestido; no tenla ropa en Londres. Ha venido por quince días a Imprimir y publicar su protesta"
Juan Manuel de Rosas
Obra de Teodoro Bourse
Ignacio Hamílton Fotheringham
Debemos al inglés Ignacio Hamílton Fotheringham una breve pero valiosa descripción de don Juan Manuel. Fotheringham nació en Southampton en 1842; se vinculó con Rosas y luego se trasladó a Buenos Aires con el propósito de trabajar en las estancias de Juan Nepomuceno Terrero. Aquí se incorporó al ejército y luchó como voluntario en la guerra del Paraguay. Posteriormente prestó servicios en la frontera y, en 1873, peleó, ya como oficial, contra el ejército entrerriano rebelde, comandado por Ricardo. López Jordán. Volvió luego a las fronteras del sur y sureste de Córdoba, y en 1874 estuvo junto al general Roca, para batir al revolucionario Arredondo. Hizo la campaña del desierto junto a Levalle y en 1880 actuó nuevamente en los ejércitos antimitristas. En 1883 fue nombrado gobernador del Chaco y, en 1888, lo fue de Formosa. Alcanzó el grado de general de brigada y en 1908 publicó La vida de un Soldado o Reminiscencias de las Fronteras.
En este libro dice de Rosas: "Allá en mi tierra, en mi pueblo, lo creíamos un general español desterrado por asuntos de alta política. Un hermoso tipo, de aspecto varonil y enérgico. Vivía en The Crescent, frente a la casa de familia de Lawe, muy amiga nuestra. Una gran mansión de aspecto serio, silencioso y triste. Nada de ruidos. Más tarde me han referido anécdotas a su respecto". Líneas más adelante anota Fotherin,,ham: "Tirano, déspota, sanguinario... No lo niego pero no lo afirmo. La misma pobreza en que vivía, demostraba, por lo menos, que era hombre honrado. Y un hombre honrado no puede ser un hombre perverso ..."
Nicolás Antonio Calvo
Tenemos otra descripción del ex dictador, de noviembre de 1864, cuando el desterrado ya había pasado los setenta años de edad. Quien lo hizo no fue un partidario de don Juan Manuel, sino el fundador de un partido posterior a Caseros: el doctor Nicolás Antonio Calvo, líder del partido Federal Reformista y director del diario La Reforma Pacífica, que editó en Buenos Aires y en Montevideo. Calvo vio a Rosas en Southampton y así describió el encuentro:
"Vino el señor Rosas y nos recibió con extrema cortesía, disculpándose por haberse hecho esperar porque estaba trabajando en el campo para alcanzar a pagar el arriendo anual de cinco libras esterlinas por acre que era lo que costaba aquella farm. El general Rosas tiene setenta y un años, está fuerte y lozano, dice que duerme bajo un corredor que nos mostró; que está pobre, que salvó muchos papeles pero no dinero porque “Aprecia más su honor que todo”; que esos papeles están perfectamente organizados; que han de publicarse después de su muerte y que han de juzgarlo entonces; que tiene mucho escrito sobre diversos ramos de los conocimientos humanos; sobre la ley natural, la ciencia médica y otras; mostrando en todo una tranquila filosofía que realmente llama la atención de! que le observa, como nosotros lo hacíamos con el deseo de conocer al hombre”
Ramón Guerrero
Nicolás A. Calvo tenía por entonces cuarenta y siete anos de edad. Dos años después que lo hizo este político y periodista porteño, llegó a Burgess Farm un magistrado chileno, Ramón Guerrero quien hará la crónica de su visita a Rosas en un diario de su país. He aquí la parte correspondiente al retrato del hombre:
“Llegamos al dormitorio en donde se veían armarios llenos de libros, papeles repartidos por toda la mesa, varios paquetes y maletas que contenían documentos, según supe después, una ancha cama, tres sillas, una jaula con un loro, una chimenea con un reloj encima y varios otros objetos insignificantes. Yo estaba viendo el título de algunas obras, cuando sentí pasos; al instante entró un hombre, a cuya presencia temblé; era alto, robusto, ágil, muy encorvado (presentando sólo setenta y dos años, habiendo nacido el 30 de marzo de 1792), de frente espaciosa, completamente calvo, nariz algo pronunciada, labios algo echados hacia adelante, sin patillas ni bigote y parecía que no se había afeitado en cinco o seis días. Estaba con un poncho de lana argentino, con cinturón de gaucho de las pampas, espuelas de plata con grandes rodelas y con zapatos muy ordinarios”.
Luego Guerrero agrega algún otro detalle: "Una vez que entró en la pieza, se quitó el poncho y colocó sobre la cama, quedando en mangas de camisa, con un chaleco de pieles y un pañuelo que le servía de corbata”. Pero a don Juan Manuel no le conformó esta descripción del chileno, que llegó después a sus manos por atención de su amiga Josefa Gómez, quien le envió un ejemplar del diario de Chile. Hizo entonces Rosas algunas correcciones y nos dejó así un autorretrato literario de gran valor. No tenía el Restaurador setenta y dos sino setenta y tres años. Veamos el texto con su autorretrato:
"No estoy encorvado. Estoy más derecho, mucho más delgado y más ágil que cuando usted me vio la última vez. No me cambio por el hombre más fuerte para el trabajo y hago aquí, sobre el caballo, lo que no pueden hacer ni aun los mozos. Tiro el lazo y las bolas corno cuando hice la campaña a los desiertos del Sur en los años 33 y 34. No estoy completamente calvo, ni aun calvo. Me falta un poco de pelo al frente. Las patillas que uso del todo blancas son las mismas, casi, con que vine el 52. Eso de las barbas como de cinco o seis días, es cierto, pues por economía solamente me afeito cada ocho días y por la misma necesidad de economizar lo posible no fumo, ni tomo vino ni licor de ninguna clase. Ni tomo rap ni algo de entretenimiento Mi comida es la más pobre en todo. Las espuelas que siempre tengo puestas no son muy grandes... son moderadas y del preciso tamaño para que puedan serme útiles. Nunca uso zapatos Lo que siempre he usado y uso son botas. No es cierto que me titule S. E. el Capitán General... No me nombro de otro modo sino Juan Manuel de Rosas y López. Cierto es que dije que no recibía visitas ni las hacia, por no tener recursos ni tiempo para ello, que el lord Palmerston me visitaba y yo lo visitaba también una vez al año".
Ernesto Quesada.
Del Rosas octogenario tenemos también una breve descripción, escrita por Ernesto Quesada, quien, junto con su padre Vicente G. Quesada, visitó al desterrado en febrero de 1873. Tenía Ernesto apenas catorce años de edad y conservó de la entrevista un apunte juvenil que dio a conocer medio siglo después de conocer a Rosas. "Rosas residía todo el año escribe en su chacra, que tenia una treintena de cuadras y en la que cuidaba animales, viviendo del producto de la modesta explotación granjera; su casa se componía de unos ranchos criollos grandes, con su alero típico; y el aspecto de todo era el de una pequeña estancia argentina."
Viene luego el recuerdo del personaje: "La única criada inglesa que le atendía nos introdujo a una pieza donde tenía estantes atiborrados de papeles y una mesa grande; allí acostumbraba a trabajar después de recorrer la chacra a caballo.
Era entonces aquel octogenario un hombre todavía hermoso y de aspecto imponente; cultísimo en sus maneras; el ambiente modesto de la casa en nada amenguaba su aire de gran señor, heredado de sus mayores. La conversación fue animada e interesantísima, y, como era de esperar, concluyó por referirse a su largo gobierno”. Ernesto Quesada redactó sus apuntes al regreso al hotel de Southampton, a pedido de su padre...
Julio Irazusta
"La paciencia imperturbable, el dominio de los nervios para no ofenderse con rapidez excesiva por arrebatos de exaltados o insidias de intrigantes, la moderación de la pluma o de la lengua, la osadía para emplear al personal más dudoso y tratar de convertir en leales servidores a los hombres menos dignos de confianza, el aplomo inconmovible para hacer de eterno componedor entre correligionarios desacordados o entre ambiciosos rivales, todas esas virtudes que en un momento me parecieron fruto de la madurez y un dilatado aprendizaje, están en el Rosas de 1829, como en el de la década final de la dictadura". (Irazusta, Julio. Vida política de Juan Manuel de Rosas. t.1.p.13)
Alejandro Valdés Rozas
En la segunda quincena de agosto de 1873 fue a Burgess Farm el joven Alejandro Valdés Rozas, hijo de María Dominga Rozas y de Tristán Nuño Valdés Es el último retrato de Rosas vivo que poseemos el que nos dejó este sobrino del Restaurador.
"Mi tío me bendijo escribe en su diario de viaje con mucho gusto, y me hizo entrar; era aquel su dormitorio y su cuarto de trabajo; allí hay de todo. Es una pieza como de siete varas de largo más o menos, por seis de ancho, con dos ventanas al frente; su puerta de entrada a la izquierda y otra a la derecha que va a un pequeño retrete, una gran mesa llena de periódicos, papeles, libros, impresos, manuscritos y otros objetos, la punta de la derecha está libre para las horas del almuerzo y comida. Alrededor de la pieza, en forma de estantes, unas tablas llenas de libros. Su cama está entre la puerta de entrada y la del retrete, contra la pared, y allí también hay tablas en forma de estantes, llenas de libros. Una chimenea, sobre cuyo marco hay dos relojes de sobremesa, y una imagen de Nuestra Señora de las Mercedes. Ningún otro objeto o adorno que llame la atención. Mi tío me hizo sentar en la cama, y él se recostó; me dijo que estaba en mi casa, que podría hacer lo que me diera la gana. Llamó a la sirvienta y le dijo: This gentlernan commands here more than I, y la dicha sirvienta (Mariana) a quien ha enseñado a repetir sus órdenes para que no se equivoque, repitió en inglés. Este caballero manda aquí más que usted..."
Al día siguiente, nueva visita al desterrado. Alejandro Valdes Rozas continúa en su diario de viaje: "Llegamos al Farm, llamé y salió Mariana corriendo y me hizo entrar a la pieza de recibo. Un momento después bajó mi tío con su poncho, espuelas y rebenque de lonja; me dijo que esa mañana había a andado a caballo. Entramos a conversar y me mostró el timbre y fecha de la carta de Máximo". Don Juan Manuel tuvo un recuerdo para su cuñado y su hermana: " Pobre don Tristán ¡era muy bueno!... Eres enterito a tu padre, ¡tu madre era una santa! . Al rato el ex dictador le dijo a su sobrino, "Ahora que me has visto es necesario que vayas a ver a la "duquesa". Así llamaba Rosas a Manuelita.
Don Juan Manuel murió en Burgess Strect Farm. el 14 de marzo de 1877, alrededor de las 6 de la mañana. Sus últimos instantes fueron descritos por Manuelita en carta a su esposo Máximo Terrero. "En uno de los días de frío más espantoso que hemos tenido le dice , anduvo afuera, como de costumbre, hasta tarde; le tomó un resfrió y las consecuencias tú las sabes. ¡Pobre tatita!". Una congestión pulmonar acabó con su reconocida fortaleza, castigada en los últimos años por recatada pobreza. Sus ranchos de Burgess Strect Farm sobrevivieron hasta 1926, año en que fueron demolidos.
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