lunes, 12 de agosto de 2019

MANUSCRITOS,


Los sueños de un libro infinito
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Mientras desempolvaba libros en mi biblioteca, encontré la Enciclopedia dello Spettacolo publicada por Garzanti en 1976. Compré ese libro en Roma durante mi primer viaje europeo, en 1980. Tenía 21 años y un ansia de conocimiento que encontraba en los diccionarios y las enciclopedias a sus mejores aliados. Para los miembros de mi generación, muchas de esas grandes piezas de conocimiento resultaron decisivas en los años de formación, fuera tanto en sus versiones academicistas (la Enciclopedia Británica ocupaba un sitial de privilegio) como en las de divulgación popular (como el entrañable Lo Sé Todo, inestimable compañía durante la infancia).
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 Escribo desde hace muchos años con un diccionario al lado, y aunque a menudo siento que utilizo obstinadamente las mismas palabras, no dejo de consultarlo en el afán de encontrar alguna que me es desconocida y de comprender esos matices que le conceden a nuestra lengua una enorme riqueza.Resultado de imagen para lo sé todo enciclopedia
La Enciclopedia dello Spettacolo es una edición pequeña de 900 páginas, con lomo entelado y portable gracias a su tamaño reducido. Tiene setecientas entradas que refieren a las más prestigiosas personalidades del cine, el teatro, el ballet y la televisión, pero incluye además referencias a personajes del cine o el teatro como arlecchino (personaje muy popular de la commedia dell'arte) o gracioso (como se nombra al cómico en las piezas de Lope de Vega y otros autores españoles), además de alusiones a géneros o movimientos comoassurdo (teatro dell') o arrabbiati (grupo de escritores conocido en los años 50 como angry young men, encabezados por John Osborne y Kingsley Amis). El volumen cierra con una filmografía esencial.
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Cuando la adquirí empezaba a merodear el mundo del entretenimiento, con un interés especial en los temas de cine y música popular. Pero había heredado de algunos de mis maestros (muchos de ellos secretos, porque ellos nunca supieron que los leía con fruición y en muchos casos subrayando con un lápiz de grafito las ideas que me resultaban más provechosas) la idea de ese saber humanista que tuvo su cumbre en los días del Renacimiento. En ese mismo viaje, lo recuerdo mientras escribo, compré The Film Encyclopedia de Ephraim Katz y The Jazz Book de Joachim-Ernst Berendt, que aunque no pertenece estrictamente al género fue escrito con ánimo enciclopedista.
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Quizá me movía en aquellos años la idea de lo absoluto, que desde luego es falsa. En el curso de los años aprendemos que no saberlo todo (o saberlo apenas fragmentariamente, sin contar las omisiones que produce el olvido) nos asegura que en el futuro seguiremos aprendiendo cada día, si perseveramos en esa ansia de conocimiento que suele impulsar a los más jóvenes.
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En algún momento de aquellos años, sucedió que la lectura de diccionarios y enciclopedias, durante la que el regocijado lector va de un término o un tema a otro de manera aleatoria con una rara felicidad, me trajo algunas dificultades. Durante mucho tiempo, siendo presa de la inseguridad, cuando he consultado un diccionario o una enciclopedia sentí a menudo que ese gesto develaba no tanto mi curiosidad como una inaceptable escasez de conocimientos. Flaubert, que era un gran lector del género, lo puso en estas palabras en su Diccionario de lugares comunes: el diccionario solo sirve a los ignorantes.
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Por cuestiones relacionadas al oficio, son los escritores quienes los consultan muchas veces con fruición. Mientras escribía Cien años de soledad, Gabriel García Márquez comenzaba cada día leyendo el Diccionario de la Real Academia Española, y
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 Vladimir Nabokov, aunque para empezar tenía a mano la obra monumental de Tolstoi
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 y Dostoievski, 
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en cuanto descubrió los cuatro tomos del Diccionario de acepciones de la lengua rusa viva, del lexicógrafo Vladímir Dal, prefería leer diariamente unas diez páginas para no perder contacto con su lengua materna. La lengua es la patria, claro.Imagen relacionada
Creo que fue el poeta Jean Cocteau quien razonó que un solo diccionario contiene una biblioteca universal.
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 La idea, de un inocultable gusto borgeano, se entiende fácilmente: en un solo ejemplar viven todas las palabras que han utilizado los hombres, ordenándolas a su capricho de manera incalculable, a la hora de escribir sus obras. Digámoslo de otro modo: si se nos permite apartar las historias que fueron escritas con palabras antiguas o pretéritas, ese diccionario vasto (ese libro infinito) contiene todos los sueños de los hombres

V. H. G.

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