domingo, 8 de septiembre de 2019

SIEMPRE TROPEZAMOS CON LA MISMA PIEDRA

El síndrome de la República de Weimar en la política europea actual

El síndrome de la República de Weimar, integra una metáfora del fracaso que referencia al fracaso de la democracia liberal parlamentaria. Nacida cómo como un producto del optimismo impulsado por la regeneración nacional y democrática que acabó en las tinieblas de lo que fue el nazismo.
La idea de síndrome hace referencia a las tensiones que amenazan con poner en peligro la estabilidad de la democracia liberal; fue un conjunto de tensiones provocadas por la revitalización del populismo y el giro en contra de la corriente de pensamiento liberal, que se confunde con lo autoritario, que se aprecia en algunos lugares de Europa.
La pregunta es si hoy la política y las sociedades europeas están ante algo que tenga algún grado de parecido con aquel periodo de entreguerras.
La historia nunca se repite con un guion similar, pero tampoco es necesario caer en el fascismo o el nazismo convencional para que se produzca el quiebre de las democracias, aunque si existen correlaciones interesantes, que resultan llamativas sobre todo en las dinámicas de las sociedades europeas.
La constitución de la República de Weimar, fue un primer intento de imponer la democracia en la todavía muy joven Alemania, pero las contradicciones de ese periodo introdujeron una espiral de crisis económica, social y política que acabó como ya conocemos.
Aparte del morbo que nos puede generar tan trágico final, ese periodo es sumamente atractivo debido al fuerte contraste entre esa crisis y el florecimiento de las artes, la literatura y el pensamiento; una verdadera edad de oro germánica que se extendió también a la vecina Austria
. A ese tiempo pertenecen escritores como Hermann Hesse, Thomas Mann, Alfred Döblin, Bertolt Brecht o Kurt Tucholsky, privilegiados testigos de la época. Pintores como Klee o Grosz, la Escuela de la Bauhaus o cineastas como Fritz Lang, el autor de Metrópolis, o J. von Sternberg, cuyo Ángel azul que entronizó a Marlene Dietrich, el pensamiento de Heidegger, Husserl, Jaspers o del austriaco Wittgenstein.
¿Cómo fue que una sociedad tan creativa, se encontraba tan enferma para acabar en las garras del nazismo?; ¿Cómo pudo ser que tan variedad de vanguardias e innovaciones vitales terminaron en ese mismo lugar?, ese es uno de los grandes misterios de ese periodo.
Al fracaso de esa democracia se lo ha buscado en causas psicosociales, como la humillación del sentimiento nacional por el tratado de Versalles y las reparaciones de guerra, en las económicas como la hiperinflación y la posterior crisis de finales de los años veinte y sociales, en la incapacidad del Estado para proporcionar la adecuada cobertura social a los más menesterosos.
Detengámonos en la economía, porque el fracaso de Weimar se trae a colación con motivo de la crisis del 2008.
Paul Krugman escribió un interesante artículo en The New York Times, en esa época temía la repetición de Weimar en Grecia, junto a él se sumaban voces que habitualmente tienden a establecer una relación lineal entre crisis económica y derrumbe democrático; de hecho, una interpretación estándar apuntaba a buscar el éxito del nazismo cómo parte de esas mismas premisas.
La hiperinflación, primero y la posterior deflación habrían hundido a las clases medias, que fueron retirando su apoyo a la República y se integraron poco a poco en el interior del partido nazi, que se complemento con una movilidad descendente de este sector social, ello da una de las explicaciones a las que se recurre para explicar el auge actual del populismo. Pero ese punto no acaba de convencer porque la intensidad del deterioro económico espectacular en Weimar o porque en algunos países donde se ha hecho fuerte el populismo como en Polonia, que pocas veces ha resultado bien.

Ni Weimar, ni el populismo se pueden explicar sin recurrir a factores políticos, porque se convirtió en un extraordinario laboratorio en el que se operaban tres visiones distintas de lo que habría de ser el acceso a la modernización.
La marxista, inspirada en el modelo soviético; la liberal parlamentaria predicada del momento wilsoniano de 1918 y el ejemplo de los órdenes políticos de los países más avanzados y la nacional-autoritaria, favorecida en principio por el por el establisment del renunciado ex Kaiser Guillermo, una combinación de intereses que pronto mutarían en la visión fascista/nazi de un pueblo como masa homogénea que se diluye en la voluntad del Führer.
Las instituciones de Weimar se correspondían al segundo modelo, pero amplios sectores de su clase política así como de la ciudadanía no creían realmente en sus presupuestos. Recordemos que, nada más nacer, el Gobierno de Weimar hubo de hacer frente a auténticos procesos revolucionarios marxistas, como la revuelta de los espartaquistas en Berlín o la eliminación de la República de los Consejos de Baviera, de inspiración soviética. Y estaba también la dificultad de integrar a la vieja clase dirigente guillermina, que nunca creyó realmente en la democracia e ingenuamente confiaría después en el nazismo como un instrumento controlable para realizar sus objetivos.
Las condiciones referidas no pueden ser aplicadas a las sociedades europeas actuales, porque sus democracia, no están cuestionadas en su legitimidad, incluso por el populismo.
Los mecanismos “liberales” de control del poder o diluir el pluralismo detrás de un concepto de pueblo que los comprende, porque el objetivo es practicar una política identitaria que presione hacia la homogeneización nacional y convertir la polarización política en su principal seña de identidad, en la sociedad europea no se recurre a la violencia, ni se apoyan en movimientos de masas ideologizados similares a los de la Europa de entreguerras.
El problema de Weimar, es que poco a poco comenzó a diluirse la confianza en la capacidad de alcanzar un mínimo de gobernabilidad capaz de enderezar la situación económico-social por parte de los diferentes Gobiernos. Aparte del tamaño de los problemas de fondo que se iban acumulando, las torpes interferencias presidenciales de Hindenburg, el fraccionamiento extremo del sistema de partidos y las continuas movilizaciones de masa de distinto signo provocaron una desestabilización permanente que afectó a la misma legitimidad de la democracia y tal como fue advertido por algunos de los principales teóricos de la época, eso obligaba a contrarrestar el liberalismo con la reivindicación de los valores republicanos como sustento normativo imprescindible. Sin una democracia con aspiraciones a la justicia social, esta puede terminar quebrándose y esta evidencia sirvió después de inspiración para el “pacto social-democrático” de posguerra. El término “democracia iliberal”, hoy tan al uso, fue utilizado por primera vez en este contexto por parte de Wilhelm Röpke a comienzos de los años treinta. La experiencia de Weimar puso el acento sobre la obsesión por los déficits presupuestarios y la satanización de la inflación. Lo que nos diferencia de Weimar, es que las sociedades europeas parecen haber aprendido del desastre. Esperemos que su ejemplo los ayude a exorcizar situaciones que pueden ser tomadas como similares.

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