martes, 14 de enero de 2020

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¿Está la novela cómica condenada a desaparecer?
No parecen buenos tiempos para las novelas que, para funcionar, necesitan reírse de los demás; uno de sus últimos maestros, el inglés David Lodge, sigue logrando sin embargo darle una vuelta de tuerca al dilema

Martin Amis suele decir que la novela cómica está condenada a desaparecer. Y el motivo, explica, es estrictamente cultural: el humor no es democrático, porque para que funcione en serio alguien tiene que poder reírse de alguien más, y eso no es algo que nuestra época pueda tolerar o admitir. Para los principios de la cultura actual, nadie puede quedar excluido de nada, ni siquiera del humor, que al jerarquizar la risa ofende a la democracia. ¿Será entonces por eso que la novela cómica tiende a disolverse rápido entre los tonos más afirmativos (y siempre inclusivos) de la severidad de la indignación o de la ingenuidad de la denuncia?
En el caso de David Lodge (Londres, 1935), la indudable comicidad de una obra que empezó cuando a los veinticinco años debutó con la novela The Picturegoers, publicada en Gran Bretaña en 1960, se cierra medio siglo después (al menos por ahora) con Un hombre con atributos, la biografía novelada de H. G. Wells, el autor de La guerra de los mundos, publicada en 2011 y que acaba de ser traducida este año al español.

Pero a lo largo de esos cincuenta años no solo cambió la tolerancia que los escritores y los lectores tienen al reírse de sus experiencias, sino que también cambió el mundo. El otro problema es que, como dice el propio Lodge, la novela cómica es un tipo de ficción muy británico (e irlandés), y aunque en su tradición figuran nombres imponentes como Laurence Sterne, Charles Dickens o Evelyn Waugh, no siempre es un género que logre viajar bien. Los ejemplos en favor y en contra de esta sospecha son muchos, y aunque a través de una latitud u otra puedan citarse varios libros y nombres, conviene tener en mente que mucha de la ironía, la sátira, la observación, la crítica y el timing que todavía respira entre las mejores sitcoms televisivas se elaboró durante siglos en las páginas de la novela cómica británica. Por supuesto, sería exagerado afirmar que por ese motivo las mejores novelas de Lodge son tan divertidas como un buen guión de Larry David, pero eso no impide que ambos sean perfectamente capaces de provocar una carcajada.
Como para cualquier otro cómico inteligente, para Lodge el elemento imprescindible al escribir es entender los cambios que suceden alrededor, o al menos indagar en sus equívocos y en sus contradicciones, por lo que muchas de las novedades que tuvieron lugar en Europa entre la segunda posguerra y la caída del Muro de Berlín fueron suficientes para que su porción del siglo XX le permitiera una buena cosecha de éxitos.





Algunos de esos asuntos fueron una nueva generación esperanzada en el pacifismo al mismo tiempo que atravesaba lo más álgido de la Guerra Fría, como muestra su novela Ginger You're Barmy (1962). O no muy lejos, las reformas que a mediados de los años sesenta, con Pablo VI en el Vaticano, intentaron adaptar los viejos dogmas de la fe a un mundo con mentes y cuerpos cada vez más seculares, como en ¿Hasta dónde puedes llegar? (1980). Otros fueron el modo en que una cultura de celebridades, autosuperación y amarillismo mediático cambiaron no solo la percepción propia, como muestra Terapia (1995), sino también el sentido de la Corona Británica, como en la novela Trapos sucios (1999), acerca de los efectos de la muerte de Lady Di.

Pero los años no han pasado en vano, y por eso Un hombre con atributos puede leerse como la versión perfectamente destilada de un subgénero muy particular dentro de la novela cómica y que Lodge ayudó a establecer entre los años setenta y noventa, cuando la corrección política y el mercado iniciaban su cruzada contra la desigualdad de la risa: la novela de campus universitario, en la que tienen lugar las historias del ecosistema cerrado en el que transcurren los hombres y las mujeres que han decidido dedicar sus vidas a aprender y enseñar.

Esta es la razón por la cual el H. G. Wells (1866-1946) que le interesa a Lodge no es solo el célebre autor de La máquina del tiempo o El hombre invisible, sino, en especial, la encarnación de un conflicto de época entre el humanismo y la ciencia positiva, un enfrentamiento que envuelto para Wells en el dilema entre crear conocimiento o garantizar rentabilidad todavía es reconocible en el corazón de cualquier sistema universitario. Y es en ese punto, además, donde las lógicas de la apariencia y el instinto que lo envuelven todo entre jerarquías e idiosincrasias se deshacen con las posibilidades del sexo, un tema central de las novelas cómicas de campus más conocidas de Lodge, como Intercambios (1975), El mundo es un pañuelo (1984) y Buen trabajo (1988).
"Todo era culpa del sistema social, que depositaba su opresivo peso en una moralidad trasnochada, basada en arcaicos dogmas religiosos, que impedía a los jóvenes explorar su sexualidad libremente antes de adquirir un compromiso permanente. Con aquel estado de ánimo, era propenso a admirar a sus alumnas de la universidad", cuenta Un hombre con atributos sobre el despertar de Wells a la vida adulta, poco antes de convertirse en alguien que, como él mismo dirá en sus cartas, escribió más de cien libros y se acostó con más de cien mujeres ("sí que la tienes grande para lo pequeño que eres", le dice de paso la prostituta con la que tiene relaciones por primera vez, para demostrar también que, a pesar de la traducción, el título de esta novela no es solo una referencia erudita al famoso libro de Robert Musil, Un hombre sin atributos).
El mecanismo para "esconder" bajo una biografía divertida pero intachable las incomodidades de una novela cómica es tan elegante que Lodge ya lo usó con Henry James en ¡El autor, el autor! (2004), y tal vez esta sea la auténtica lección final del maestro. ¿Qué es el relato de una vida si no indaga en las batallas de la conciencia, el sexo y la muerte? En ese caso, hasta que la novela cómica tenga permitido volver a reírse y ofender con libertad, se habrá cumplido lo que dijo alguna vez John Updike: "No hay necesidad de escribir novelas graciosas cuando las yuxtaposiciones de la vida real, ubicadas con atención, son comedia suficiente". Al parecer, entonces habrá que escribir biografías.

Un hombre con atributos
Por David Lodge
Impedimenta. Trad: Mariano Peyrou. 593 páginas, $ 2500

N. M. 

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