domingo, 12 de enero de 2020
HISTORIAS DE DOLOR Y SUPERACIÓN,
Un joven inglés con heridas de guerra navega para ayudar a otros
Craig Wood combatió en Afganistán, donde perdió sus piernas y una parte de uno de sus brazos por la explosión de una mina; con su velero, pasó por Mar del Plata
Craig Wood recorre el mundo en su velero Sirius
MAR DEL PLATA.– Batalla con un destornillador y pinzas sobre los caños del sistema de velas, dañados en el último tramo del viaje. Y una verdadera pirueta es el paso obligado desde la marina a su embarcación, con esfuerzo para deslizar su cabeza y tronco por debajo de los tensos cables de estribor. Ya en cubierta le da unas palmadas al casco y sonríe para decir sobre su velero Sirius, de 14 metros de eslora: “This is my baby”. Con él hace más de dos años que recorre mares y océanos.
Una travesía que en la mayoría de los tramos cubre en soledad. En otros, con una tripulación especializada a la que invita para afrontar los recorridos más complejos. Y algunos en los que tiene como invitados especiales a excombatientes como él, a los que desde las bondades de la navegación busca ayudar a salir de secuelas que le dejaron las guerras.
Craig Wood, exintegrante del Segundo Batallón Los Rifles del Ejército del Reino Unido, es el anfitrión que recibe a bordo parado sobre las prótesis que reemplazan sus dos piernas que, junto a parte del brazo izquierdo, perdió cuando una mina hizo volar el camión en el que viajaba durante sus primeras horas en Afganistán, hace una década, cuando apenas tenía 18 años.
“¿Si me arrepiento de ser soldado? Para nada, me puso aquí, con mi bote y a navegar por el mundo”, dice, feliz en esta primera escala argentina. Su velero estuvo amarrado en el Club Náutico de esta ciudad y luego pasó al Yacht Club Argentino, donde seguirá con su travesía que lo llevará por Puerto Madryn, Puerto Deseado y las islas Malvinas.
Es oriundo de Doncaster, en el distrito de Yorkshire. Su relación con los barcos empezó a los 6 años, pero sobre el filo de su adolescencia se decidió por la carrera militar y optó por el Ejército en lugar de la Armada, que quizás tenía mucho más que ver con sus orígenes.
Apenas había cumplido la mayoría de edad cuando lo destinaron a Afganistán, donde los talibanes eran el objetivo a vencer por una coalición entre fuerzas de Estados Unidos y países europeos. El 30 de julio de 2009, cuando apenas terminaban de instalarse allí, durante una de las primeras patrullas se toparon con una carga explosiva que los hizo volar por el aire. Pasó dos semanas en estado de coma y los médicos le dieron mínimas chances de sobrevida. Pero aquí está, con decenas de cirugías encima. Diez de ellas en el rostro.
“Estar ahí fue mi elección y no puedo quejarme”, explica sobre su tragedia. “Solo pasó, sucedió lo que sucedió y de ahí en más solo traté de ser fuerte”, resalta.
Desde la cama que lo tenía postrado juró que iba a volver a caminar. Lo hizo también ante la duquesa de Cornualles, Camila, esposa del príncipe Carlos de Inglaterra, que lo visitó en la Unidad de Rehabilitación Médica de Defensa en Headley Court, donde avanzaba con su rehabilitación.
No solo logró su objetivo al cabo de casi cinco años de tratamiento, sino que pronto dio el paso siguiente, que era volver a navegar. Ahora como una instancia más de su recuperación. Con sus ingresos en concepto de pensión del Estado británico logró comprarse su primer velero, que lo llevó hasta Grecia. Allí encontró a Sirius, la embarcación que desde hace casi un año y medio es su hogar.
“Quiero dar la vuelta al mundo”, afirma sobre un proyecto al que no le pone plazos. “Pueden ser diez años, o veinte, no importa”, dice, relajado, ahora acompañado por Douglas Varacalli, Emily Abramson y Renata Ewerder, la tripulación neoyorquina que se sumó ad honorem a este periplo por Sudamérica.
Afirma que todo lo paga de su bolsillo, con sus ingresos como veterano de guerra, que percibirá de por vida. Y que se decidió a invitar a otros que con secuelas físicas o psicológicas, más conocidas como trastorno de estrés postraumático, también sufrieron los estragos de vivir expuestos a las bombas y la muerte.
“Lo hago con ellos porque sé que navegar es una gran experiencia para superar el estrés que deja la guerra, una verdadera terapia a mar abierto”, explica Wood.
Uno de sus objetivos, cuando pudo volver a tomar un timón, era participar en los Juegos Paraolímpicos. Pero se encontró que el yachting es una de las disciplinas que ya no tienen lugar en esa competición internacional. Por eso optó por esta travesía que comenzó en Inglaterra.
Hacia el Pacífico
Las aguas del sur lo pondrán a prueba a fines de este mes o comienzos de febrero, cuando cruce el muy bravío Estrecho de Magallanes para llegar hasta el Pacífico y, desde Chile, comience el recorrido con rumbo norte.
Durante cada una de estas navegaciones se desafía a sí mismo. Tensa cuerdas, iza y arría velas, revisa instalaciones, arma sus cartas náuticas y avanza con los buenos vientos. No reconoce momentos difíciles aunque admite que los peores tiempos los pasa cuando viaja solo e intenta dormir. “No se logra descansar bien porque estoy pendiente de los movimientos”, reconoce. No ha sido el caso aún, pero tiene claro que ante dificultades complejas siempre tendrá un equipo de radio a mano y un navegante de paso que pueda ayudarlo.
Cuando tiene que hablar de complicaciones o momentos difíciles no habla de maniobras sino de un golpe al bolsillo. Dejó su velero en Río de Janeiro, tomó un vuelo para ver a su familia y al regreso se encontró con una deuda por exceso de tiempo de amarre. “¡11.000 libras!”, remarca.
Arma un diario de viaje en un cuaderno, con un detallado manuscrito en el que cita condiciones de navegación, sensaciones y destinos. El otro lo tiene en su brazo derecho: por cada país que toca se hace un tatuaje que simbolice un recuerdo de esa escala.
Durante su estada aquí, hizo un viaje fugaz a Buenos Aires para comprar algunos equipos de navegación.
Wood no reniega de su destino. Ratifica que lo que pasó tuvo que ver con consecuencias de elecciones propias. Y como tales las asume. No repudia la guerra. “Depende las razones, unas valen la pena, otras no”, advierte. Cita el caso de Afganistán, escenario de su drama: “Creamos a los talibanes, un Frankenstein, y había que combatirlos”, afirma, sin dudar.
D. P.
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