viernes, 3 de abril de 2020

MANUSCRITOS,


El día antes de la Creación
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Para cualquiera que toque el piano o lo haya estudiado, El clave bien temperado , de Johann Sebastian Bach , es, para decirlo con palabras de Robert Schumann, "el pan de cada día". Notablemente, esa frecuentación agiganta su enigma. Recordemos que Bach escribió los 48 preludios y fugas, distribuidos en dos libros, entre 1722 y 1744, con el fin de mostrar el despliegue calidoscópico de la escala temperada. Parece una tentativa teórica, pero está más cerca de una aventura emocional. Además, si se permite una consideración un poco técnica, en el caso de que hubiera buscado una pura especulación habría encadenado las tonalidades por la sucesión de quintas, pero, por el contrario, siguió el orden de la escala cromática.
Sin embargo, de lo que quería hablar ahora era de ese enigma, para el que cada ejecución constituye una respuesta. El clave bien temperado tiene muchas respuestas, y pocas de ellas deparan una ilusión tan contundente de certeza como la de Edwin Fischer , que registró la pieza entre 1933 y 1936. Hay decisiones musicales que concluyen en ese resultado, claro está, pero curiosamente esas decisiones piden ser entendidas como el efecto que procede de una causa que está más allá (y no más acá) de lo musical.
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Una década después de su grabación de El clave bien temperado , Fischer escribió un libro brevísimo que tituló Johann Sebastian Bach. Un estudio en una cuyas últimas páginas leemos una explicación probable de esa causa. Sin referirse a ninguna pieza en particular, el pianista dice de Bach: "Lo más maravilloso de él es su fuerza, y esta fuerza es la verdad. Eso pasa con la música de Bach. Es siempre la verdad, lo absolutamente cierto, aquello que les confiere a sus obras la belleza y el efecto".
Se nos presenta ahora otra pregunta subsidiaria: ¿qué es esa verdad y cómo habría que entenderla musicalmente para que no quede en un simple generalismo esencialista? También Fischer tiene la respuesta, pero esta vez en otro escrito, en el borrador de una introducción que escribió precisamente para una edición de aquella partitura. Tras llamar la atención sobre el imperativo de la claridad y de la sencillez (como si el ejecutante no debiera imponer nada y perseguir más bien una imposible transparencia), nos dice ahí: "En Bach se expresa la variedad completa del sentimiento y el pensamiento, de la lógica más estricta a la fantasía más temeraria, del puro juego con el instrumento a la intuición de las últimas cosas. Su fe interior, su profundísima devoción era su mayor fuerza".
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Es evidente que la lectura musical que hace Fischer en esa grabación de la década de 1930 se sostiene, de una manera que sería arduo o acaso imposible demostrar, en la presunción de esa causa primera.
Sin embargo, no hace falta ser músico para llegar a esa conclusión, y en honor a la verdad no sabemos si el propio Fischer llegó a ella por la intimidad prolongada con la obra o sencillamente de un golpe. Aun así, Goethe , que como sabemos no tenía a la música entre sus variados talentos, le confió al compositor Carl Friedrich Zelter, su consejero en esas cuestiones, después de escuchar El clave bien temperado : "Se lo digo: podría concluirse que es como si la naturaleza conversara consigo misma, algo en el pecho de Dios, un momento antes de la Creación. También eso siento en mi interior, y es como si yo no poseyera ni necesitara ningún sentido, ni oído ni mucho menos ojos".
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La invención metafórica de Goethe (esa música que no demanda oídos) apunta a una completa desmaterialización, o mejor dicho, a algo que, justamente como en el día anterior a la Creación , no advino todavía a la materia. Algunas obras de arte nos dejan la insinuación de que las auténticas "últimas cosas" son por fin las primeras, las que precedieron a las primeras. Una música así no necesita oídos y se diría, a juzgar por el pianismo de Fischer, que tampoco dedos.

P. G.

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