Lágrimas negras por dos grandes de la música
Todas las músicas que me gustan vienen de África. Probablemente, por aquellas works songs y los negro spirituals con los que me acunaban mis viejos, frente al afiche gigante de la King Oliver’s Creole Jazz Band. Sonidos primitivos que marcaron mi tempranísima educación sentimental y que tiene sus orígenes en el continente negro. La diáspora africana tuvo un impacto cultural en buena parte del continente americano. Un influjo múltiple: estético, gastronómico y religioso, pero principalmente musical. Un hilván nada invisible une al jazz de Nueva Orleans con el candombe montevideano, el danzón cubano, el samba carioca, la cumbia colombiana y el landó peruano. Músicas de ritmo ancestral, folclores americanos con raíces al otro lado del Atlántico. Pensé mucho en África en estos días de incertidumbre, principalmente, por dos noticias dolorosas.
El lunes, al amanecer, me enteré de la muerte de Cheich Gueye, el percusionista senegalés que formaba parte de La Bomba de Tiempo, ese seleccionado de percusionistas que, bajo el método de dirección por señas creado por Santiago Vázquez, se volvió un clásico de la escena porteña con sus conciertos de cada lunes en la Ciudad Cultural Konex. Si tipean “Sentimiento Bomba” en Youtube, se van a encontrar con un clip realizado por el periodista y realizador audiovisual Pedro Irigoyen, que los retrata a ellos dos, a Titillo y a Cheikh, y a su vínculo con el grupo. “¡El lunes es mi día! Estoy re feliz”, dice Cheikh, en su casa, rodeado de djembes y quemando un palosanto. En esa sencillez, estaba el encanto de este percusionista monumental. Lo conocí y lo entrevisté para un libro. Después de un derrotero musical que lo llevó de su Senegal natal a distintas partes de Europa, Cheikh decidió probar suerte en Buenos Aires con la ilusión de conocer a su ídolo, Diego Maradona. Un anhelo lleno de candor, que siempre me resultó irresistible. Antes de venir para Buenos Aires, pasó por Montevideo y allá se hizo amigo del Lobo Núñez y de sus hijos, maestro mayores del candombe. Cuando llegó a Buenos Aires, terminó viviendo en La Paternal, a pocas cuadras de la cancha de Argentinos Juniors, donde dio sus primeros pasos futbolísticos el ídolo que había venido a conocer. Paradójicamente, Cheikh se transformó en el Maradona de La Bomba, el distinto, el que admiraban sus compañeros. “¡Cheikh hace cualquier cosa con las manos y le sale buenísimo siempre!”, me contó Larocca. Y Diego Sánchez destacaba: “Para Cheikh, el arte de cuantización de la música occidental es superextraño. Pero hay veces que lo escuchás tocar una subdivisión y tenés que hacer un esfuerzo muy grosso para entenderlo”. Cheikh también tocaba en Pan, el nuevo grupo de Santiago Vazquez, así que los jueves también se habían vuelto otro día alegre para él. Tenía 53 años y murió internado en el Hospital Penna, por una dolencia que nada tuvo que ver con el Covid-19. Al día siguiente, en una clínica de París, a los 86 años y por causa del coronavirus, falleció el camerunés Manu Dibango.
Este saxofonista y compositor nació en Douala, pero a los 15 años se fue a estudiar a Francia. Comenzó su carrera en los años 50, pero despegó en los 60 acompañando primero a Francis Bebey, escritor y director de cine, que también tenía un proyecto musical, y luego en diversos proyectos, principalmente como pianista. Atento al jazz y al soul, Dibango comenzó a mirar de nuevo hacia su continente natal, esta vez con una visión pan-africana gracias a la influencia de Kabasele, un director de orquesta oriundo del Congo, a quien conoció acompañando a una delegación que incluía a políticos
La mejor despedida que se me ocurre, para Manu y para Cheikh, es honrarlos disfrutando de sus músicas anticolonialistas como Patrice Lumumba y Moitse Tshombe.
La mejor despedida que se me ocurre, para Manu y para Cheikh, es honrarlos disfrutando de sus músicas anticolonialistas como Patrice Lumumba y Moitse Tshombe.
Vivió en el Zaire y en Camerún, y volvió a Europa. A comienzos de los 70, y a cuestas del hit “Soul Makossa” (que sería luego fuente de “inspiración” de Michael Jackson en “Wanna Be Startin´ Somethin”) alcanzó fama en los Estados Unidos y en buena parte del planeta. Desde entonces, grabó una infinidad de discos -incluso tributos a los saxofonistas King Curtis y Sidney Bechet-, explorando las conexiones de las músicas de su país con las de otras partes del mundo, colaborando con el seleccionado salsero Fania All Stars y con músicos cubanos como Elíades Ochoa y el Cuarteto Patria. “En África, la música es indivisible de la vida. No existe el arte como concepto independiente. En la tradición africana, esa palabra no figura”, escribió en el prólogo de Africa O-YE! (1991), el libro de Graeme Ewens. En esa pequeña distinción, acaso, esté el eje de mi fascinación (y se que no soy el único) por esa maravillosa cosmovisión del continente africano. La mejor despedida que se me ocurre, para Manu y para Cheikh, es honrarlos disfrutando de sus músicas, indisolublemente vinculadas a sus vidas.
H. I.
H. I.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.