lunes, 6 de abril de 2020

MUJERES FUERTES Y LUCHADORAS


Mujeres de otro tiempo
Vi la foto de Ilse Buddenberg encorvada sobre su máquina de coser y me pareció ver a mi abuela: el pelo blanco y corto, para que no moleste, un batón claro y simple, los anteojos enfocados sobre la costura, barbijos para donar al hospital de su pueblo -Eldorado, en Misiones- en plena lucha contra la pandemia del Coronavirus.
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Ilse (casi como la Ilsa de Casablanca) tiene 89 años y pertenece a esa raza de mujeres que nunca se quedaron quietas (como mi abuela, que repetía que necesitaba "sentirse útil"). A veces, algunas pensamos con soberbia que al feminismo lo inventamos nosotras, pero fueron también las chicas de la generación de la Singer, cosiendo y lavando para hacerse un futuro -muchas de las que ahora esperan los llamados de la familia desde el aislamiento, porque son el sector más vulnerable- las que cambiaron la historia para ellas y para las generaciones que vinimos después. Ilse, que fue enfermera e instrumentista, no hace más que seguir cambiando la historia como lo hizo siempre: en su pueblo de 57 mil habitantes la eligieron hace un año "la Reina de los Pioneros"; para ella lo normal es ser solidaria, y hace ya tiempo cose barbijos y camisolines, la cuarentena no iba a detenerla.
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Pienso en la cuarentena y recuerdo también otra historia que me contó mi abuela, la de la suya. Ilse me hizo ver de nuevo a mi abuela y creo que el aislamiento hace que varios nos reencontremos con nuestra esencia, con esas historias de lucha donde hubo en el camino epidemias, encierro, familias alejadas y, también, superación.
En el cuento de mi abuela dice que mi tátara, María, quedó en el Piamonte embarazada y con un chiquito a la espera del billete para el barco a Buenos Aires que la pudiera reunir con su marido, que había viajado antes en busca de un destino mejor para los cuatro en la Argentina. Lo encontró en Rosario, un año más tarde, y cumplió con el envío. Pero el barco de María quedó varado en la isla Martín García, en cuarentena por fiebre amarilla, y ella con sus dos hijitos. A José, que esperaba en el puerto, le dijeron que ningún tripulante había sobrevivido, y volvió a Rosario con el corazón roto. María, en tanto, hacía su propio duelo en el barco: su beba no sobrevivió al tifus. El barco finalmente tocó el puerto, pero José ya no estaba. María no entendió el abandono; no hablaba español y sólo le quedaba de José la pista de la carta sellada en Rosario. Allí partió, como pudo, con su hijito, sus valijas, y un mortero -legado familiar, que usé esta semana para hacer pesto, en nuestra propia cuarentena, para mi hijo y para mí-. Decía el cuento de mi abuela (el mismo que esta semana me refrescó mi madre por teléfono, también desde su aislamiento) que recién cuando llegó a una plaza rosarina se permitió llorar esa dura piamontesa. La encontró una mujer que entendía italiano y se compadeció de su odisea; le ofreció casa y trabajo como costurera y lavandera, también para que amamantara a su bebé.
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María todavía hacía de "madre de leche" del hijo de esa señora cuando, una tarde la casualidad o Dios, como decía mi abuela, la cruzó en una esquina con su marido. José casi se desmaya al ver a su mujer que creía muerta de tifus. Al abrazo interminable -como ese que nos prometimos muchos en estos días- siguió la historia de mi familia. Se mudaron a un pueblo que José alambró, por lo que le dieron las tierras de lo que después fue su quinta. María siguió cosiendo, igual que mi bisabuela y mi abuela, que decía que había levantado su casa "puntada tras puntada".
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Ni mi madre ni yo cosemos, en casa ni siquiera hay máquina. Sí tengo un costurero, que salió a relucir con el encierro, junto con las clases de yoga online, los zoom con amigos a los que hacía más de lo que que quiero que no veía, el relojeo de lecturas postergadas con la promesa de que en algún momento, cuando pueda concentrarme, seguro que logro retomar, porque ahora mejor lavar los pisos y la ropa, y estar todo lo cerca de los propios que permite la distancia. Pero la historia de María, como la de Ilse, me deja la idea de que cuando la cuarentena termine, quizá estemos más cerca de entender mejor, y sin simplificaciones, cómo fue que aquellas mujeres de otro tiempo se hicieron tan fuertes.

M. F.

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