La Argentina podría encaminarse a un escenario aún más traumático
Sergio Berensztein
Con una economía que experimenta una escalada inflacionaria que el Gobierno se empecina en profundizar, una situación social alarmante que, como consecuencia de lo anterior, está destinada a empeorar y una crisis en la coalición gobernante que encuentra al Presidente debilitado, aislado y mendigando unidad, a menos que se produzca un súbito y efectivo cambio en el comportamiento de los principales actores, corremos el riesgo de que se dispare una nueva crisis de gobernabilidad cuyas dimensiones e impactos son difíciles de pronosticar.
De esto se habla a diario en los encumbrados pasillos del poder de un país en el que cada vez que sucedieron episodios similares, el sistema democrático y la calidad de vida de la población sufrieron deterioros tan contundentes como perdurables. Sorprende el fatalismo con el que una porción significativa de los protagonistas de la vida pública nacional interpretan esta endemoniada realidad, como si tuvieran la certidumbre de que se trata de un proceso inevitable, aunque aún persistan dudas –para nada menores– respecto de los escenarios contingentes y de sus eventuales intérpretes.
Los pronósticos más escatológicos surgen del seno del oficialismo, en especial de los segmentos identificados con CFK y el Instituto Patria, incluyendo por supuesto a la agrupación La Cámpora, liderada por Máximo Kirchner. Para ellos, el acuerdo con el FMI termina de condenarlos a otra derrota en las próximas elecciones y, en simultáneo, vacía de legitimidad de ejercicio a un presidente que, entrando en su tercer año de gestión, carece de logros relevantes. Asimismo, su legitimidad de origen, al margen de la “mera formalidad” del voto popular, había surgido de una decisión personalísima de la propia Cristina, de la cual ahora se ve arrepentida. A propósito… ¿fue tan así o, en verdad, participaron de la selección del nominado otros importantes integrantes del más rancio ecosistema del poder vernáculo, algunos de los cuales aportaron financiamiento para la campaña, mientras que ella se ocupó de comunicar el dictamen?
En cualquier caso, todo hace suponer que podríamos estar en la ruta hacia un nuevo y potencial tembladeral institucional. La hipótesis de que una Asamblea Legislativa termine definiendo al eventual reemplazante de Alberto Fernández forma parte de las consideraciones habituales entre integrantes claves de un sistema político disfuncional y resiliente, que rechazó hasta ahora cualquier intento para mejorar aunque sea parcialmente sus reglas del juego internas, formales e informales, y volverse más austero, transparente, abierto y participativo.
¿Resultan exageradas estas elucubraciones tan dramáticas en términos políticos e institucionales? ¿Parten de un microclima que no advierte que la sociedad espera que la política no le genere todavía más daño? Aquella mezcla de resignación y pesimismo se desprende del diagnóstico que el propio cristinismo más militante elaboró sobre la actual coyuntura: el acuerdo con el FMI profundizará la caída en el ingreso promedio de la población como consecuencia del ajuste en el gasto público, la inflación, el aumento de tarifas y de la tasa de interés. No habrá dólares para importar gas, con lo cual los forzosos cortes de energía al sector privado limitarán la producción y complicarán el mercado laboral. Para un kirchnerismo que solo vive en la inmediatez del cortísimo plazo, consumo equivale a votos, no importa cómo se financie ni cuánto dure. “Si perdimos cinco millones de votos en 2021, no quiero pensar lo que nos espera en 2023”, reflexionó abatido un funcionario con despacho en la Casa Rosada. “No es que buscáramos un default, pero lo que se acordó es imposible de cumplir y genera en el corto plazo una situación caótica”, explica un cuadro ultra-K.
Curiosamente, la crisis de gobierno se desata en el otoño siguiente a los dos años de gestión, el mismo timing de Cambiemos, que en abril de 2018 se enfrentó con el terremoto cambiario y sus derivaciones en materia de retracción del crecimiento, ingreso, crisis de la deuda y derrota electoral. En ese espejo se miran los integrantes del FdT, con el problema adicional de que la fractura expuesta entre sus principales socios políticos empeora cualquier posibilidad de contención u horizonte de salida. Los conflictos internos complican los de por sí complejísimos desafíos en términos de política pública: licuan la ya tenue autoridad presidencial, entorpecen la gestión, impiden cualquier comunicación lógica y alejan a una ciudadanía abandonada a su magra suerte.
Algunos dirigentes peronistas consideran que si la crisis se profundiza ninguno de los integrantes del “primer triunvirato” del FdT debería participar del proceso sucesorio, contrariando las aspiraciones de Sergio Massa, que, para otros, podría emerger como el gran ganador de este vacío de poder. Emulando la lógica de la Junta Grande, los gobernadores intentarían volver a demostrar su influencia en el Congreso, como ocurrió durante las disputas por el arreglo con el Fondo, para imponer a un primus inter pares. Aunque no haya aún una figura de consenso, se mencionan tres representantes del norte grande: Juan Manzur, Gerardo Zamora y Jorge Capitanich. “Tiene que ser alguien moderado, confiable y con experiencia de gestión probada”, afirma otro cacique provincial. La potencial ventaja de Zamora es que facilitaría convenios de gobernabilidad con una parte de la UCR. La misma idea surge cuando se recuerdan los vínculos entre su titular, Gerardo Morales, quien abiertamente defendió lo actuado con el FMI, y el propio Massa. Algunos revisionistas del radicalismo vuelven a cuestionar el consenso de 2015 en el Congreso de Gualeguaychú, del que surgió Cambiemos en detrimento de un pacto con el Frente Renovador. Otros revisan el reportaje televisivo que concedió Enrique “Coti” Nosiglia hace unas semanas, en especial cuando se refiere a la necesidad de acuerdos entre peronismo y radicalismo.
La potencial fractura y disolución del FdT podría disparar una crisis de gran importancia en la principal coalición opositora. ¿Pondría acaso en juego su propia supervivencia? A pesar de haberse mantenidounidayhabermejorado su funcionamiento interno luego de la derrota electoral de 2019, JxC acumula un conjunto de tensiones internas que no se resuelven y hasta se agravan. En particular, en la cuestión de las candidaturas, no solo a presidente o jefe de gobierno de CABA, sino también a gobernaciones fundamentales hasta ahora en manos del peronismo, como las de Córdoba, Santa Fe y la propia provincia de Buenos Aires.
Existen otros procesos más profundos que generan inquietud, en particular en cuanto a las identidades partidarias. Según un sondeo reciente de D’Alessio-IROL/Berensztein, tal como en 2021, una buena parte de los votantes se inclinarían por un candidato de la oposición. La novedad radica en el hecho de que Pro se consolida como partido político en el interior del país, a pesar de la amenaza que por derecha implican los libertarios, superando en términos de identificación a la propia UCR y con chance de convertirse, si se profundiza este fenómeno, en la tercera fuerza política con alcance nacional.
Emulando la lógica de la “Junta Grande”, los gobernadores intentarían volver a demostrar su influencia en el Congreso, como ocurrió durante las disputas por el arreglo con el Fondo
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