Vlady Kociancich. Narradora exquisita, aguda y viajera
Daniel Gigena
Anteanoche murió en Buenos Aires, a los 80 años, la escritora, crítica literaria y traductora Vlady Kociancich. Su familia informó que semanas atrás había sufrido un accidente cerebrovascular, y que trabajaba en la traducción de una novela del italiano Leonardo Sciascia y en una novela propia. Kociancich era madre de dos hijos, Pedro y Marcelo, y tenía dos nietos. “Estaba muy activa y entusiasmadísima con la traducción; me leía fragmentos y los comentaba –dijo a el editor Pedro
Saccaggio, hijo de la autora–. También había retomado una novela y una recopilación de ensayos”.
Había nacido en Buenos Aires en septiembre de 1941. A partir de su primer libro, los relatos de Coraje, de 1971, y el segundo, la notable primera novela La octava maravilla, de 1982 y con prólogo de Adolfo Bioy Casares, comenzó a desarrollar una obra narrativa caracterizada a la vez por el cosmopolitismo y el arraigo en ambientes y entonaciones rioplatenses. Muchas de sus obras, además, se planteaban como reflexiones sobre el arte y la literatura.
Como estudiante de Letras en la Universidad de Buenos Aires, conoció a Jorge Luis Borges: fue su amiga y estudió con él inglés antiguo. Sus libros más recientes fueron El secreto de Irina, de 2016, y
Cuadro de una muerte dudosa, una novela policial de 2010. También dio a conocer colecciones de ensayos como La raza de los nerviosos
(ella misma pertenecía a esa raza, la de los escritores). Colaboró con artículos y reseñas
El editor Alberto Díaz publicó en Seix Barral la novela Amores sicilianos, donde Kociancich revela su amor por Italia. “En broma, decía que la mayor influencia que Borges y Bioy habían tenido sobre ella era el hecho de que en cada entrevista le recordaran su vínculo con ambos escritores, aunque su literatura no tuviera tanta relación con la de ellos –dice Díaz–. Su mayor preocupación era encontrar el tono; para ella, el tono de una novela o un cuento era fundamental. Era una mujer de una cultura extraordinaria, observadora e inteligente, y apasionada de los viajes”.
Su versión al español de Con lasoga al cuello, de Joseph Conrad, había sido muy elogiada. En 1988, obtuvo el Premio Jorge Luis Borges,otorgado por la Fundación Konex y el Fondo Nacional de las Artes, y, en 1990, el Premio Gonzalo Torrente Ballester por Todos loscaminos. En 1992, ganó el Premio Sigfrido Radaelli, otorgado por el Club de los XIII, por los relatos de Los bajos del temor.
“Kociancich apareció en mi vida en 1982, y a raíz de mi actividad en el Centro Cultural San Martín a partir de la restauración de la democracia –recuerda la escritora Silvia Plager–. Nos hicimos amigas a pesar de nuestros mundos poco afines, salvo el amor por la literatura y por nuestros hijos. La admiraba y la admiro por esa atracción entre los opuestos. Ella era una mujer de porte aristocrático, altos estudios y relacionada con celebridades académicas. Kociancich deja cuentos, novelas y ensayos de gran calidad artística. Creo que el mejor homenaje es leer y releer su prosa exquisita. La pandemia nos separó durante dos años. Ahora, otro paréntesis involuntario nos aleja por un tiempo”.
La escritora Josefina Delgado conoció a Kociancich cuando ambas eran estudiantes de Letras. “Nos conocimos en la Facultad de Filosofía y Letras, en aquella inolvidable calle Viamonte –cuenta Delgado–. Como muchos otros, tomábamos café en el bar Florida, frente a las librerías. Con ella, los libros eran el vínculo. Mis preferidos son La octava maravilla, Abisinia, El templo de las mujeres, Amores sicilianos. Fueron novelas donde las mujeres mostraban sus sentimientos sin ninguna restricción, pero además decidían sus vidas buscando siempre encontrar un camino para la expresión.
En el Borges de Bioy Casares, ella es quizás una de las pocas mujeres escritoras a las que no se critica. Alguna vez, cuando yo trabajé con Borges en su casa, Vlady llamó y fue inmediatamente atendida por el escritor”.
En una entrevista de 2017 con el blog de la librería Eterna Cadencia, Kociancich se refirió a la muerte. “A veces, en una noche estrellada de verano me he acostado en el pasto a mirar el espacio y durante unos minutos siento que estoy ahí, y la conciencia de pertenencia y de fugacidad me emociona, como un orgullo del breve paso de existir en el misterio tan oscuro como brillante de este mundo, sin atadura alguna”, dijo. Su literatura, atenta a ese misterio, es testimonio de una experiencia lúcida y sensible
La amiga de Borges y Bioy, una escritora esencial y secreta
Alberto ManguelKociancich era modesta y brillante
Vlady Kociancich pertenece al grupo prestigioso y selecto de escritores argentinos esenciales y secretos. Por pudor o por fe en su talento, siempre juzgó que sus escritos, si merecían ser leídos, se defenderían por sí solos, y nunca siguió el ejemplo de tantos de sus colegas para los cuales la literatura era, como la política o las empresas comerciales, una cuestión de campañas publicitarias. Cuando en octubre de 2020 se incluyó un breve cuento de ella bajo el título de “Grandes autores de la literatura,” me escribió conmovida que seguramente fue un “generoso error.”
Conocí a Vlady a fines de los sesenta, cuando asistí durante unos meses al curso que Borges presidía sobre el anglosajón antiguo, su pasión de aquel momento. Borges había pedido a algunos de sus alumnos de la facultad que lo acompañasen en el estudio de esa lengua épica porque, siendo ciego, no podía recorrer solo los manuales y diccionarios. Vlady, que había sido alumna de los cursos de Borges de literatura inglesa, se ofreció, curiosa por entender qué era esa literatura que tanto apasionaba a Borges. Existe una foto conmovedora, tomada por Adolfo Bioy Casares, de Vlady leyéndole a Borges Sweet’s Anglo-saxon Reader.
De Borges, Vlady aprendió mucho sobre el oficio literario, sobre todo la importancia de creer “en la generosidad de los libros.” Borges, Vlady confesó, “me enseñó que la literatura es un gran juego inteligente.”
La inteligencia que Vlady demostraba en este juego era asombrosa, discreta y precisa: Vlady tenía una habilidad inquietante para ir al corazón de un problema literario y revelarlo en palabras extraordinariamente sagaces, sea un texto de Herodoto, autor que le interesaba mucho) o Alberto Moravia (que juzgaba menos que mediocre.) “Vlady es la mujer más inteligente que conozco”, Borges le dijo a Bioy una día, como Bioy anotó en su diario. Cuando la editorial Galerna imaginó una serie en la que escritores célebres debían proponer la publicación de un joven desconocido, Borges propuso a Vlady. Galerna publicó su primer libro en 1971, una colección de cuentos bajo el título (elegido por Borges) de Coraje.
Si Borges fue su maestro de lectura, Bioy fue quien la guió en su escritura, comentando y corrigiendo sus primeros escritos. Vlady tuvo con Bioy una complicidad amistosa, más fácil que la que tuvo con Borges, para quien la amistad por lo general se reducía al perímetro de las páginas de un libro y al recinto de una biblioteca. Borges le hizo descubrir las piezas de George Bernard Shaw, las Mil y una noches, los cuentos de Kipling, las fantasías de H. G. Wells, las novelas de Henry James.
Con Bioy compartió el afecto por la literatura italiana contemporánea: Leonardo Sciascia, Dino Buzzati, sobre todo El gatopardo, de Giuseppe Tomasi de Lampedusa, novela que la llevó a hacer un peregrinaje a Sicilia en busca de la casa de su admirado escritor. También con Bioy compartió el gusto de la novela de amor que a veces linda con lo fantástico y a veces con lo policial. En cambio, Vlady no compartía con Borges la pasión por la poesía épica y la violencia de sagas islandesas. Prefería la Odisea a la Ilíada.
Borges fue en gran medida quien la alentó a seguir una carrera literaria, aunque ya a los diez años Vlady había escrito su primer relato policial, que intentó vender a Billiken, no sabemos con qué resultados. Borges, por así decirlo, la bautizó como escritora. En una carta fechada el 4 de julio de 2019, Vlady me cuenta:
“Si ser es ser nombrado, mi identidad es no ser lo que soy a varias cuotas. Me bautizaron con el nombre de una tía muerta por tuberculosis a los 18 años y muy atenta al dolor de mi abuela, era su hija más querida, se me ocurrió nacer el mismo día, mismo mes que la tía y a la misma hora. En la lápida de su tumba que mi abuela visitaba conmigo estaba la fecha del día de nuestro nacimiento y como si eso fuera poco las iniciales del nombre coincidían. Z.L.C. Iniciales grabadas en la cucharita de plata del bautismo. Consciente de ser una clonación de mi tía, desaparecí en el mismo hospital donde nací. Me robaron para cambiarme por un bebe enfermo, un varón. Intervino la policía y reaparecí un día después. Pero a los dos años y medio, desaparecí otra vez. Me caí en un pozo del terreno de mi casa tapado por yuyos, era una quinta extensa. La búsqueda fue muy larga, policía y vecinos me buscaron hasta entrada la noche. La dificultad se debió a que yo no lloré, llamé o grité. Me hallaron de pie, sana, y mirando el fondo del pozo. Muda. Por la alegría de recuperarme nadie se dio cuenta de que no hablaba. Las primeras palabras que dije fue con tartamudeo, lo atribuyeron los médicos a que era demasiado chica para expresarme. Un año después me enfermé de asma y estuve a punto de morir. Esto aterró a mi familia y recordando los pulmones enfermos de mi tía muerta nadie, jamás, me llamó por su nombre. Usaron apodos. Fui una chica sin nombre propio hasta que en el secundario y porque escribía una suerte de Juvenilia satírica que leían mis compañeros y los profesores me llamaron “la rusa.” Porque el apellido de mi padre fue modificado a Cociancich, y luego vino el mote de Vladimira Kociancich, Vladi. Increíblemente, el Vladi (Borges introdujo la “y” final “para cauterizar el corte del nombre”, dijo) fue aceptado por la familia y los amigos con toda naturalidad. Y Borges puso “Vlady Kociancich” en los ejemplares de Poemas escandinavos, en la lista de amigos que recibirían su libro de lujo editado por un bibliófilo. Y me explicó cuánto le había costado elegir un nombre como autor.”
La mayor parte de la obra de Vlady Kociancich necesita ser reeditada: una o dos siguen disponibles bajo el sello de Alianza, y la UNAM de México publicó recientemente La octava maravilla, una de sus novelas más logradas. Sólo así podrán saber los lectores de este siglo que con su desaparición, hemos perdido una de las figuras más altas de nuestra literatura
El autor es escritor. Publicó entre otros títulos, Una historia de la lectura
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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