Niños ucranianos como botín de guerra
Una más de las terribles secuelas de la invasión rusa de Ucrania es el traslado de numerosos niños que sobrevivieron al devastador efecto de las bombas, con hogares destrozados y muchos de ellos con padres muertos. Para ellos, la huida terminó a manos de las tropas rusas, que luego de interceptarlos en puestos de control o atraparlos en las ciudades arrasadas los subían en ómnibus custodiados y los trasladaban a territorio ruso.
No termina allí la historia de estos niños dados en adopción a familias rusas, con la idea de que se conviertan en ciudadanos de ese país y registrados ante las cámaras junto a tiernos osos de peluche, con ropa nueva o celulares regalados. Este infame apoderamiento los presenta como niños abandonados rescatados de la guerra, en una supuesta tarea humanitaria, un ardid propagandístico que pretende convertir a Rusia en el amoroso salvador que tan lejos está de ser.
El presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky, acusó abiertamente a Rusia de haber secuestrado unos 200.000 niños, cifras preliminares que se suman a las de deportados, asesinados, torturados y mutilados. En un extenso artículo, The New York Times dio recientemente cuenta de asentamientos sistemáticos en territorios rusos y consignó que la propia Rusia había denunciado en abril pasado un ingreso a su territorio de 2000 niños ucranianos.
En un secuencia horrendamente perversa, el país que produce la devastación de ciudades y blancos civiles saca además partido de este descalabro y se apodera de niños separados de sus padres, huyendo de hogares colectivos o internados, seguramente desorientados tras los bombardeos, profundamente afectados por lo vivido, sin opciones y a una edad en la que resulta más difícil que puedan actuar solo por voluntad propia. Todos fueron presionados con ardides y promesas para que accedieran voluntariamente al traslado.
Corresponde considerar a este accionar crimen de guerra y grosera violación de los derechos humanos. Estos traslados forzosos constituyen un acto de genocidio según el derecho internacional y son, por lo tanto, inadmisibles.
Es de esperar que la tarea de la Cruz Roja Internacional, sumada a la acción diplomática, pueda reunir información acerca de las identidades de estos niños para encarar así una reclamación internacional, antes de que pase demasiado tiempo. La dolorosa memoria languidece mientras la identidad de los desafortunados pequeños se diluye en la gran masa de las familias rusas. Una rápida y eficiente nacionalización los convierte en pequeños conciudadanos obligados a emprender nuevas vidas.
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