El sueño de Donda: policía del lenguaje
Luciano Román
Hay que estar de acuerdo con Victoria Donda: esto no es una pavada. El manual que elaboró el Inadi con instrucciones a los periodistas sobre cómo deben hablar en la cobertura del Mundial revela algo más complejo que la simple tilinguería ideológica. Responde a la concepción de un Estado invasivo y reglamentarista que se arroga la función de moldear a la sociedad y regular desde las costumbres hasta la forma de hablar. Remite, a la vez, a una idea paternalista que subestima a la propia sociedad y elabora, desde la altura de los despachos oficiales, códigos de moral y de corrección política. Es una confusión peligrosa: los funcionarios no se ven a sí mismos como servidores ni como intérpretes de la sociedad, sino como reguladores y controladores. Con dogmas y teorías estrafalarias, ellos dicen lo que “es discriminatorio y estigmatizante”, lo que está bien y lo que está mal. Lo hacen sin miedo al ridículo, y sin ninguna sensibilidad para conectar con la idiosincrasia y el sentido común de la sociedad.
Subyace una visión totalitaria. Se cuestiona a la Real Academia (“no nos van a decir cómo tenemos que hablar”, desafían desde la cima del poder), pero se “baja línea” sobre cómo deben expresarse los periodistas deportivos. El concepto es claro: “Nosotros somos los únicos autorizados para decir cómo son y cómo deben ser las cosas”. Es el Estado el que marca la cancha, no el que tiene la autoridad del saber ni el que ha conquistado prestigio académico, científico o profesional.
Las instrucciones del Inadi rozan el grotesco. Llegan al extremo de cuestionar el uso de la palabra “negro” asociada a hechos negativos o a prácticas ilegales o clandestinas. Le parece “incorrecto” hablar de “mercado negro” de entradas o de “panorama oscuro” para un equipo. Intuye algún desvío “xenófobo o racista” en la expresión “un futuro negro”. La metáfora es un territorio peligroso para el Inadi. El sentido de nuestro lenguaje coloquial parece, para ese organismo, una zona misteriosa y desconocida.
¿En qué familia argentina no hay una “tía Negra” y en qué barra de amigos no hay uno al que le llaman “el Negro”? ¿Es porque somos racistas y discriminadores? ¿O porque en nuestro hablar cotidiano esa palabra no tiene una connotación peyorati“cosificarla”.
¿En qué familia argentina no hay una “tía Negra”? ¿Es porque somos racistas?
va ni dañina, sino una resonancia afectuosa? La respuesta debería ser obvia, pero el Inadi tiene su propia y exótica vara para juzgar el sentido de las palabras. Lo que desnuda, en el fondo, es un divorcio tajante entre el sentido común y la visión del poder. Expone, además, una sobreactuación ideologizada, en la que el lenguaje se utiliza como “herramienta de militancia” a partir de un uso artificial de las palabras.
El diccionario de Victoria Donda avanza en otras excentricidades. Cuestiona las expresiones que incluyan una “animalización estigmatizante” (como “son unos burros”). Suponemos que también quedan invalidadas “corre como una gacela”, “tiene vista de lince” o “patea como un animal”. Considera, por otra parte, que hablar de “la belleza” de la mujer implica Descalifica, además, las expresiones con connotaciones bélicas, como “un partido de vida o muerte”. Se priva, sin embargo, de proponer alternativas. Quizá se justifique un segundo manual para sugerir reemplazos: en lugar de “unos burros”, “unos deportistas desafiados a mejorar su performance”, y en lugar de “la belleza de las italianas”, se podría aludir a “la compatibilidad de las italianas con los cánones estéticos de la globalización”.
Tomarlo con ironía y con humor es demasiado tentador. Sin embargo, detrás del manual hay un dispendio de recursos que pagamos los contribuyentes. ¿Cuánto costó la elaboración e impresión del instructivo? Es un dato que debería hacerse público, pero detrás de la corrección política suele haber cierta opacidad en el manejo de presupuestos y recursos. ¿Cuántos esfuerzos se distrajeron en esta “cruzada” por el lenguaje “inclusivo”? ¿Cuántos casos reales y graves de discriminación son desatendidos e ignorados por el Inadi, abocado a este tipo de proyectos?
Por otra parte, ¿dónde termina la “sugerencia” y empieza “la imposición”? El sueño de Donda parece bastante obvio: oficializar una policía del lenguaje que, de un modo inorgánico pero eficaz, ya funciona en muchos ámbitos académicos e institucionales colonizados por el falso progresismo.
“Esto no es una boludez”, dijo Donda ayer para defender el manual dirigido a los periodistas deportivos. La vulgaridad no parece ser “discriminatoria”. Quizá si hubiera dicho que “no es una pavada” (como decimos aquí), habría incurrido en “una animalización estigmatizante”, con consecuencias ofensivas para el género femenino del pavo. Más allá de lo infeliz que pueda haber sido el adjetivo, la funcionaria se muestra convencida: “Buscamos desarmar el andamiaje cultural violento de discriminación y racismo”. Su ambición no tiene límite.
El Inadi, mientras tanto, no ha dicho una sola palabra sobre las mujeres de la policía bonaerense que denunciaron abusos sexuales de sus superiores y aseguran haber sido desplazadas por atreverse a exponer su sufrimiento. En esos casos, “la cosificación” puede esperar. Donda está demasiado ocupada en “desarmar andamiajes culturales” como para ocuparse de la realidad.
Las instrucciones del Inadi rozan el grotesco. Llegan al extremo de cuestionar el uso de la palabra “negro” asociada a hechos negativos o a prácticas ilegales o clandestinas. Le parece “incorrecto” hablar de “mercado negro” de entradas o de “panorama oscuro” para un equipo. Intuye algún desvío “xenófobo o racista” en la expresión “un futuro negro”. La metáfora es un territorio peligroso para el Inadi. El sentido de nuestro lenguaje coloquial parece, para ese organismo, una zona misteriosa y desconocida.
¿En qué familia argentina no hay una “tía Negra” y en qué barra de amigos no hay uno al que le llaman “el Negro”? ¿Es porque somos racistas y discriminadores? ¿O porque en nuestro hablar cotidiano esa palabra no tiene una connotación peyorati“cosificarla”.
¿En qué familia argentina no hay una “tía Negra”? ¿Es porque somos racistas?
va ni dañina, sino una resonancia afectuosa? La respuesta debería ser obvia, pero el Inadi tiene su propia y exótica vara para juzgar el sentido de las palabras. Lo que desnuda, en el fondo, es un divorcio tajante entre el sentido común y la visión del poder. Expone, además, una sobreactuación ideologizada, en la que el lenguaje se utiliza como “herramienta de militancia” a partir de un uso artificial de las palabras.
El diccionario de Victoria Donda avanza en otras excentricidades. Cuestiona las expresiones que incluyan una “animalización estigmatizante” (como “son unos burros”). Suponemos que también quedan invalidadas “corre como una gacela”, “tiene vista de lince” o “patea como un animal”. Considera, por otra parte, que hablar de “la belleza” de la mujer implica Descalifica, además, las expresiones con connotaciones bélicas, como “un partido de vida o muerte”. Se priva, sin embargo, de proponer alternativas. Quizá se justifique un segundo manual para sugerir reemplazos: en lugar de “unos burros”, “unos deportistas desafiados a mejorar su performance”, y en lugar de “la belleza de las italianas”, se podría aludir a “la compatibilidad de las italianas con los cánones estéticos de la globalización”.
Tomarlo con ironía y con humor es demasiado tentador. Sin embargo, detrás del manual hay un dispendio de recursos que pagamos los contribuyentes. ¿Cuánto costó la elaboración e impresión del instructivo? Es un dato que debería hacerse público, pero detrás de la corrección política suele haber cierta opacidad en el manejo de presupuestos y recursos. ¿Cuántos esfuerzos se distrajeron en esta “cruzada” por el lenguaje “inclusivo”? ¿Cuántos casos reales y graves de discriminación son desatendidos e ignorados por el Inadi, abocado a este tipo de proyectos?
Por otra parte, ¿dónde termina la “sugerencia” y empieza “la imposición”? El sueño de Donda parece bastante obvio: oficializar una policía del lenguaje que, de un modo inorgánico pero eficaz, ya funciona en muchos ámbitos académicos e institucionales colonizados por el falso progresismo.
“Esto no es una boludez”, dijo Donda ayer para defender el manual dirigido a los periodistas deportivos. La vulgaridad no parece ser “discriminatoria”. Quizá si hubiera dicho que “no es una pavada” (como decimos aquí), habría incurrido en “una animalización estigmatizante”, con consecuencias ofensivas para el género femenino del pavo. Más allá de lo infeliz que pueda haber sido el adjetivo, la funcionaria se muestra convencida: “Buscamos desarmar el andamiaje cultural violento de discriminación y racismo”. Su ambición no tiene límite.
El Inadi, mientras tanto, no ha dicho una sola palabra sobre las mujeres de la policía bonaerense que denunciaron abusos sexuales de sus superiores y aseguran haber sido desplazadas por atreverse a exponer su sufrimiento. En esos casos, “la cosificación” puede esperar. Donda está demasiado ocupada en “desarmar andamiajes culturales” como para ocuparse de la realidad.
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