Guillermo Oliveto «Los argentinos son extranjeros en su tierra; se van sin irse»
entrevista — En medio de la crisis, la gente decidió retirarse de la realidad y vivir en el instante, dice el autor, que avizora el futuro tecnológico en un reciente libro
por Inés Beato Vassolo
La salida de la pandemia de coronavirus se esperó con ilusión, pero exhibió un desenlace truncado. Lejos de mejorar, la crisis económica que desató el aislamiento se profundizó en muchos países previamente debilitados; entre ellos, la Argentina, donde avanza hacia niveles imparables de inflación y escalada de precios, sacudiendo –si acaso quedaba alguno erguido– los cimientos de la paz social.
El consumo y la tecnología se presentan, bajo este contexto, como vías de escape para una sociedad que elige exprimir el hoy. “Si va a explotar todo, hagámoslo ahora”. Esa es la postura de la gran mayoría de los argentinos, según da cuenta el especialista en conductas humanas Guillermo oliveto, quien investiga, desde hace treinta años, los patrones y comportamientos de los consumidores y de los ciudadanos.
Mientras que el primer remedio no es más que una pantalla, insostenible en el largo plazo, el desarrollo tecnológico arroja claras oportunidades de mejora y de progreso, siempre y cuando se mantenga despierto un atributo que pertenece únicamente al hombre: la razón. “Necesitamos inteligencia humana y emocional para lidiar con la inteligencia artificial”, advierte oliveto, director de la consultora W.
En una entrevista con la nacion, el analista recorre los resabios de la crisis sanitaria y reflexiona acerca de la configuración de un mundo dual, físico y digital, que, tal como afirma en su último libro Humanidad ampliada. Futuros posibles entre el consumo y la tecnología, exige un abordaje agudo y transdisciplinario.
Experto en analizar el humor social, al que vincula de manera directa con el consumo, Oliveto ha desplegado una mirada lúcida a la hora describir el ánimo de los argentinos en estos tiempos de inflación galopante, precios sin referencia y una paralela inseguridad en alza.
Humanidad ampliada: la vida que nos dieron el consumo y la tecnología
Argentinos Hoy / No Son Extraterrestres - Guillermo Oliveto
El Futuro Ya Llegó Guillermo Oliveto
“Creo que uno de los momentos más depresivos de la Argentina, en muchísimos años –afirma–. Todos quieren olvidar lo que ocurrió, pero el país viene de vivir la peor catástrofe de su historia. Murieron 130.000 personas, las vacunas llegaron demoradas, el cierre de la economía fue de los peores en el mundo, la cuarentena fue larguísima. Con la apertura, los argentinos esperaban tranquilidad y se encontraron con un caos: con un Gobierno peleado explícitamente entre sí y una inflación que seis de cada diez personas jamás vivió, porque la última vez que pasó algo así fue en 1991 y el 60% de la población tiene cuarenta años o menos”.
–¿Cómo se planta la sociedad ante esto? ¿Hay resignación?
–Lo que hemos medido es que la gente hizo una especie de alienación consciente. Decidió retirarse de la realidad, mientras pudo. Sobre todo, en el primer semestre de 2022; un gran “no me importa nada”. Fundamentalmente, porque necesitaba sanar. Mi resumen es: “Va a explotar todo, ¿vamos a ver a Coldplay?”. El ejemplo más claro fue cuando renunció Guzmán, y muchos salieron corriendo a comprar todo lo que era importado porque sabían que iba a encarecerse o escasear. El caos exacerbó el consumo y la idea posmoderna de querer vivir el hoy.
–Pero ¿se transitan dos realidades paralelas? ¿Un presente que se exprime pateando el futuro hacia adelante, pero que, a su vez, no puede dar respuesta a la vorágine, en tanto hay un límite concreto de falta de plata?
–Me costó mucho descubrir el eslabón perdido. La gente salió de la pandemia con una inclinación a consumir mucho mayor porque tomó conciencia de la finitud de la vida. Antes, de cada 100 que te ingresaban, ahorrabas 20 y gastabas 80; hoy, gastas 99 y ahorrás uno. Y no te importa. Hacia adelante, esto es bastante peligroso porque se topa con el ajuste. Por eso, la conflictividad gremial, las protestas… Esto recién empieza.
–¿El riesgo que genera esta dinámica aniquila la posibilidad de progreso? –
Con el chip que se puso hoy la Argentina, sin futuro y construyendo burbujas de bienestar adonde escapar a diario, no hay progreso posible. Los argentinos son extranjeros en su propia tierra. Se van sin irse.
–¿De dónde nos agarramos para encauzarnos?
–La vida como proyecto está en pausa. Ese botón lo va a volver a apretar la campaña electoral, pero la sociedad no piensa en eso hoy. Lo único que genera entusiasmo es el Mundial. ¿Por qué esta selección convoca? Además de que juega bien y gana, se da un tema de valores. Es un espejo invertido de la Argentina que tenemos. Es una idea de mediano plazo, en la que le acaban de renovar el contrato al técnico [Lionel Scaloni], más allá de lo que ocurra con los resultados; en donde la figura más protagónica, [Lionel] Messi, está rodeada de jugadores que colaboran para construir la idea de equipo; en donde existe un líder claro, que es el DT; hay planificación; hay orden, y hay idea de lo colectivo, algo que falta en la Argentina, hoy, más individualista que nunca.
–¿Hay alguna señal de que la política pueda rearmar este rompecabezas social disperso o disgregado?
–Sí. Una buena parte de la política es consciente de que esto así no va más. Porque lo tiene claro la sociedad. Los planes no van más. El ADN del país, que es un ADN de clase media, está dañado, pero sigue estando, y se basa en el esfuerzo y en el trabajo. Cuando aparece de manera tan fáctica la contracara de eso, se detecta automáticamente que el camino está desviado.
–La clase media es señalada por muchos como la más golpeada. A los sectores bajos de alguna manera los contienen todavía los planes, pero la franja media, acostumbrada a consumir para pertenecer, hoy no puede hacerlo. ¿La pirámide social se modificó con el latigazo económico?
–Ser o no de clase media se define mucho según la educación del principal sostén del hogar, y eso es bastante estable. Pero sí cambia la estructura. Hoy tenés una clase media a la cual el mundo le quedó lejísimo al tipo de cambio actual, por eso se abraza a todo lo que viene de afuera: Coldplay, Zara, lo que fuese. Desconocer la importancia que tiene el consumo como fuente de identidad en el siglo XXI es no entender lo que está ocurriendo; eso intento explicar en el libro. Este sector socioeconómico siempre genera símbolos que permitan mostrar arraigo: celular, zapatillas, auto, colegio. La pérdida del poder adquisitivo le resulta profundamente dolorosa.
–¿Y qué prioriza seguir consumiendo?
–No entrega la tecnología ni la conectividad, porque con eso trabaja; no entrega el colegio de los chicos, porque eso es futuro, y no entrega la prepaga porque eso es seguridad. Es todo lo que hoy falta: proyectos, futuro y seguridad. Y dinero, claro; no hay manera de ganarle a un 100% de inflación anual.
–El trabajo tiene nuevas velocidades, que marca la tecnología; se acortan los tiempos y se pone en juego la cantidad versus la calidad. Algunos críticos advierten el riesgo de que los empleados queden a merced de la máquina. ¿Cuál es su análisis al respecto?
–Todo lo que está avanzando solo acelerará. Hay que aceptar y pensar la complejidad. Es necesaria una mentalidad ampliada, una cabeza que sepa procesar cómo impacta lo digital. Actualmente, los servicios de mano de obra intensiva que requieren interacción de los humanos están vistos con mayor oportunidad que aquellos históricamente fabriles, que se reemplazan con robots. El cuidado de personas de mayor edad, por ejemplo, es una industria que crece enormemente porque se alargó la expectativa de vida con la tecnología; también, la industria de los audífonos y de los anteojos.
–¿Cómo puede resumir, entonces, el concepto “humanidad ampliada”, título de su último libro, y su relación con lo tecnológico?
–Lo resumiría de la siguiente manera: el peor error que podemos cometer es negar el avance que va a tener la tecnología. Necesitamos aprender el lenguaje de los algoritmos, definir hasta dónde dejamos que lo digital invada el campo personal, colectivo y social. Este es el mundo de la abundancia y nos puede destruir. Hay que saber cuándo desconectarse, cuántas horas miro el teléfono, a qué edad le doy un dispositivo tecnológico a mi hijo… Además, la inteligencia artificial vende un aura peligrosa de perfección y de idoneidad, de divinismo.
–¿A más pantalla, menos vida real? ¿Lo real y lo digital son una sola cosa o son el agua y el aceite, como planteó el filósofo francés Jean Baudrillard, a quien cita?
–En mi libro contrapongo a Baudrillard con [el novelista italiano Alessandro] Baricco, que tiene un pensamiento más optimista, en tanto sostiene que la complejidad implica la dualidad. La vida está llena de matices, y la tecnología tiene un lado oscuro y un lado claro. Con el consumo pasa lo mismo. Si te dejás guiar por cada novedad y lanzamiento, perdés. Es un mundo que está preparado para tentarte 24/7; tenés que poner el límite vos.
–Y la pandemia aceleró todos estos procesos digitales, que teníamos a mano pero no devorábamos con tanta efervescencia…
–El código QR es la tarjeta de débito de 2001. Cuando pusieron el corralito, todos aprendieron a usarla porque era la única manera de sacar dinero. Con el QR pasó eso, surgió en pandemia para no tocar el menú ni tocar la plata. Esa es la humanidad ampliada: física y digital a la vez. Un mundo territorial y analógico; un ultramundo digital y virtual, pero dos corazones bombeando una misma realidad. No es el final de una era real, como decía Baudrillard, sino que cambió la configuración, porque el mundo físico se mantiene. Aun con la pandemia, el comercio presencial sigue siendo del 80% en Estados Unidos, la primera potencia económica mundial, en donde rige Amazon.
–Ha hecho referencia a hitos de fuerte arraigo material, como el furor por coleccionar figuritas del Mundial. Avanza lo digital, pero se mantiene un anhelo por lo tangible, ¿en qué radica esa dicotomía?
–La pandemia desnudó muchas cosas. Queríamos vivir todo digital, nos faltaban horas para explorar Instagram, y nos dio todo el tiempo del mundo para hacerlo. Siete meses, en la Argentina. Cumpleaños, boliches y recitales por Zoom. Lo digital cobró un rol que era inimaginable hace veinte años, pero suponer que el mundo que viene es solo así es un error. El ser humano es sinestésico, es un mamífero que necesita tocar, es afectivo, es gregario. La vida que vale la pena vivir tiene indefectiblemente el componente físico como parte. La utopía es que lo digital nos potencie y nos haga más eficientes; la distopía, que nos diluya y nos desconfigure.
–Volviendo al tema del consumo, usted dice que tiene cierta cualidad ansiolítica. En este contexto de aceleración digital, ¿sigue funcionando como tranquilizante o, por el contrario, se vuelve promotor de un círculo vicioso de ansiedad?
–Es un buen punto. Como todo ansiolítico, si lo consumís demasiado, necesitás más dosis. Con la tecnología pasa lo mismo. Los dos son aditivos y, a la vez, adictivos. Es un tema peligroso, en particular en la Argentina. Si perdemos nivel de formación, este mundo te pasa por arriba. Necesitamos inteligencia humana y emocional para lidiar con la inteligencia artificial.
–Los que ya están subidos a este tobogán, ¿qué herramientas tienen para parar la pelota y replantearse su vínculo con la tecnología, con el consumo y con la sociedad?
–Las herramientas del saber. Hay que aspirar a cierto orden de sabiduría y de conocimiento. Una sensibilidad que nos permita alcanzar una capacidad de discernimiento mayor. Se necesita una sociedad más inteligente.
–Y más formada…
–Sin duda. Si tuviera que elegir una palabra para lidiar con la humanidad ampliada, es educación. Una formación transdisciplinaria capaz de dar respuesta a la complejidad. Saber programar, saber de política, saber de cultura. La formación unidimensional no está acorde con la realidad actual, ni mucho menos con la que viene.
–Usted habla de que una de las claves para encontrar el camino y recomponer el ánimo es que cada uno busque un punto de apoyo, un plan al cual aspirar. Esto suena algo individualista, ¿dónde podemos encontrar una conexión entre personas, una aspiración común?
–Es difícil. La sociedad es profundamente narcisista y egoísta, y ninguno de esos valores salió mejor de la pandemia, que nos puso a todos en la misma línea del abismo. La tecnología, con la cultura de las burbujas y las cámaras de eco, le da a cada uno lo que quiere y fomenta grietas todo el tiempo. Este es un tema de los líderes, que tienen que ampliar su mentalidad para poder tratar con sociedades fragmentadas desde el punto de vista socioeconómico y fragmentarias desde la diversidad de intereses.
–Una pregunta que usted mismo formuló: ¿vamos bien o vamos mal?
–Es difícil de responder. Para los que dicen que el mundo actual es un desastre y añoran un ideal que nunca existió, con una mirada novelística de los siglos XVIII y XIX, de todos felices en el campo, basta con contraponerles los datos: el 94% de la población en 1800 era pobre; hoy, es el 10%. En ese sentido, claramente vamos bien. Ahora, cuando se mira cuál es el costo colateral de ir bien, con expectativas humanas móviles y demandantes, con personas que quieren más de lo que tienen, con altos niveles de protesta y conflictividad, entonces vamos mal. Pero hay que leer la historia y conocer lo que pasaba antes. Que hoy exista tanta decepción significa que hay, también, mucha ilusión, mucha expectativa. Esa es la tensión entre el vamos bien o el vamos mal.
–Pero hay un valor que sí trasciende los siglos y que fue protagonista de la Ilustración: la razón, con su capacidad de guiarnos al progreso y a un vivir mejor. Quizá podría orientarnos en medio de este caos…
–Creo profundamente en eso. En la razón, en el estudio y en el mérito. Para lidiar con la complejidad, hay que apelar a la capacidad más distintiva que nos hizo humanos: nuestro lóbulo frontal. La tecnología no es el único porvenir posible.•
La gente salió de la pandemia con una inclinación a consumir mucho mayor porque tomó conciencia de la finitud”
La utopía es que lo digital nos potencie; la distopía, que nos desconfigure. Necesitamos inteligencia humana y emocional para lidiar con la inteligencia artificial”
Si tuviera que elegir una palabra para lidiar con la humanidad ampliada, es educación. Una formación capaz de dar respuesta a la complejidad”
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