lunes, 31 de octubre de 2022

TESTIMONIO


Dos anécdotas de la Corte Suprema peronista
en las relaciones entre el poder político y el judicial no hay nada nuevo bajo el sol, como lo atestiguan estos recuerdos
Eduardo Vila Echagüe 
En un artículo publicado años atrás de Luis Alberto Romero se preguntaba en qué momento se perdió la Argentina. Si bien hay muchas respuestas posibles, creo que un momento clave fue cuando se inició el ataque a la Justicia que perdura hasta hoy. Ese momento tiene fecha, 1947, y un responsable evidente, el entonces presidente Perón.
La Corte Suprema de Justicia de la nación era el único poder del Estado que había logrado mantener su continuidad desde los comienzos de la República. Es cierto que había pasado por momentos críticos durante los dos quiebres institucionales de inspiración fascista, en 1930 y 1943, pero en ambos casos había preferido contemporizar con los gobernantes de facto para lograr que al menos uno de los poderes del Estado se salvara del naufragio.
En 1946 la Corte Suprema estaba presidida por Roberto Repetto e integrada por Antonio Sagarna, Benito nazar Anchorena, Francisco Ramos Mejía y Tomás Casares. Los dos primeros habían sido nombrados por el presidente Alvear y los otros tres por los presidentes Justo, Ortiz y Farrell, respectivamente. Era una composición pluralista que difícilmente podría haber sido considerada como un reducto de la oligarquía.
Pese a esto, Perón consideró que una Corte independiente era un obstáculo para su proyecto. Con amplia mayoría en ambas cámaras del Congreso, dispuso iniciarles juicio político a los jueces nombrados con anterioridad al golpe de 1943, para poder controlar los tres poderes del Estado. El motivo invocado fue precisamente haber reconocido la legalidad de los actos de los gobiernos de facto; incluso del impuesto por el golpe de 1943, promovido por el mismo Perón, y que le facilitó el camino para ganar las elecciones presidenciales de 1945.
Casares no fue imputado por haber sido nombrado por el mismo gobierno de facto. Repetto prefirió renunciar antes del inicio del juicio, en tanto que los otros tres jueces fueron condenados por el Congreso y cesados en sus cargos. Se nombraron como reemplazantes a Felipe S. Pérez, Luis R. Longhi, Rodolfo G. Valenzuela y Justo L. Álvarez Rodríguez, éste último con muy poca experiencia en el ámbito judicial, siendo el motivo de su nombramiento el estar casado con una hermana de Eva Duarte de Perón. Casares ejerció la presidencia de la nueva Corte hasta marzo de 1949, cuando fue reemplazado por Felipe Pérez.
En ese año ocurre la primera de las anécdotas que me propongo referir. Las escuché hace más de 50 años de labios de mi tío Esteban Ymaz, casado con una hermana de mi madre. Él había sido nombrado secretario de la Suprema Corte en 1937 y se mantuvo en el cargo hasta 1958, en que fue nombrado ministro de la Corte por el presidente Frondizi (fue destituido por Onganía en 1966, junto con los demás miembros del Tribunal). Ymaz fue un trabajador incansable y por él pasaron una importante cantidad de los fallos emitidos por la Corte. Lo ayudaba su vasta experiencia y su prodigiosa memoria, que le permitía citar la jurisprudencia sin tener que recurrir a los textos impresos.
De las muchas historias que mi tío nos contaba a mi primo y a mí, recuerdo con claridad dos. La primera ocurrió en 1949, en el apogeo del primer gobierno peronista. Fue el año de la reforma de la Constitución que permitió la reelección presidencial. La Corte no había estado ajena a ésta, ya que varios de sus nuevos miembros habían sido elegidos por el partido peronista para la Convención Constituyente que la redactó. ¿Qué fue lo que pasó? Que el 2 de agosto Álvarez Rodríguez se muere de repente. ¡nada menos que el cuñado de Evita! Hay un funeral de Estado en la Recoleta con la asistencia de las máximas autoridades de la nación, encabezada por la pareja gobernante. Uno de los discursos en elogio del difunto está cargo del presidente de la Corte Suprema.
Felipe Pérez, quien ocupa ese cargo, está desesperado. En menos de 24 horas tiene que preparar una oración fúnebre de la que posiblemente dependa su futuro político. ¡Hay tan poco tiempo y, sobre todo, tan poco que decir del pobre Álvarez Rodríguez! Opta por pedir ayuda a los dos secretarios de la Corte, uno de los cuales es mi tío. Afortunadamente ellos le ofrecen una solución.
–Mire, algo así pasó en tiempos del viejo Repetto, cuando también murió uno de los ministros que no tenía mayores antecedentes. Lo que él hizo fue un discurso que describía las funciones de la Corte y cada tanto decía: “… y Fulano (el muerto) era miembro de este Tribunal.
–Fantástico –les dice Pérez–.
Busquen el discurso, cambien el nombre de Fulano por el de Álvarez Rodríguez y me lo pasan para la ceremonia de mañana.
Finalmente recibe el discurso en limpio justo a tiempo. Cuando llega su turno comienza la lectura. Lo que está leyendo es una encendida defensa de las atribuciones de la Corte como contrapeso de los otros poderes del Estado. Esto no pasa desapercibido para Perón y Evita, quienes se levantan indignados y abandonan el funeral.
Pérez debió renunciar a la presidencia de la Corte, so pretexto de un viaje al extranjero. Muchos años después, mi tío aún se reía del desenlace de aquel episodio.
La segunda anécdota no tiene nada de risueño. Ocurrió en 1955. Se había acabado la plata dulce acumulada durante la guerra. Teníamos inflación, fracasaban los controles de precios, faltaban algunos alimentos, Perón negociaba concesiones petroleras con los odiados yanquis y, para peor, se había puesto en contra a la Iglesia que lo había apoyado.
La situación de mi tío era cada vez más difícil, debido a la presión sobre los jueces para que se afiliaran al partido peronista. no se llevaba bien con quien en ese momento ejercía la presidencia de la Corte, Rodolfo Valenzuela, el ministro más obsecuente frente a la dictadura. El segundo relato de mi tío muestra cómo se impartía la justicia en aquellos tiempos.
Llegó a la Corte un pleito entre una señora y un coronel peronista. Éste se presentó a ver a Valenzuela, seguramente conocido suyo, para recordarle su militancia. Valenzuela le dijo que no se preocupara, que él se encargaría de que el fallo le fuera favorable.
normalmente los pleitos eran analizados por los secretarios de la Corte, que preparaban los fallos para ser aprobados por el pleno de la Corte. El pleito en cuestión llegó a mi tío, quien preparó un fallo conforme a derecho, dándole la razón a la señora. Fue presentado a la Corte un día en que Valenzuela estaba ausente, y los restantes ministros lo aprobaron.
Cuando el coronel se enteró, le hizo el reclamo a Valenzuela. Éste partió a la oficina de mi tío a increparlo y decirle que debía cambiarse el fallo. Mi tío le respondió que eso no era posible por tratarse de cosa juzgada. Valenzuela lo amenazó y estuvieron a punto de agarrarse a trompadas.
Mi tío volvió a su casa convencido de que su carrera judicial había terminado. Pero antes de que Valenzuela pudiera echarlo se produjo la Revolución Libertadora y el echado fue Valenzuela. Mi tío, tal como dijimos, culminó su carrera como ministro de la Corte.
Espero que estos recuerdos de mi tío ayuden a entender las actuales relaciones entre el Poder Ejecutivo y el Poder Judicial. Como dice el libro del Eclesiastés, no hay nada nuevo bajo el sol.
La Argentina perdió el rumbo cuando se inició el ataque a la Justicia, en 1947
Perón y Evita se levantaron indignados y se retiraron del funeral

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