Putin sabe que está perdiendo: ¿es el principio de su fin?
Michael McFaul Traducción de Jaime Arrambide
Los líderes de tiempos de guerra cambian a sus generales cuando están perdiendo, no cuando ganan. El 11 de enero, el presidente ruso, Vladimir Putin, anunció que Valery Garasimov, jefe de la plana mayor, reemplazaría como comandante de las fuerzas militares rusas en Ucrania al general Sergei Surovikin, nombrado en octubre, apenas unos meses antes. La única conclusión lógica posible es que Putin entiende que está perdiendo en Ucrania.
Ese sacudón en la cima militar no es la única señal de que Putin está reconociendo el fracaso. A fin de año, canceló su tradicional conferencia de prensa anual, con evidente reticencia a enfrentar preguntas incluso de sus más leales y vigilados medios de comunicación. Y su solitaria y apagada presencia en la Catedral de la Anunciación del Kremlin durante la Navidad ortodoxa no transmitía demasiada seguridad.
Hasta sus propagandistas suenan deprimidos. Uno de ellos, Sergei Markov, sorprendió por su crudeza al decir que “Estados Unidos es el principal ganador de 2022, especialmente Biden”. Y el periodista Maksin Yusin dijo recientemente en un programa de entrevistas que la “operación militar especial” de Rusia no había logrado ninguno de sus objetivos iniciales. Por su parte, el exasesor de Putin Sergei Glazyev se quejó públicamente de la falta de un objetivo final claro, de una ideología concreta, y de los recursos necesarios para ganas una guerra contra el conjunto de Occidente.
Putin planea revertir sus pérdidas de 2022 con una ofensiva prevista para los próximos meses, tras haber movilizado a cientos de miles de reservistas. Pero aunque logre éxitos graduales, nunca podrá recuperar la reputación de líder todopoderoso y omnisciente de la que gozaba entre sus súbditos. Putin nunca se recuperará de su desastrosa guerra en Ucrania.
Para empezar, porque es muy improbable que Rusia se alce con victorias importantes en el campo de batalla. Las fuerzas militares rusas no tienen ni la capacidad ni la voluntad de capturar las cuatro regiones ucranianas que Putin se anexó en los papeles a fines de septiembre. Y lo más probable es que la contraofensiva ucraniana tenga éxito, sobre todo si el presidente Volodimir Zelensky recibe las armas ofensivas –tanques, misiles de mayor alcance y cazabombarderos– que les pidió a Estados Unidos y la OTAN. Por lo tanto, es muy improbable que Putin logre resucitar su fama a través de la gloria militar. Y todos parecen haberlo entendido, desde los oligarcas de Moscú hasta los líderes comunistas de Pekín y los blogueros nacionalistas rusos que habitan la aplicación de mensajería Telegram.
En segundo lugar, la barbárica invasión de Putin a Ucrania desató la mayor andanada de sanciones que se hayan impuesto sobre un único país, clausurando dos décadas de integración de Rusia a la economía global. Ese aislamiento seguirá hasta que Putin abandone el poder. Será difícil sacarse esas sanciones de encima: solo empezarán a retrotraerse cuando el Kremlin esté ocupado por otro líder. Mientras tanto, Rusia sufrirá penurias económicas y estancamiento, un hecho que la elite económica ya entiende y lamenta. Decenas de miles de los mejores y más brillantes ciudadanos ya abandonaron el país, y hay miles más que intentan hacerlo. Putin no recuperará el respeto del sector empresarial privado de Rusia.
En tercer lugar, el apoyo social hacia Putin es blando y está en declive. Las encuestas de opinión pública muestran que sigue gozando de apoyo popular, pero en Rusia esas encuestas tienen un amplio índice de rechazo, algo poco sorprendente en un país donde la gente puede ir presa hasta 15 años por “la difusión pública y deliberada de información falsa sobre el uso de las Fuerzas Armadas”. Las pocas personas que aceptan responder a los encuestadores apoyan al régimen, pero la mayoría que elige no contestar probablemente no. Y hasta en esas encuestas con tanto margen de error se evidencia poco entusiasmo y un menguante apoyo a la guerra, y hay una contundente mayoría muy dispuesta a apoyar a Putin si decide poner fin a la invasión. El nerviosismo en torno al conflicto va creciendo, y la composición demográfica de quienes apoyan a Putin es clara: los rusos mayores, de zonas rurales, menos educados y más pobres lo apoyan en mucha mayor medida que los jóvenes, urbanos, con más formación. Putin también está perdiendo el futuro.
Paranoico
Hay otros indicadores igualmente sombríos. Durante el año pasado no surgió ningún movimiento de masas orgánico en apoyo del imperialismo ruso, pero sí florecieron las protestas contra la guerra. Antes de la invasión, Putin arrestó al líder opositor más popular de Rusia, Alexei Navalny, que sigue denunciando la guerra desde su celda. Desde que Putin invadió Ucrania, casi 20.000 personas han sido detenidas y arrestadas por protestar contra la guerra.
En la misma línea, un Putin paranoico sintió el impulso de cerrar muchos canales de medios independientes, incluidos TV Rain y la radio Echo of Moscow, y prohibir Twitter, Facebook e Instagram. Sin embargo, la audiencia de los medios de comunicación controlados por el Estado ruso está cayendo en picada, y el público consume cada vez más la información de medios independientes que operan desde el exilio.
Las revoluciones son difíciles de predecir, pero Putin corre poco riesgo de ser derrocado por un golpe palaciego o una revuelta popular. A lo largo de sus dos décadas en el poder, ha edificado una dictadura altamente represiva. Pero es difícil escapar a la sensación de que los mejores días para Putin y sus ideas han quedado en el pasado. Y el reciente comportamiento del presidente ruso sugiere que hasta él parece ser consciente de esto.
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