Europa. Superó el trauma de tener otra guerra en casa más unida que antes
El bloque debió transformar sus modelos de producción, que eran muy dependientes del gas ruso, y empezó un proceso de rearme
Luisa Corradini Corresponsal en Francia
Como la transición de un niño a la edad adulta, confrontado por primera vez a la tragedia de la muerte, el primer año del brutal asalto ruso contra Ucrania vio a Europa efectuar una transformación espectacular. Tras el cortejo fúnebre del Covid, el drama del retorno de la guerra en su suelo fue un gigantesco traumatismo que la Unión Europea (UE) tuvo la fuerza de superar.
“Es cuando estamos acorralados que somos los mejores”, reconoce un responsable europeo desde Bruselas. En las guerras también –se podría agregar–, teniendo en cuenta al apoyo indefectible del bloque a Ucrania contra Vladimir Putin.
El autócrata soñaba con torpedear ese aborrecido espacio democrático y liberal, y los ingredientes estaban reunidos para que lo consiguiera. Cortando el grifo de los hidrocarburos tenía una buena chance de provocar una sangrienta lucha entre los más vulnerables –Alemania, Italia, Polonia– y los otros, menos dependientes de Moscú.
El riesgo era real. Cuando la Hungría de Viktor Orban se opuso a las sanciones europeas contra Moscú, cuando los partidos prorrusos se incorporaron a la coalición italiana de Giorgia Meloni, cuando Francia y Alemania dejaron ver sus desacuerdos sobre la energía y la defensa, la muerte de Europa parecía cerca.
Sin embargo, resistió. Sus industriales desplegaron esfuerzos inesperados para romper con la dependencia del gas ruso, volver a trazar rutas comerciales y cambiar sus modelos de producción. Y los gobiernos destinaron sumas siderales para atenuar los efectos de la guerra y evitar que sus pueblos dieran la espalda a Ucrania. ¿Podrían haber hecho más en tan poco tiempo? Probablemente no.
El miedo a la “cobeligerancia” frente a Rusia, que insistía en sus capacidades nucleares, suscitó algunas vacilaciones. La perspectiva de un derrumbe de la Rusia de Putin y de una colosal inestabilidad a las puertas del resto de Europa atemorizó a algunos: en Berlín, en París, Roma o Bruselas se inquietaban ante las posiciones “maximalistas de Polonia o de los países Bálticos y el riesgo de escalada”, revela Kadri Liik, experta del think tank Consejo Europeo para las Relaciones Internacionales (ECFR).
Pero después, el Kremlin franqueó la línea roja con sus atrocidades y consolidó el cambio de actitud y la determinación europeas. Un año después, el bloque se encuentra a años luz de aquellas primeras dudas, cuando Alemania prometía el envío de… 5000 cascos, fiel a la línea oficial: nada de armas alemanas en zona de conflicto. “Para muchos Estados miembros fue una revolución cultural”, reconoce Nathalie Loiseau, eurodiputada francesa que preside la subcomisión Seguridad y Defensa del Parlamento.
“La UE es un proyecto de paz. Tuvimos que volver a pensar nuestra jerarquía de prioridades. Nos veíamos como un soft power, una sociedad abierta. Pero el mundo cambió. Las amenazas cada vez son más numerosas”, reconoce.
Nicole Gnesotto, vicepresidenta del Instituto Jacques Delors, agrega otro “traumatismo”: el derrumbe de “70 años de convicción” según la cual el comercio internacional sería “el gran pacificador”. “Es el fin de la ilusión mercantil”, afirma.
Rearme excepcional
Comprendiendo que años de pacifismo habían despojado a sus ejércitos de los medios para hacer frente a una guerra de alta intensidad en el continente, los europeos se rearmaron como nunca. Alemania anunció una inversión excepcional de 100.000 millones de euros para su defensa. También se puso a nivel de sus socios en cuanto al envío de armamento a Ucrania. Francia decidió un aumento de más de 40.000 millones de euros de presupuesto militar. Y Suiza –que no forma parte de la UE– reflexiona en la forma de sortear las limitaciones que le impone su estatus de nación neutral.
Pero el gran fracaso geoestratégico de Putin no fue solo reforzar la unidad de Europa, sino también la cohesión de la OTAN. Así, Finlandia, seguida de cerca por Suecia, solicitaron su adhesión, convencidas de que será la única forma de no correr la misma suerte que Ucrania.
Logro impensable a comienzos de la invasión, Europa también fue capaz de liberarse en escasos meses de la dependencia rusa en hidrocarburos, recurriendo a mercados alternativos y comprando gas licuado a Estados Unidos.
A pesar de esos logros, Europa aún no se ha convertido en un actor geopolítico principal. Si bien consiguió desplegar sus alas, lo hizo –una vez más– bajo el paraguas norteamericano. El canciller alemán, Olaf Scholz, aceptó enviar sus tanques de combate Leopard al campo de batalla solo cuando Washington decidió librar sus propios blindados. Mientras tanto, muchos reflexionan seriamente sobre la repetida arenga del presidente francés, Emmanuel Macron, en favor de la creación de una auténtica Europa de la Defensa.
Pero la UE –Premio Nobel de la Paz 2012– tomó la decisión histórica de poner a disposición de sus miembros miles de millones de euros de su Facilidad Europea para la Paz, a fin de contribuir a armar a su vecino en guerra. Y es la UE quien forma, en su propio suelo, 30.000 soldados ucranianos frente al “segundo ejército del mundo”, sus misiles hipersónicos y sus bombas atómicas.
Es verdad, la cooperación atlántica es la clave. Si bien la UE y sus Estados miembros han entregado ayuda militar por valor de 12.000 millones de dólares a Ucrania contra 23.000 millones de Estados Unidos, la ayuda total –militar, financiera, humanitaria– de ambos navega en aguas similares. Porque Europa acoge, alimenta y protege a millones de refugiados ucranianos. También es quien paga el precio más alto por el aislamiento de Rusia, debido a sus sanciones económicas, que afectan a su propia industria y sus relaciones comerciales.
Cierto, esas sanciones contra el Kremlin aún no han conseguido detener la maquinaria de guerra rusa. Paciencia: “Las sanciones son como un veneno de acción lenta”, dijo Josep Borrell, responsable de las Relaciones Exteriores del bloque ante el Parlamento Europeo. Mientras tanto, dentro de sus fronteras, la guerra en Ucrania imprimió su marca en el equilibrio entre los Estados miembros, provocando una auténtica recomposición.
La actitud decididamente proactiva de Polonia y de los países Bálticos desplazó el centro de gravedad del bloque hacia el este, aun cuando Varsovia siga acusada de serias violaciones al Estado de Derecho.
Sin olvidar otra derrota del invasor ruso: hacer estallar el grupo de Visegrad, verdadera espina en el pie de la UE. La prorrusa Hungría de Orban quedó aislada por sus amigos de otrora, Polonia, República Checa y Eslovaquia, decididamente proucranianos.
Una inusual protesta en Berlín reclamó el cese del envío de armas a Ucrania
Como la transición de un niño a la edad adulta, confrontado por primera vez a la tragedia de la muerte, el primer año del brutal asalto ruso contra Ucrania vio a Europa efectuar una transformación espectacular. Tras el cortejo fúnebre del Covid, el drama del retorno de la guerra en su suelo fue un gigantesco traumatismo que la Unión Europea (UE) tuvo la fuerza de superar.
“Es cuando estamos acorralados que somos los mejores”, reconoce un responsable europeo desde Bruselas. En las guerras también –se podría agregar–, teniendo en cuenta al apoyo indefectible del bloque a Ucrania contra Vladimir Putin.
El autócrata soñaba con torpedear ese aborrecido espacio democrático y liberal, y los ingredientes estaban reunidos para que lo consiguiera. Cortando el grifo de los hidrocarburos tenía una buena chance de provocar una sangrienta lucha entre los más vulnerables –Alemania, Italia, Polonia– y los otros, menos dependientes de Moscú.
El riesgo era real. Cuando la Hungría de Viktor Orban se opuso a las sanciones europeas contra Moscú, cuando los partidos prorrusos se incorporaron a la coalición italiana de Giorgia Meloni, cuando Francia y Alemania dejaron ver sus desacuerdos sobre la energía y la defensa, la muerte de Europa parecía cerca.
Sin embargo, resistió. Sus industriales desplegaron esfuerzos inesperados para romper con la dependencia del gas ruso, volver a trazar rutas comerciales y cambiar sus modelos de producción. Y los gobiernos destinaron sumas siderales para atenuar los efectos de la guerra y evitar que sus pueblos dieran la espalda a Ucrania. ¿Podrían haber hecho más en tan poco tiempo? Probablemente no.
El miedo a la “cobeligerancia” frente a Rusia, que insistía en sus capacidades nucleares, suscitó algunas vacilaciones. La perspectiva de un derrumbe de la Rusia de Putin y de una colosal inestabilidad a las puertas del resto de Europa atemorizó a algunos: en Berlín, en París, Roma o Bruselas se inquietaban ante las posiciones “maximalistas de Polonia o de los países Bálticos y el riesgo de escalada”, revela Kadri Liik, experta del think tank Consejo Europeo para las Relaciones Internacionales (ECFR).
Pero después, el Kremlin franqueó la línea roja con sus atrocidades y consolidó el cambio de actitud y la determinación europeas. Un año después, el bloque se encuentra a años luz de aquellas primeras dudas, cuando Alemania prometía el envío de… 5000 cascos, fiel a la línea oficial: nada de armas alemanas en zona de conflicto. “Para muchos Estados miembros fue una revolución cultural”, reconoce Nathalie Loiseau, eurodiputada francesa que preside la subcomisión Seguridad y Defensa del Parlamento.
“La UE es un proyecto de paz. Tuvimos que volver a pensar nuestra jerarquía de prioridades. Nos veíamos como un soft power, una sociedad abierta. Pero el mundo cambió. Las amenazas cada vez son más numerosas”, reconoce.
Nicole Gnesotto, vicepresidenta del Instituto Jacques Delors, agrega otro “traumatismo”: el derrumbe de “70 años de convicción” según la cual el comercio internacional sería “el gran pacificador”. “Es el fin de la ilusión mercantil”, afirma.
Rearme excepcional
Comprendiendo que años de pacifismo habían despojado a sus ejércitos de los medios para hacer frente a una guerra de alta intensidad en el continente, los europeos se rearmaron como nunca. Alemania anunció una inversión excepcional de 100.000 millones de euros para su defensa. También se puso a nivel de sus socios en cuanto al envío de armamento a Ucrania. Francia decidió un aumento de más de 40.000 millones de euros de presupuesto militar. Y Suiza –que no forma parte de la UE– reflexiona en la forma de sortear las limitaciones que le impone su estatus de nación neutral.
Pero el gran fracaso geoestratégico de Putin no fue solo reforzar la unidad de Europa, sino también la cohesión de la OTAN. Así, Finlandia, seguida de cerca por Suecia, solicitaron su adhesión, convencidas de que será la única forma de no correr la misma suerte que Ucrania.
Logro impensable a comienzos de la invasión, Europa también fue capaz de liberarse en escasos meses de la dependencia rusa en hidrocarburos, recurriendo a mercados alternativos y comprando gas licuado a Estados Unidos.
A pesar de esos logros, Europa aún no se ha convertido en un actor geopolítico principal. Si bien consiguió desplegar sus alas, lo hizo –una vez más– bajo el paraguas norteamericano. El canciller alemán, Olaf Scholz, aceptó enviar sus tanques de combate Leopard al campo de batalla solo cuando Washington decidió librar sus propios blindados. Mientras tanto, muchos reflexionan seriamente sobre la repetida arenga del presidente francés, Emmanuel Macron, en favor de la creación de una auténtica Europa de la Defensa.
Pero la UE –Premio Nobel de la Paz 2012– tomó la decisión histórica de poner a disposición de sus miembros miles de millones de euros de su Facilidad Europea para la Paz, a fin de contribuir a armar a su vecino en guerra. Y es la UE quien forma, en su propio suelo, 30.000 soldados ucranianos frente al “segundo ejército del mundo”, sus misiles hipersónicos y sus bombas atómicas.
Es verdad, la cooperación atlántica es la clave. Si bien la UE y sus Estados miembros han entregado ayuda militar por valor de 12.000 millones de dólares a Ucrania contra 23.000 millones de Estados Unidos, la ayuda total –militar, financiera, humanitaria– de ambos navega en aguas similares. Porque Europa acoge, alimenta y protege a millones de refugiados ucranianos. También es quien paga el precio más alto por el aislamiento de Rusia, debido a sus sanciones económicas, que afectan a su propia industria y sus relaciones comerciales.
Cierto, esas sanciones contra el Kremlin aún no han conseguido detener la maquinaria de guerra rusa. Paciencia: “Las sanciones son como un veneno de acción lenta”, dijo Josep Borrell, responsable de las Relaciones Exteriores del bloque ante el Parlamento Europeo. Mientras tanto, dentro de sus fronteras, la guerra en Ucrania imprimió su marca en el equilibrio entre los Estados miembros, provocando una auténtica recomposición.
La actitud decididamente proactiva de Polonia y de los países Bálticos desplazó el centro de gravedad del bloque hacia el este, aun cuando Varsovia siga acusada de serias violaciones al Estado de Derecho.
Sin olvidar otra derrota del invasor ruso: hacer estallar el grupo de Visegrad, verdadera espina en el pie de la UE. La prorrusa Hungría de Orban quedó aislada por sus amigos de otrora, Polonia, República Checa y Eslovaquia, decididamente proucranianos.
Una inusual protesta en Berlín reclamó el cese del envío de armas a Ucrania
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